¿Evolucionamos para envejecer?
Por qué envejecemos? Esta es una pregunta fundamental en las investigaciones científicas actuales. Si llegar hasta aquí es una consecuencia del proceso evolutivo, ¿por qué implica el declive final en la salud? De hecho, el envejecimiento es algo que afecta a casi todas las especies, ¿Por qué no ha habido una selección evolutiva de la juventud eterna?
En términos simples, el envejecimiento ocurre porque la selección natural pierde fuerza a medida que envejecemos. Esto significa que los genes y procesos que influyen en nuestra reproducción y supervivencia en la juventud tienen más peso evolutivo que aquellos que podrían protegernos en la vejez.
La primera explicación para esto, propuesta por Peter Medawar, sugiere que mutaciones perjudiciales que solo se manifiestan en edades avanzadas no son eliminadas por la evolución, porque nuestros antepasados rara vez llegaban a esas edades. Esto explicaría el aumento de enfermedades como el cáncer o el Alzheimer.
La segunda teoría, de George C. Williams, explica que algunos genes tienen efectos positivos en la juventud, como mejorar la fertilidad o fortalecer el sistema inmunológico, pero provocan problemas más adelante. Este «intercambio» genético, conocido como pleiotropía antagonista, favorece la reproducción temprana a expensas de nuestra salud futura.
A nivel celular, procesos como el acortamiento de los telómeros, la parte final de los cromosomas en los que nuestro ADN se empaqueta cuando una célula se va a dividir, la acumulación de daño en las células y la senescencia, donde las células dejan de dividirse, agravan el envejecimiento. Aunque inicialmente estos mecanismos nos protegen, por ejemplo, contra el cáncer, su acumulación con el tiempo provoca el deterioro final de los sistemas biológicos.
El envejecimiento es, por lo tanto, un compromiso evolutivo que nos permite sobrevivir, pero entenderlo nos permitirá también retarlo y hacer que la salud lo acompañe cada vez más.