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A. VILLACORTA
Sábado, 25 de mayo 2019, 02:29
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La familia de Águeda Solís (Pola de Siero, 1994) ya está «medio acostumbrada» a tenerla lejos, porque lleva acumulando estancias en el extranjero desde los quince años: cursos de idiomas, intercambios en el instituto, el Erasmus... Un periplo que, tras estudiar Economía en la Universidad de Oviedo y después un máster en Crecimiento y Desarrollo Económico en la Carlos III de Madrid, la llevó a una consultora del sector humanitario en Holanda, después al Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington, y, actualmente, a Frankfurt, donde trabaja como becaria en el departamento de Análisis de Operaciones de Mercado en el Banco Central Europeo.
Y, sin embargo, cada cierto tiempo, los que más la quieren le lanzan «indirectas»: «Me dicen que a ver si encuentro un trabajo más cerca de casa, al menos en Madrid o en Barcelona». Pero lo cierto es que, hoy por hoy, ella ve «bastante negra la situación laboral» en la región: «Casi todos mis amigos de la carrera han tenido que irse fuera. Creo que puedo contar con los dedos de una mano los que se han quedado en Asturias y tienen un trabajo que les permita ser independientes», cuenta.
Una realidad incierta que la impulsó a irse hace ya año y medio rumbo a los Países Bajos: «Me fui porque no encontré ninguna oportunidad en Asturias ni en el conjunto de España que me atrajese lo mismo ni que me pagara igual». Así que ahí ven a esta polesa que es también una ciudadana del mundo perfectamente adaptada a un entorno en el que está «rodeada de gente en una situación similar» a la suya. «Jóvenes más o menos de mi edad, que se mudaron a Alemania al mismo tiempo que yo, acostumbrados a vivir y trabajar en un ambiente multicultural», lo que la ha ayudado a integrarse sin problemas: «Ha sido muy fácil conectar y hacer amigos aquí. Por ejemplo, en mi círculo hay algunos españoles, pero también bastantes italianos y griegos». Los alemanes, en cambio, se le resisten más, «porque, al fin y al cabo, están en su país, tienen su vida hecha y eso implica que no estén tan abiertos a conocer a nuevas personas».
De su país de acogida lo que más le gusta «son ciertos aspectos de la cultura, como lo interiorizado que tienen el reciclaje y el respeto al medio ambiente, o que la gente va muy a lo suyo y no les importa la vida de los demás». Y, en el otro lado de la balanza, el de lo menos positivo, sitúa «lo estrictos que son, algo que se nota tanto en cómo están organizadas las cosas como en su personalidad. En cuanto hay una situación que se sale un poco de las normas, no saben cómo actuar, les falta flexibilidad. Y también he descubierto que el mito de la eficiencia no es del todo cierto. Por poner un ejemplo: casi todos los días hay cancelaciones o retrasos en el transporte público».
Pero también los tópicos funcionan en sentido inverso: «A los españoles nos ven como sociables, fiesteros, ruidosos y un poco vagos, lo que hace que a veces en el trabajo tengamos que esforzarnos más que alguien de aquí para luchar un poco contra ese estereotipo».
Ella seguirá haciéndolo, al menos, un tiempo más: «Aún me quedan unos meses de contrato y la posibilidad de que me lo extiendan no está del todo descartada, así que no tengo decidido todavía qué haré después. A la hora de buscar trabajo no me pongo ninguna restricción respecto a la localización. Allí donde encuentre algo que me guste y me permita mantenerme, allí me iré. Veo bastante complicado lo de volver a Asturias y poder trabajar en lo que quiero, al menos en el futuro cercano, pero por otro lado pienso en lo que sería no regresar nunca y me da un poco de pena».
Con todo, percibe cosas que le gustan desde la distancia: «Leo cosas que me sorprenden para bien, como que hay un resurgimiento del movimiento pro-oficialidad del asturiano o alguna noticia positiva sobre la Universidad o sobre el HUCA, y me presta observar que en algunos sentidos parece que está avanzando en una dirección que me gusta». Y, por supuesto, votará mañana: «Me parece importante, precisamente porque la situación económica no me permite vivir y trabajar en España, hacer llegar el descontento a la clase política».
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