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Cuesta trasladar a palabras la inmensa sensación de pérdida provocada por la muerte de un futbolista que se llevó a su vitrina un solo ... título -la Champions ganada con la elástica del Real Madrid en la temporada 1999-2000-, pero que dejó en Gijón, y también en otras ciudades a las que contagió su pasión por el balompié, la impronta de una persona excepcional, cercana, sincera y generosa.
No se trata hora de analizar su juego en el lateral izquierdo del conjunto rojiblanco, donde aportó importantes matices. Sus allegados, su gente más cercana, recibieron un mazazo cuando en el año 2017 se conoció el diagnóstico que golpeaba a Javi Dorado (Talavera de la Reina, 1977). Cáncer. Una palabra con la que luchó desde el primer minuto, al igual que haría, sobre el césped, desde que inició su carrera deportiva en la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, aunque donde realmente creció fue lejos de la capital de España.
Dorado siempre supo ganar, pero también sufrir, conocer el peso de los muros, porque lo tenía todo para lucir una camiseta de un club de la élite. Pero no le iba a ser fácil. «Yo no iba a poder jugar en el primer equipo ni en broma», decía aún meses atrás con la naturalidad de conocer lo imposible.
Había debutado con el primer equipo blanco un 9 de junio de 1999 en el encuentro de ida de las semifinales de la Copa del Rey que el Real Madrid perdió 6-0 en Mestalla. Después se topó con, posiblemente, uno de los mejores laterales izquierdos de la historia: Roberto Carlos. Con el brasileño compartió temporada, habitación, puesto, rivalidad y hasta una Copa de Europa.
Era un profesional exquisito que tenía inquietudes más allá del balón. El mundo, ese loco mundo del fútbol, le llevó a Salamanca, en calidad de préstamo, la siguiente temporada, donde aprendió mucho de la Segunda. Y aterrizó en Gijón. Y volvió a sonreír. Era el año 2001. Era el principal objetivo de José María Meana Acebal, titular del banquillo del Sporting en aquel momento. Pero no fue una operación fácil. Eloy Olaya, secretario técnico, movió ficha y, con mucha insistencia, logró la cesión de Dorado al Sporting. «Recuerdo que el fichaje se hizo rápido. Tenía otras opciones, como la del Oviedo, pero el Sporting me gustaba, era un equipo que me caía bien desde siempre. Me llamaba la atención el ambiente de fútbol de la ciudad», evocaba meses atrás sobre su desembarco en Gijón.
Aquella primera etapa con el conjunto rojiblanco duró apenas un año, durante el que, no obstante, se ganó el cariño de la afición de El Molinón a base de trabajo. Pero, al finalizar la campaña, el Real Madrid lo recuperó, aunque después lo traspasó al Rayo Vallecano. Dorado tuvo que regresar a la capital. Pero el lateral izquierdo se frustró en Vallecas, donde las cosas no salieron como él esperaba.
Así que decidió hacer de nuevo las maletas y regresó a Gijón tras rescindir su contrato con el club vallecano. Se plantó en la ciudad con la carta de libertad y firmó un compromiso con el Sporting por tres temporadas, con opción a una cuarta. Existen tantos adjetivos sobre Dorado como aficionados en el Sporting, pero todos coinciden al hablar de aquel lateral rubio que se asentó en la ciudad y que vivió algunos de los momentos más vibrantes de su carrera bajo las órdenes de Marcelino García Toral -«muy bueno y cañero- y, posteriormente, de Ciriaco Cano.
Más de 150 partidos oficiales como jugador del Sporting lucen en el currículo de Javier Dorado. «Futbolísticamente, el mejor sitio, donde más me han querido y donde mejor he jugado». Pero, llegado el verano de 2006, el futbolista fue consciente de que tenía sus días contados en el club rojiblanco. El Mallorca, el que sería su siguiente destino, buscaba con Dorado cubrir un déficit que lleva arrastrando en la banda izquierda. El Sporting, en cambio, vio en la salida del futbolista la manera de librarse de una de las fichas más elevadas de la plantilla rojiblanca y, con ello, dotarse de «un margen mayor de maniobra para otros movimientos», en palabras de Emilio de Dios. «Es una simple cuestión matemática y económica», afirmó.
Aun así, mantuvo relación con gente del club como Sastre, Diego Lobelle, Antonio Maestro, José Luis Rubiera... En Mallorca, en Primera División, su carrera se torció pronto por culpa de una lesión -se rompió la rodilla-. Cansado de su situación tras su tercera temporada en blanco, colgó las botas. «Nadie quiso ficharme, no se fiaban». No obstante, volvería durante la temporada 2011-2012, a los campos en las filas del Atlético Baleares, de Segunda B, que se proclamó campeón de Segunda B, pero que decidió contar más con el lateral. Sería su última parada de su carrera deportiva. Después 'mató' el gusanillo del fútbol con los veteranos del Mallorca hasta que tuvo que iniciar otra guerra: la de su enfermedad.
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