Más allá de la Cocina Económica de Gijón
Aunque el corazón de la entidad sea el comedor social, ofrecen servicios de alojamiento, dentista o talleres para los distintos usuarios
Son 120 años los que tiene ya la Asociación Gijonesa de Caridad, conocida popularmente como Cocina Económica. Un aniversario muy especial que ha tenido como colofón la Medalla de Oro de la Villa. El comedor social, del que hacen uso de media 315 personas en la comida y 225 en la cena, es el corazón de la centenaria entidad benéfica. Pero detrás se esconden muchos recursos igual de importantes que pasan más desapercibidos para los gijoneses.
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Desde marzo, la propia Asociación entrega las tarjetas para hacer uso de este comedor. En cuatro meses, «ya se han dado más de 900», indica Rubén Díaz, técnico de integración social. «Mucha es gente que, sin estar en una situación de calle, podrían estarlo en cualquier momento. Viven en alojamientos colectivos acogidos por un amigo o un conocido», explica. «Es una realidad invisible por parte de la sociedad», añade.
«El comedor es nuestro termómetro social y hay nuevos perfiles, lejos del perfil clásico de los años 80, de una problemática de drogodependencia, y ahora también ha aumentado el número de familias», dice Andrea Bécares, trabajadora social. Desde este área, que suele ser la primera a la que se acude, analizan los perfiles. En este momento, la Asociación está en un proceso de cambio, abogando por una atención individualizada para cada persona. Bécares se encarga, entre otras cosas, de la coordinación con otras entidades y acompaña, junto a otros miembros, en la futura salida de los alojamientos.
La Cocina Económica gestiona cuatro tipos de estancia. Una de ellas es el centro de primera acogida Vicente de Paúl. Se dirige a hombres mayores de 18 años con adicciones que desean iniciar un tratamiento en comunidad terapéutica al carecer de apoyo familiar. El centro trabaja estrechamente con la Unidad Terapéutica y Educativa (UTE) del Centro Penitenciario de Villabona. «Las Hijas de la Caridad detectaron que había un montón de personas que querían salir de la red de transeuntismo. El problema de los albergues es que entran y salen constantemente. No tenían un referente», explica Minervino 'Miner' de la Rasilla, técnico de intervención en el centro.
Si bien nace con este interés pronto se dan cuenta de que hay «necesidad de cubrir ese entorno que está involucrado en distintas adicciones». Si tiene que definir con una palabra este centro es «seguimiento». Este es un enlace entre «la calle y la comunidad terapéutica». Lo que hacen es «apadrinar a estas personas y pautarles mucho. Están en una situación muy débil tanto física como mental y emocionalmente», señala. En 2024 atendieron a 113 personas.
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La religiosa sor Mar Martiño dirige la residencia de media estancia. «Nos dirigimos a esas personas que están en una situación vulnerable y quieren retomar sus vidas y salir de una experiencia de calle», explica. Disponen de 15 plazas con zonas diferenciadas para hombres y mujeres. A su vez, trabajan codo con codo con el centro de primera acogida. A veces detectan situaciones de adicciones. Por eso, en ocasiones, se realizan derivaciones. «El matiz es que son ellos los que deben asumir y querer ingresar en el centro. No obligamos, acompañamos», apunta Martiño.
«Autonomía»
Además, Martiño dirige a su vez las denominadas habitaciones de emergencia. «Son para familias con menores y se usan para dar solución a casos en 72 horas», dice. Muchas de ellas después pasan a los módulos de alojamiento temporal, dirigidos por sor Asunción Echarri. «La palabra para resumir estos pisos es autonomía», explica. Eso es lo que les dan a las familias. «Cada una gestiona cómo vivir. Les damos un ámbito privado pero es importante que cuando hay menores haya ritmos sanos y eso es en los que les echamos una mano», comenta. Después, les acompañan en la búsqueda de vivienda, una vez que las familias cuentan con ingresos económicos.
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Pero es necesario que «pasen un tiempo distraídos y no estén metidos en los pisos todo el día», destaca Graciela González Sierra. Ella dirige el taller de encuadernación de la Cocina, donde «pueden hacer de todo con papel y cartón». Para aquellas personas que acuden a esta actividad, poder hacer algo con sus propias manos «les hace mucha ilusión y les hace sentirse orgullosos».
En un simple vistazo al taller se puede ver a un usuario encuadernando un libro y otro pintando una maceta. Un poco más alejado, entretenido haciendo una pequeña casita está Baudilio 'Bau' Llano, voluntario y antiguo usuario. «Alguien que haya vivido esto de primera mano es el mejor ejemplo para ayudar», señala. «Además, dicen que tengo buena mano», dice orgulloso.
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La vida da muchas vueltas. Son muchos los usuarios que, sin haberlo imaginado nunca, terminan necesitando de este recurso que es la Cocina Económica. Y, al igual que toda persona, merecen una dignidad real. Es por ello que, desde el año 2019, la entidad cuenta con una clínica dental donada por los doctores Soledad Espías y Salvador Alonso, donde prestan asistencia sanitaria bucodental gratuita a personas sin recursos o en riesgo de exclusión. En ella se atendieron en 2024 a 110 pacientes y se realizaron 1.260 tratamientos. La Cocina también ofrece ropa, ducha y servicios de peluquería.
Para poder atender todas estas áreas y, en especial, la más numerosa, que es el comedor social, se necesita un departamento administrativo de calidad. Ahí está su responsable, José María Díaz, y la administrativa Joana Rubiera. Ambas se encargan, entre otras tareas, de la parte económica. «La ciudad de Gijón aporta y nosotros aprovechamos al máximo estas donaciones», señalan. La Cocina también recibe subvenciones de la Consejería de Derechos Sociales y Bienestar del Principado, así como de la Fundación de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Gijón y mantiene una estrecha relación con la Red de Inclusión Activa (REDIA).
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Pero, ¿cómo pueden ayudar los gijoneses? Aparte de las donaciones hay otras maneras. «Pueden colaborar alquilando en El Molinón almohadillas para los asientos por 1,5 euros», señala Juan Varas, responsable de iniciativas solidarias del verano gijonés y en El Molinón. «También se puede alquilar hamacas en la playa de San Lorenzo todo el día por dos euros. ¡Es menos que un refresco!», resalta. No hay excusa para no contribuir y seguir apoyando a la Cocina Económica a poder llegar con su ayuda a todo el que lo precisa.
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