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Ángeles Silva, en la sede del Comité Antisida, delante de los nombres de algunos fallecidos. C. SANTOS

«No he vuelto a tener una pareja sin VIH desde que me diagnosticaron»

Hace 27 años, un test positivo cambió la vida de Ángeles Silva Cueli. «El estigma sigue ahí», lamenta la gijonesa

E. GARCÍA

GIJÓN.

Sábado, 1 de diciembre 2018, 01:59

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Hace 27 años que Ángeles Silva Cueli (Gijón, 1964) tiene un inesperado compañero. Se llama VIH y lleva con ella la mitad de su vida. Al menos desde 1991, que ella sepa. Desde aquel herpes zóster tan agresivo que reflejó unas defensas demasiado bajas y motivó la pregunta: «¿Te importa que te hagamos la prueba?». Cuando llegaron los resultados, el positivo lo cambió todo.

«Te lo dicen y lo oyes, pero no escuchas», rememora esta auxiliar de enfermería que «no da la imagen», dice, de seropositiva. Esa que reflejaba la portada de la desaparecida revista Interviú cuando al VIH todavía se le llamaba «la enfermedad de los gays» y se asociaba a «gente que estaba en la droga o en la prostitución». «Recuerdo aquellas manchas, ¡qué sensación! Pero eran algo muy lejano para mi». Hasta que «el bicho», relata, le tocó a ella. Ángeles no tiene claro si fue por transmisión sexual, lo que pone su informe, o si se lo inyectaron con alguna de las transfusiones de sangre que tuvo durante los cuatro años anteriores al diagnóstico. «Es tan fuerte el impacto que no te lo crees, ni lo llegas a entender». Van pasando los días y es aún peor, porque a medida que llega la comprensión, «lo primero que piensas es cuánto duraré».

Ángeles pasó el trago sola. «No dije nada a mis padres». Ni a nadie, pero empezó a ir a las consultas de enfermedades infecciosas, en las que «trataban de controlar la situación, aunque aún estaba todo cogido con pinzas y había una enorme incertidumbre». «Recuerdo ir a la consulta de Cabueñes, mirar a la gente que iba a mi lado en el autobús y pensar, 'si este lo supiera, saldría corriendo ya mismo'», narra, y también ríe. Sin amargura, aunque «fueron tiempos muy duros. Si ingresabas en el hospital por el motivo que fuera te ponían una cruz, te marcaban. Y eso hace mucho daño».

Esta gijonesa tiene claro que «el estigma siempre está ahí». «De la misma manera que hemos avanzado mucho a nivel de medicina, el estigma permanece». Puede que muchos disimulen, «pero el rechazo y la marginación siempre está. Por eso mucha gente no se atreve a decir que es VIH. Yo misma tardé tiempo». A su madre se lo contó cinco años después, a su padre diez. Cuando le decía que no sabía el tiempo que le quedaba por delante, ella respondía: «Tú vive el día a día, no estés siempre pensando en lo mismo».

Pero el tiempo se convirtió en su obsesión. «Cualquier cosa que tuviera, un resfriado, un grano, lo achacaba al VIH y decía 'de esta me muero'». Con el paso de los años consiguió, gracias también a los «grandes profesionales» que se encontró en el Hospital de Cabueñes, dejar de machacarse. Ahora lo tiene asumido e insiste en que «hay que educar a los niños desde el principio y no convertir estas cosas en tabú, porque son esos miedos los que provocan lo demás».

Y aunque el VIH haya pasado de ser entendido como casi una sentencia de muerte a «una enfermedad crónica», no lo es. «Si entra en tu vida, todo cambia radicalmente». Confiesa, aunque no sabe concretar el porqué, que «desde que me diagnosticaron no he tenido ninguna pareja que no haya sido seropositiva». «Es algo muy íntimo y no sé como encajarlo». No es miedo a la transmisión, porque hace ya quince años que su carga es negativa «y está científicamente demostrado que quienes llevamos tanto tiempo sin carga no transmitimos, pero no estaría a gusto». «Creo que no sería capaz de vivir con él diciéndole que soy VIH. Creo que habría siempre una pared entre nosotros».

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