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Habrá que esperar al año 2325 para que desaparezcan los matrimonios infantiles. Y al 2165 para que las mujeres estén representadas en igualdad en puestos de poder en su lugar de trabajo. Y al 2311 para que desaparezcan leyes discriminatorias y lagunas de protección jurídica a las mujeres. Ese es el calendario que plantea la Organización de Naciones Unidas (ONU). «Pienso vivir muchos años, pero no creo que llegue a esas fechas, así que habrá que adelantar el proceso».
Lo dice Almudena Cueto, la que fuera directora general de Igualdad en la última legislatura del socialista Javier Fernández al frente del Gobierno regional (2015-2019). Ha sido contratada por Aspasia, una empresa especializada en formar a profesionales a través de las nuevas tecnologías. «Lo que busca este curso es aumentar la especialización en violencia de género».
Financiado por el Gobierno central, el curso busca la detección, la prevención y el acompañamiento a mujeres víctimas de la violencia, se imparte desde Asturias, pero está abierto a toda España. O estuvo, porque comenzó en febrero y concluirá en abril. En estos momentos son diez profesionales las que asisten, cada día de lunes a viernes, a las tres horas de formación continua y on line. «Aunque también tenemos experiencias en el exterior», explica Cueto.
Tiene claro ella que aún queda mucho camino por recorrer hasta lograr la igualdad real entre mujeres y hombres y, en el caso de la violencia machista, en que «haya una verdadera perspectiva de género en todos los profesionales».
Una mirada diferente que no ha encontrado, para su sorpresa, «en el sistema de servicios sociales. No digo que no haya profesionales con visión de género, claro que los hay, pero el sistema en sí mismo no la tiene». De ahí que muchos de los recursos que tienen las víctimas puedan no tener la efectividad necesaria con algunas afectadas.
Del perfil de sus alumnas le llama la atención precisamente el género «son todas mujeres, no hemos tenido ninguna petición de matrícula de hombres». Respecto a la formación previa, entre ellas hay abogadas, trabajadoras sociales, psicólogas, perfiles protagonistas en el sistema de protección a las víctimas de violencia machista. «Conocer qué es la violencia machista y cómo funciona es clave para poder enfrentarla», explica.
Una aseveración que comparten sus alumnas. «Veo urgencia social, hay mucho por hacer», plantea Claudia Lozoya, experta en integración social de Valencia. Porque, como explica Raquel González, trabajadora social en un equipo municipal «conocer los indicadores es clave, ya que, en nuestro caso, trabajamos con mujeres víctimas reconocidas, pero también con otras que no saben que lo son». Desconocimiento que suscribe Pilar Broto, abogada especializada en mediación. «Nos cuesta mucho escuchar y ver más allá de lo evidente. Olvidamos lo importante por lo urgente. Estoy en este curso porque no sé si sabría identificar la violencia machista». Trabajando al otro lado de la violencia machista, Rebeca García, que imparte talleres de igualdad a condenados por maltrato, sentencia «creo que no se reconoce la violencia de género en su totalidad. Nos basamos solo en los moretones».
Una realidad la dibujada por sus compañeras que suscribe la única alumna del curso que no saldrá con nombre y apellido. Es víctima de violencia machista. «Creemos que la violencia machista es un golpe, una herida, pero la sociedad no conoce la violencia de género», sentencia.
Ella, que sigue en el sistema de protección contra su agresor, se dedica ahora a ayudar a otras mujeres en su situación. «Pese a que yo misma no me veía como mujer maltratada. No hubo una agresión, pero sí otras cosas, y el miedo a perder a mis hijos. La violencia vicaria es muy dura».
¿Es posible que una víctima de violencia no sepa que lo es? «Sí» dice rotunda la aludida. «Sí», explica también Verónica Sánchez, trabajadora social en una casa de acogida para víctimas. «Estoy en este curso para ampliar mi visión, porque, al final, todos tenemos estereotipos, y teniendo todos los datos, como la brecha salarial, te permite argumentar mejor y, también, entender algunas decisiones políticas que, a pie de calle, no comprendes».
Como es difícil comprender para la sociedad la violencia que no es física. «Cuando denuncié me decían 'Pero si se os veía felices'», comenta la única alumna que no dará su nombre. «Porque sigue habiendo un gran desconocimiento. Todo el mundo habla ahora de la violencia sexual, pero creemos que no lo es cuando no quieres mantener relaciones sexuales con tu pareja y te obliga», apunta Raquel González.
Todo porque, como explica Rebeca Fernández, trabajadora social en una entidad sin ánimo de lucro, «la violencia de género es una realidad que atraviesa muchos de los contextos», por lo que ve clave este curso «para poder ofrecer un acompañamiento adecuado, detectar situaciones de violencia que pueden no ser evidentes y usar herramientas que promuevan la igualdad efectiva».
La igualdad, o la falta de ella, está en la raíz de la violencia sobre las mujeres. «Yo no sabía, por ejemplo, por qué me convertí en una víctima de violencia económica. Pues por pasos previos, como quedarme al cuidado de la familia en lugar de desarrollar mi carrera profesional y, luego, cuando me vi sola, sin red de apoyo, tener que aceptar trabajos precarios», explica la alumna que necesita protección.
Una desigualdad que se descubre «hasta en el urbanismo. En este curso lo vemos con perspectiva de género y es una sorpresa, saber que las ciudades están hechas para los hombres y para el trabajo remunerado», explica Hanna Trapiella, psicóloga especializada en adicciones, que también trabaja con personas mayores y con personas con problemas de salud mental.
Una desigualdad que lleva a una violencia «que la sociedad no está detectando», lamenta Analía Corpas. Se reconoce «consciente de ella» y participa en el curso «para saber qué está fallando, ya que la respuesta social es cada vez más negativa».
Para acabar con el ruido negacionista, «hace falta avanzar más, porque no reconocer la violencia machista dificulta poder entender a las víctimas sin culpabilizarlas ni juzgarlas», sentencia Rocío Álvarez. Y lo dice con conocimiento de causa. Es psicóloga en un Centro Asesor de la Mujer.
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