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Samanta Villar, durante la grabación de un reportaje sobre la pornografía.
«Se habla de los clientes como pervertidos, cuando son los maridos de España»

«Se habla de los clientes como pervertidos, cuando son los maridos de España»

autora de ‘nadie avisa a una puta’

PPLL

Domingo, 25 de octubre 2015, 13:48

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Fueron mucho más que los veintiún días de la tele: Samanta Villar dedicó cinco años a investigar sobre prostitución y ganarse la confianza de las mujeres que la ejercen. De ahí salió Nadie avisa a una puta, un volumen publicado por Libros del K.O. en el que la periodista barcelonesa retrata a ocho profesionales del sexo.

¿Se le vinieron abajo muchas ideas preconcebidas sobre la prostitución a medida que preparaba el libro?

Se me vinieron abajo todas. Me di cuenta de cuántos mitos hay en torno a la prostitución y qué pocos datos contrastados. Lo de que toda prostituta es una esclava sexual no es verdad: muchas más de las que nos pensamos ejercen la prostitución por la enorme ventaja de que se gana mucho dinero, y además se puede conciliar con la vida familiar. Hay mujeres que trabajan diez horas al mes y se mantienen con eso: son mucho más libres que yo. También está el mito del proxeneta como hombre abusador, cuando muchas son mujeres. Y es fundamental distinguir la prostitución de la trata, igual que diferenciamos la industria textil del taller clandestino.

¿Y qué hay de los clientes?

Se habla de ellos como pervertidos, viciosos, casi violadores, cuando la mayoría son señores casados de 35 a 50 años: vamos, son los maridos de España, de los que nadie diría esas cosas.

¿Qué opina de la idea de imponerles sanciones?

No estoy a favor. Hay que perseguir y erradicar la trata, claro, como cualquier otra explotación, pero quién soy yo para perjudicar a una señora prostituta, que se quiere prostituir, que no quiere trabajar en una zapatería. ¿Por qué voy a multar a su cliente? Además, eso provocará que la actividad se vaya a la clandestinidad: en Suecia no se ha acabado la prostitución, están mucho más escondidas y menos protegidas.

¿Y qué hay que hacer?

Lo primero, consultar a las prostitutas, porque nunca se las tiene en cuenta. Cuando reclaman participar, muchas veces se generan debates internos sobre si hay que aceptarlas o no. Parece que no tienen voz, ni voto, ni capacidad de raciocinio, eso clama al cielo. Las abolicionistas tienen mucho más peso político que las prostitutas, pero va a cambiar: hay una generación nueva de prostitutas que viene a lo bestia, que pasa de todo y ya ni siquiera se cambia el nombre, y además las propias mujeres han tomado conciencia de que deben organizarse. En meses lo han hecho las del Polígono Marconi de Madrid, las del Raval... Se están reivindicando como agente político.

¿Cómo son las prostitutas que usted ha conocido?

La inmensa mayoría entra por una necesidad acuciante de dinero. Luego hay otro perfil, de chica de clase media, sin grandes agobios, que conoce a una prostituta y se da cuenta de que gana dinero, pero eso es minoritario. El habitual es el primero, y las que continúan en la prostitución lo hacen porque se dan cuenta de que tiene sus ventajas, hacen su cálculo esfuerzo-beneficio como todos los trabajadores. Es una profesión dura y puede ser desagradable, pero también ser temporero es duro y limpiar cacas es desagradable, y se da por hecho que son trabajos dignos. En la prostitución, en cambio, se da por hecho que es indigna.

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