El gran maestro de las tablas asturianas
Con el mutis de José Antonio Lobato se va uno de los mejores actores que ha dado esta tierra, pero su legado seguirá vivo en decenas de colegas que compartieron escena con él
azahara villacorta
Lunes, 21 de septiembre 2020, 00:50
A José Antonio Lobato le gustaban los chistes malos y los primeros tragos de cerveza fría después de descargar el furgón de Margen, que, a pesar de los achaques y de haber recorrido miles de kilómetros, de Bélgica a Edimburgo, aún resiste los embates del tiempo junto al local de ensayos de San Lázaro. «Cuanto peor fuese el chiste, más le gustaba a él», consigue contar a medio camino entre la risa y la pena infinita Ángeles Arenas, 'Geles', una de las personas que más funciones compartieron con Jose, Josín, Lobato, el gran maestro de las tablas asturianas, que esta semana hizo mutis por el foro a los 64 años dejando con el alma encogida, pero a la vez sintiéndose «tremendamente afortunados», a decenas de colegas. Los mismos que ya han pedido que un teatro lleve su nombre y que esta tarde de septiembre con las representaciones a medio gas se reúnen para rendirle tributo y arropar a su hija Elisa frente a ese Campoamor que en tantas noches de gloria vio triunfar a uno de esos hombres a los que Bertolt Brecht llamaría «imprescindibles». Hombre combate, puntal y raíz indiscutible del frondoso árbol del teatro profesional asturiano, en palabras de otro histórico, Etelvino Vázquez.
Porque «a todos los actores y actrices que han pasado por Margen, que han sido muchísimos a lo largo de más de cuatro décadas, hay que sumar a todos aquellos que compartieron con él tablas, calles o platós en otros proyectos», recuerda 'Geles', además de a todos los que inspiró con una presencia escénica que arrebataba. «Conozco a mucha gente joven que te dice:'Yo me dedico al teatro porque un día vi a Jose en el escenario'».
Uno de aquellos chavales que alucinaban cuando lo veían aparecer con aquel vozarrón y aquel metro ochenta largo, «pensando que igual te pegaba un bufonazo», era Carlos Mesa, a quien un día Lobato pilló por banda y le espetó: «A ver, guaje, ¿tú no querías ser actor? Pues venga». Yya no hubo quien contuviese aquella vocación compartida de titiriteros que los llevaría a lugares soñados como La Habana con 'El viaje a ninguna parte'.
«Sobre las tablas y debajo de ellas, Jose era pura humildad, pura empatía con quien tenía enfrente. Un protector. Le daba igual que el otro fuese pequeño o mediano. Él no hacía distinciones. Yeso es algo que solo hacen los grandes».
Ese era él, «teatrero» casi desde la cuna. «Mi abuela siempre contaba que, de pequeño, ya le dijo que quería ser Marlon Brando», relata su única hija, Elisa, «abrumada por tanto cariño» que ella y su madre, Gladys, el otro gran amor de Lobato, han recibido en los últimos días y que se emociona evocando a un padre con el que recorrió España y Portugal «en la mítica furgo». Como una cómica de la legua más. Viéndole meterse en cientos de vidas que no eran la suyas, escuchando a Mercedes Sosa y Víctor Jara, pero también a Calle 13 y lo que cuadrase, hasta las tantas de la madrugada, y riéndose a carcajada limpia con sus payasadas. «Eso sí:cuando se ponía serio, acojonaba».
En aquellos momentos, aparecía otra vez el protector que, como buen sufridor de los rigores del arte, le quitó de la cabeza dedicarse a lo suyo si antes no estudiaba cualquier otra cosa. Elque, cuando se ponía frente a una injusticia o una bajeza política lloviendo sobre mojado por la cultura, bajaba a todos los santos y tronaba:«¡Son todos una caterva de hijos de puta!».
Porque José Antonio Lobato creía en la lucha colectiva, «en que el trabajo tiene que ser en equipo», explica Verónica Gutiérrez, que nunca olvidará aquella función en la que, «después del descanso, venía una escena en la que todo el mundo estaba muy triste». Pues bien:«A él se le ocurrió hacer un ruido justo antes de que subiese el telón y el resto de la obra lo pasamos fatal intentando no reírnos».
Con Alberto Rodríguez compartió, entre otras muchas cosas, un 'Hamlet', y el de Soto de Rey le apuntaba con la generosidad de quien no se conforma con brillar solo:«Sube la voz p'arriba, que estás muy de la tele».
«Era un maestro, un hermano mayor que además tenía una disciplina increíble», recuerda hoy Rodríguez, quien, siendo solo un estudiante, «un pinín», lo vio con Margen y flipó:«Fue la primera vez que sentí que estaba ante una energía muy poderosa. Pensé:'¿Pero quién ye esi paisano? Yo quiero salir a escena como el, pisar como él'. Estamos hablando de uno de los mejores actores que ha dado España. Su influencia para todas las generaciones que vinimos detrás es descomunal. Yestoy seguro de que, si todos los años le hubiesen dado el premio al mejor actor del teatro asturiano, nadie hubiera puesto ninguna pega, porque no conozco a nadie que no lo admire. El que iba a hacer un corto de mierda y lo daba todo, Jose. El que más cargaba el camión, Jose. El que nos animaba si flojeaban los ánimos, Jose. El que trataba a todo el mundo por igual, Jose».
«Era un actor paisaje y una persona paisaje. Humanidad, paisaje de primavera», en palabras de Manuel Pizarro, que no recuerda ni un ensayo «al que no le pusiera tantas ganas» que tiraban de todo el elenco:«Si hay una persona enamorada de esta profesión, es él». En presente. «Y a Jose lo que le gustaría, más que un homenaje o que pusiesen su nombre a una sala, es que estuviésemos brindando con una cerveza, contando chistes malos y peleando por el teatro», resume 'Geles'. Hombres que luchan toda la vida y permanecen cuando ya ha caído el telón. Imprescindibles como Lobato.