Como en una 'discoteque'
Boris Johnson me parece un niño mimado,impertinente y grosero, que ha hecho siemprelo que ha querido gracias al dinero y a su posición social, sin medir jamás cuáles podían ser las consecuencias de sus actos
Durante los últimos días me he acordado mucho de aquellas fiestas infantiles que se hacían en las escuelas y colegios cuando éramos pequeños con motivo ... del Carnaval, fin de curso, Navidad, etc. En ellas, cada uno de nosotros debíamos llevar una taza. Podía ser nuestra preferida o una que no nos importara perder. Todo dependía, ya saben, de lo desprendido o despistado que uno fuera. La mía era roja, de plástico. Estaba muy usada, gastada incluso, pero era mi taza. Y en aquellas fiestas, los profesores, ataviados con paciencia, nos las llenaban de chocolate bien caliente y también nos daban unos cuantos bizcochos de soletilla –pero de los duros que tienen más azúcar—, para mojar.
¿Y por qué me acuerdo de esto?, se preguntarán. Por algo que nada tiene que ver con la inocencia de una taza humeante de chocolate ni con los bizcochos que en ella se mojan, sino más bien con la versión 'british' del «saca el güisqui cheli para el personal/ y vamos a hacer un guateque», del grupo Desmadre 75. Sí, soy consciente de que puede juzgarse como una mezcla un tanto extraña, pero es la asociación, extravagante o no, que pasa por mi cabeza cada vez que veo, leo o escucho cualquier nueva información relacionada con Boris Johnson y las fiestas que se montaban durante los confinamientos en Downing Street. Traigan su propia taza. Pasen y disfruten. Si pueden, traigan también su propia botella. La nevera la ponemos nosotros.
A mí, particularmente, Johnson nunca me ha caído bien. Me parece un niño mimado, impertinente y grosero que ha hecho siempre lo que ha querido gracias al dinero y a su posición social, sin medir jamás cuáles podían ser las consecuencias de sus actos y/o caprichos, a sabiendas, además, de que podría, llegado el caso de verdadero apuro, librarse de lo que fuera. Hace poco más de un año, antes de hacerse público este asunto de las fiestas en Downing Street, bajo el título 'Las imágenes de la vida loca de los líderes del 'brexit' en el Oxford de los 80', en el suplemento 'XlSemanal' se hizo un reportaje sobre Johnson, su juventud, su estancia en los 'colleges', sus amistades, muchas de ellas hoy conocidos empresarios y políticos como David Cameron, y las juergas que se gastaban. Era una información creada a través de algunas fotografías extraídas del libro 'The last hurrah' (Ed. Stanley/Barker), del fotógrafo Dafydd Jones. Por ello, no es de extrañar ni se puede llamar escandaloso al comportamiento de esta parte de la sociedad británica, por muy primer ministro que uno sea, ya que el propio sistema lo permite desde el origen. Si se deja que un puñado de niños ricos y malcriados haga siempre lo que quiera, sin que ello genere ningún tipo de responsabilidad o consecuencia, se obtiene lo que ahora vemos. Además de haber cosechado el 'brexit', pero esa es otra cuestión.
Y también me acuerdo estos días, cómo no hacerlo, de la novela 'Jill' (1946), de Philip Larkin, uno de los poetas ingleses más aclamados del siglo XX. Una joya literaria en la que, a través de las vivencias de un joven y humilde estudiante de Lancashire que va a estudiar a la ciudad universitaria de Oxford durante los primeros años de la II Guerra Mundial, ya podemos apreciar muchos de estos desmanes tarambanas y comportamientos frívolos de la clase alta y con dinero de la sociedad inglesa.
Al margen de la literatura, aunque no del todo porque –tiene cierta guasa, a mí me lo parece–, Johnson estudió Literatura y Filosofía Clásica, estos acontecimientos recientes, con o sin taza y con o sin güisqui, nos sirven para darnos cuenta de cuál es nuestra posición y de cuál es la suya en el mundo. Así, dimiten asesores, ayudantes, secretarios, pero no Johnson a pesar de que me lo puedo imaginar a la perfección diciéndole a su asistente —ofrendado también como ramplón cabeza de turco—, lo de «llevate el casete pa poder bailar/Como en una discoteque».
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