Los trazos de otros seres y sentires que nos atraviesan

Haruki Murakami es principalmente un fabulista que ha esculpido símbolos de la condición hipermoderna que, al decir de Lipovetsky, se deriva de habitar los topes de los tres ejes de la modernidad: el mercado, la eficacia técnica y el individuo. Es el narrador de la condición humana que se vislumbra todavía como espacio posible entre el sujeto mecánico y el sintiente. En el fondo de sus historias siempre tañe una muda cuerda sentimental que da cuerpo sutil al ambiente de sus historias.

Ha colmado de símbolos nuestro tiempo, como aquel pájaro que da cuerda y alimenta tanto la visión mecanicista de la existencia como las inaprehensibles maquinarias que derrumban la estabilidad de un personaje mundano e insignificante, que no obstante se torna héroe solitario y se lanza a la búsqueda del reencuentro de lo que perdió, o le robaron.

Su obra bebe de las contradicciones de existir en un mundo tecnologizado donde la comunicación es más fácil que nunca, pero el contacto verdadero con el otro es casi una utopía cultivable únicamente en ciudades fantásticas.

De la paradoja emana su radical y necesario humanismo: lejos de dejar vagar la pluma por los fragmentos perdidos en el naufragio del individualismo llevado a sus últimas consecuencias, las novelas de Haruki Murakami demuestran que seguir sintiendo y deseando ha de ser siempre un horizonte, y que incluso si el sujeto moderno mira dentro de sí descubrirá aquellos trazos de otros seres y sentires que nos atraviesan y niegan nuestra ficticia condición de mónada aislada.