Tempestad
Carlos Casares compuso 'Viento herido' con doce relatos con cierto fatalismo
A estas alturas ya se habrán dado cuenta de que siento especial predilección por historias, sean en cuento o novela, un tanto oscuras. Diferentes en ... forma y fondo, quiero que me sorprendan y no porque su final tenga que ser sorpresivo e inesperado, sino porque me dan algo distinto a lo que hoy puebla estanterías y repisas. Seguro que saben de qué historias les hablo. De esas que te revuelven por dentro y te hacen reflexionar. ¿Sobre qué? Sobre mil y un asuntos, pero, principalmente, sobre uno mismo y su caminar por el mundo.
'Viento herido', de Carlos Casares, con ilustraciones de Xulio Maside y traducción de Cristina Sánchez-Andrade, es uno de esos libros. Reeditado por la editorial Impedimenta (originalmente es de 1967). está compuesto de doce relatos marcados por cierto fatalismo. No hay espacio para Kant en estas páginas. Un fatalismo al que se podría calificar, tal vez, de nietzscheano. Crudo, realista y violento. Así es este libro que como si fuera, en efecto, un viento helado, te hiere.
Y qué difícil resulta curar las heridas cuando estas nacen de lo más profundo y oscuro que cada uno de nosotros lleva dentro. De lo que nos empeñamos en ocultar, disimular, pero que, en ocasiones, si la vida se tuerce demasiado, será lo que nos defina. Niños y viejos, todo es uno porque en todos habita esa oscuridad. Solo necesita el momento adecuado para salir. Puede ser en forma de pelea, venganza, o de lágrimas; en forma de soledad, silencio, fantasmas y recuerdos. Oscuridad para contarnos doce historias, algunas en verdad duras, como la primera, 'El juego de la guerra', y otras melancólicas como solo los primeros amores saben escribir, porque las escriben ellos. Esa sería la décima, 'La chica del circo'.
Doce historias que son como doce roces de distintos vientos. Está el helado, que rasga y agrieta, y no solo la cara; el viento cálido que mece cuando crees que la vida te va a sonreír, ingenuo, sin saber que el viento del Sur hiere como el del Norte, pues igual endurece el corazón. Viento de tormenta y viento de sequía. Viento, en todo caso, herido cuando llega y herido cuando se va. Como queda el lector tras la lectura; tras atravesar la borrasca de las letras de Casares y contemplar en ellas tanta verdad. La de aquellos que pierden, siempre pierden. Pero que existen y que nos empeñamos en negar. Como si la vida solo tuviera un color; un lado del espejo, una mirada, un solo viento, y este nunca fuera o estuviera herido, cuando, en realidad, somos tempestad.
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