'La culpa' pone en pie al Palacio Valdés
Pepón Nieto bordó el papel del psiquiatra en una función dinámica que crea una atmósfera claustrofóbica | Tres rondas de aplausos se llevó esta adaptación de la obra de David Mamet en su estreno
DIEGO MEDRANO
AVILÉS.
Sábado, 1 de diciembre 2018, 01:23
El estreno de 'La Culpa' de David Mamet, primera puesta en escena de la obra tras haberse representado solo en el Off-Broadway de Nueva York, bajo la dirección escénica de Juan Carlos Rubio y con la adpatación del texto de Bernabé Rico, culminó en un lleno absoluto del Teatro Palacio Valdés de Avilés, que aplaudió la propuesta con tres rondas de aplusos y un ambiente de triunfo. Cuatro gigantes en escena: Pepón Nieto, Magüi Mira, Miguel Hermoso y Ana Fernández fueron los encargados de poner sobre las tablas, aunque el primero destacó por encima del resto.
El argumento es sencillo, pero no simple: un psiquiatra es requerido a declarar en favor de un paciente responsable de cometer una masacre. Cuando se niega a hacerlo, su carrera, su ética y sus creencias son cuestionadas, desencadenando una espiral de acontecimientos que convulsionará no solo su vida sino la de la persona que más quiere. El lenguaje coloquial no deja de tener su importante boxeo interno. La ramificación de la culpa, junto a la vinculación de esta con la responsabilidad, y en el último término, si se quiere, la fragilidad de una pareja presidida por la incomunicación, es el ring donde los personajes se baten en un combate no siempre explícito, sometido a veladuras y mensajes tácitos, que poco a poco se van desintegrando o haciendo solubles cuanto más notorios son los conflictos. Diálogos frescos y rápidos caracterizan un montaje en el que se crea una atmósfera claustrofóbica en el que se aprecia la cercanía de los personajes.
Homofobia
La acusación o puesta en marcha del nervio actoral es la homofobia. Se acusa al psiquiatra de no querer defender al criminal por su culpa de su latente homofobia. Este encuentra un alegato próximo en el discurso femenino: los débiles, mujeres y homosexuales, resultan ser los más fuertes, una vez dado la vuelta al calcetín argumental. La lucha por expresarse del psiquiatra es también un intento convulso por entender la sociedad de masas, los juicios libres, las manipulaciones de la prensa, que por culpa de una palabra hunden toda una carrera profesional. Todos intentan, a su manera, escapar del alboroto: ellas, del sentimental; ellos, de una sociedad que empieza a juzgar a un enfermo sin mirarse a ella misma como posible culpable. Todos son culpables: unos por callar y conceder; otros por negar y no reconocerlo en una representación en la que la iluminación se revela como un personaje más. La hipocresía tal vez sea lo que separa culpa y responsabilidad como losa social.