El robo de más de 300 cisnes del parque de Isabel la Católica durante los últimos cinco años (22 de ellos en lo que va ... de 2021), como publicaba EL COMERCIO el pasado viernes, equivale a convertir en objeto de latrocinio cada seis días a un ejemplar de esa clase de elegante ave. Los ladrones han dejado en ridículo a la nutria como agente depredador de la fauna del parque emblemático de Gijón. La llondra tuvo que abandonar el escenario de sus matanzas cuando se instaló el campo de concentración de animales, con cierre electrificado, para impedirle los asaltos. Era una aprendiza, comparada con los bípedos implumes ladrones de cisnes que ejercen en el parque gijonés.
Trescientos cisnes robados, oye. Y no ha pasado nada. Nadie ha dimitido. Nada. Esos trescientos cisnes constituyen una demostración palpable de la incuria municipal que ha padecido el parque. La desatención y el abandono no son de ahora, se arrastran desde hace años. La falta de mantenimiento es manifiesta, como la carencia de vigilancia en un área de la villa a la que debería prestarse especial dedicación en vez de permitir su degradación hasta alcanzar la condición próxima a un erial.
Ningún concejal, ningún funcionario se ha dado por concernido en cuanto a la asunción de responsabilidades por las consecuencias del pillaje que diezma la población de anátidas del parque sin duda más característico del municipio, práctica reprobable que además tiene un coste económico de cuantía no despreciable para el concejo. Esa resignación o pasividad, la inacción ante los constantes robos de cisnes es lo que produce estupefacción. Robar cisnes es delictivo. Hay que preguntarse si el Ayuntamiento, como perjudicado, ha denunciado los hechos en la instancia competente. Las aves robadas son objeto de comercio ilícito. Se puede tener la certeza de que una denuncia ante el Seprona de la Guardia Civil surtiría efectos positivos a corto plazo, porque ese servicio del instituto armado está especializado en perseguir esta clase de actividades ilegales y tiene acreditada su eficacia en ese ámbito de la delincuencia. Es probable que no tardara en desarticular los canales de comercialización del producto de los robos. La cuestión radica en saber si se ha producido esa denuncia. Y no parece aventurado barruntar que la respuesta debe de ser negativa. Esa pasividad, la opacidad informativa sobre un asunto no irrelevante es lo que merece severos reproches. Tal como está la situación igual sucede que faltan muchos cisnes y sobran algunos concejales.
En cambio, muy cerca del parque, el Grupo Covadonga es un manantial de información. O de propaganda, según como se mire. El mismo día en que se dieron a conocer los resultados del expolio avícola, hacía alarde el Grupo de la concesión de 130 becas para estudios diversos -más de 70.000 euros en total- a deportistas de equipos de la sociedad grupista.
Hay cientos, probablemente miles, de jóvenes estudiantes socios del Grupo que practican el deporte por su cuenta, sin estar federados, o en otros equipos (de fútbol, por ejemplo, deporte que no figura entre los acogidos por el Grupo) que no pueden, por lo visto, ser candidatos a becarios de la sociedad de la que son miembros. Si para tener la condición de becable hay que jugar en un equipo del Grupo eso se llama amateurismo marrón, una figura que se traduce en la apariencia de ejercer como deportista aficionado y a la vez cobrar por ello, poco o mucho, en conceptos que enmascaran la realidad. Llaneza, Llana, Varela, Huidobro, Guti y tantos otros, entrenados por Carlos Ordieres, en la sede de la calle del Molino, dieron al Grupo muchos triunfos en baloncesto y no cobraban un duro a cambio, como auténticos deportistas aficionados que eran. Se trata de un ejemplo. Ellos representaban la esencia de la sociedad, que con sabia precisión definió en 1972 Francisco Carantoña, director de EL COMERCIO, a raíz de la trágica muerte en accidente de tráfico de dos grupistas pioneros y artífices de la esplendorosa realidad de hoy, Jesús Revuelta y Braulio García: «El Grupo Covadonga está hecho para que en él fortalezcan su cuerpo y su espíritu los gijoneses de ahora y sus hijos y los hijos de sus hijos, para entregarse al deporte y no para ejercitar la vanidad; para lograr una íntima satisfacción y no para ser elogiados desde los cenáculos superficiales».
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