
Credibilidad y reputación científicas
Dicen que un buen científico siempre duda. Que no asimila nada como imposible, que no hace afirmaciones rotundas. Que es agnóstico frente a cualquier tesis, al menos hasta que la comprueba él, o ella, en su propio laboratorio o con sus propios métodos. ¿Es esto cierto?
Debería serlo en cierta medida. Hay un grado de agnosticismo que es necesario para poder aplicar el método científico y avanzar en el conocimiento, o al menos en su búsqueda. Pero los científicos no dudamos de todo, todo el tiempo. Tampoco asumimos que cualquier afirmación, sin ninguna condición, pueda ser cierta. Esto es importante porque las exigencias que ponemos a un enunciado para que este sea considerado cierto tienen un papel fundamental en las preguntas que respondemos científicamente. La ciencia que se hace hoy se basa en las evidencias acumuladas por la comunidad científica a lo largo de décadas, o siglos. Contradecir ese esfuerzo colectivo requiere que se presenten pruebas suficientes para demostrar que lo que se trata de refutar es verdaderamente falso. Llevarle la contraria los científicos no es difícil porque tengamos un apego irracional a nuestro discurso, lo es porque el debate científico es muy distinto de las discusiones que se mantienen en todas las otras esferas, públicas y privadas, políticas y comerciales. El debate científico se hace con datos, con medidas y condiciones concretas, declarando los conflictos de interés y jugándose el prestigio, y la oportunidad de seguir haciendo ciencia, de quienes participan en él.
Si te equivocas, si cometes un error importante, las oportunidades de redimirte son muy escasas. Si mientes, entonces estás fuera del sector para siempre. La credibilidad de los científicos está construida sobre evidencias sólidas, que se demuestran como ciertas cada día, la competencia entre los distintos grupos en distintos lugares del mundo se ocupa de garantizarlo.
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