Adiós a la fundadora de Van Dyck
María Ángeles Pérez, que dedicó su vida al arte, muere tras una larga enfermedad
Paché Merayo
Miércoles, 4 de febrero 2015, 00:24
Se fue tranquila. Sonriendo y sin perder un instante de coquetería. María de los Ángeles Pérez, la fundadora y directora de la veterana Galería Van Dyck, se apagaba ayer, casi a la vez que las luces del local de arte al que dedicó media vida. Llevaba años soportando el calvario de una salud quebrada y hacía tiempo que observaba con tranquilidad su próximo final, pero su optimismo y la luz de su mirada parecían empeñados en contradecir a la naturaleza. Imprescindible durante décadas en los escenarios del arte, especialmente en el que ella misma creó, junto a su marido Alberto Vigil-Escalera, Angelines, como todos la llamaban, hacía planes para una cena con sus «torres gemelas», sus adorados nietos, mientras un taxi (no lograron encontrar una ambulancia en toda la ciudad) la trasladaba al centro médico donde, al poco de hacer su último guiño a la vida, cerró los ojos desmayada.
«Ese fue su verdadero final», decía ayer su hija, Aurora Vigil-Escalera, que ha heredado de ella la pasión por el arte y tomado su testigo, primero asumiendo la guía de Van Dyck y ahora abriendo una nueva sala con su nombre, cuya inauguración fue, precisamente, el último acto público al que Angelines acudió. Un acto que, en cierto modo, se convirtió en tributo a su persona. A sus esfuerzos por difundir la pintura.
Nacida en Valencia, el 13 de octubre de 1941, la fundadora de Van Dyck, emprendió su aventura asturiana con solo 21 años, cuando ya casada con quien fue su compañero toda la vida, trasladó su residencia a Gijón.
Los «románticos comienzos»
Ambos, María de los Ángeles y Alberto, eran amantes del arte y un buen día de 1980 los dos emprendieron su gran empresa abriendo las puertas de su casa, de sus habitaciones y pasillos, para crear entre sus propios muebles lo que entonces llamaron 'El apartamento del arte'.
Allí, en el número 40 de la calle de Ezcurdia, con vistas al mar y entonces también al vértigo del nuevo proyecto, sumaron durante cinco años vida, pintura, pasión y sueños. «Fueron tiempos maravillosos», recordaba al celebrar el vigésimo quinto aniversario de ese primer paso. Lo hacía ya entre las paredes de la galería de la calle Menéndez Valdés, que abrió en 1984 y fue su santo y seña, casi su apellido, durante varias décadas. Su extraordinaria sonrisa era el umbral de la veterana sala. Su amabilidad, hospitalidad y el amor por su trabajo la convirtieron en una de las galeristas más queridas de la ciudad y de todo Asturias. Los coleccionistas, los artistas. Todos cuantos tuvieron trato con ella la recuerda como una persona maravillosa. Siempre contenta, siempre entrañable y siempre bella. Los comentarios en el tanatorio, donde se mantuvo todo el día abierta su capilla ardiente, eran unánimes. «Se hizo querer». Esa era la sentencia más repetida. Lo volverá a ser seguramente hoy, en su último adiós, que se celebrará a las siete y media de la tarde, en la iglesia de la Asunción de Gijón.
Pero María de los Ángeles Pérez, a Angelines Van Dyck, no solo quedará en la memoria por haber llevado el timón de la veterana galería de arte gijonesa a la que con el tiempo sumó un segundo espacio en la calle de Casimiro Velasco (Propuestas), sino también por su belleza y elegancia. Nunca perdió ninguna de las dos. No le permitió ni al cansancio ni a la enfermedad que se las arrebatara.
El día en que cerró los ojos para siempre se había escapado para pasar por la peluquería. Atractiva hasta el final. Por fuera, pero sobre, todo por dentro.