La ropa, lista a máquina
Las lavadoras eran un electrodoméstico aún inhabitual en las casas gijonesas, pero ya comenzaban a llegar a la ciudad desde Bilbao
Hoy en día suena sorprendente oír que en una casa no hay lavadora, pero en 1897 el invento llevaba menos de medio siglo de evolución ... y su presencia en las casas gijonesas era una auténtica 'rara avis'. Así las cosas, los primeros anuncios que de estos electrodomésticos se publicaron en EL COMERCIO llaman la atención. Lo primero, porque no se emplea aún el término con el que hoy nos referimos a ellas; lo segundo, porque su rareza era tal que se especifica, en ellos, su función. «Legiadoras o máquinas para lavar la ropa en dos horas», reza el anuncio publicado hoy hace siglo y cuarto en nuestras páginas. Las enviaban, desde Bilbao, los Hijos de Emiliano Amann, también con materia prima al efecto: un paquete de cincuenta kilos de lejía costaba, por entonces, 13,50 pesetas.
Si no se llamaban lavadoras era porque, en realidad, aquellas máquinas no lavaban nada. No por sí solas. Desde mediados del siglo XIX y hasta ya bien entrado el XX, las máquinas para lavar consistían apenas en un tambor en el que se introducía la ropa, el agua y el detergente y al que se le daba vueltas de forma manual, mediante una manivela. Más compleja, pero también más efímera en su existencia y con presencia ahora ya casi nula en las publicaciones históricas, salvo por el honroso ejemplo de las hemerotecas, eran las 'legiadoras', así, con 'g'. Más orientadas a centros donde las tareas de limpieza de la ropa fueran ingentes, las 'legiadoras' como la que se anunciaba en EL COMERCIO eran enormes calderas que calentaban el agua hasta hacerla hervir.
Un proceso, como el de la propia lejía que dio nombre al curioso cacharro, esencial para la desinfección de las ropas en caso de epidemias o para el cuidado de enfermos, niños o ancianos, más frágiles que el común. En Gijón seguía habiendo en 1911, cuando una epidemia de origen desconocido -previa a la de la gripe del 18- se hizo fuerte en la ciudad. «Continúa la recogida de ropas para su cocimiento en las 'legiadoras' municipales», dijimos por entonces. Casi como si hoy en día hubiera lavanderías públicas. ¡No vendría mal!
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