Vigilar a los gallegos
Las fronteras, incluso entre autonomías, marcan diferencias
Gonzalo Díaz-Rubín
Jueves, 20 de agosto 2015, 00:41
No se les puede quitar el ojo de encima. Son gente taimada, huidiza, que oculta siempre sus intenciones. Ya se sabe, preguntarle a un gallego 'si viene o va' es exponerse a un «depende» y quedarse sin saberlo. O a un «la segunda, ya tal». A los gallegos hay que tenerlos vigilados. Lo mismo hacen la calle suya, que te sacan un registrador de la propiedad de Pontevedra y te lo colocan de presidente del Gobierno.
Desde la raya con Galicia. Sentado, con un godello en la copa, las tardes de verano las ocupo en vigilar a los gallegos a pie de ría del Eo (no de Ribadeo) en Castropol. Hay gente que va a ver la puesta de Sol, a ver como muere el día y tiñe de dorados las aguas que separan las dos comunidades y en las que navegan, impulsadas por la brisa, algunas lanchas con vela latina.
Yo, no. Yo los vigilo. El puente de Todos los Santos se recorta contra el cielo y el mar a mi derecha. Con las gafas de sol graduadas puestas se distingue el trasiego de coches de uno a otro lado de la raya. Enfrente, en el muelle del puerto, se descarga la madera para la papelera de Navia por la que compite también Avilés. Un poco a su izquierda, Ribadeo desaparece en un bosque de eucaliptos, que, bondades del ocaso, se recorta a contraluz cubriendo una suave ladera.
En un triágulo de seis kilómetros de lado y con dos vértices asturianos, hay que vigilar a los de enfrente. En Ribadeo, el crecimiento urbanístico ha destrozado decenas de edificios modernistas, de cuando dejó de ser localidad de pescadores y se convirtió en puerto exportador hacia el Norte. El resultado contrasta tanto, que del lado Asturiano se dice que lo mejor que tienen los vecinos «son las vistas de Castropol». También que «quien no vio Oviedo, Ribadeo 'meche medo'». El pueblo blanco, con sus casas estrechitas, sus tejados de pizarra y sus contraventanas hacia afuera se conserva casi intacto merced a unas duras normas urbanísticas. A veces, las fronteras, incluso las endebles entre autonomías, hacen estas diferencias. El sol se pone, las lanchas buscan amarre.