Echarse al camino
Terrazas al aire libre de un otoño veranero cargado de conversaciones políticas. De charlas entre palmeras, paseos, playas y jardines morunos. Morunos, digo, desde que ... Gijón fuera base del gobernador Munuza, un musulmán enamorado de Adosinda, la hija de Pelayo.
Gijón (in illo tempore) fue también la ciudad del cristal y de la loza. Del algodón, el hierro y el carbón. De los paisajes de Evaristo Valle y del Retablo del Mar de Sebastián Miranda. Todo eso fue cohesionando la ciudad del Patricio con Industrias, mar pescadora y tierra labrada. Lo advirtió Delibes: «El hombre no es nada sin su entorno natural, su paisaje y su cultura tradicional». Pero ahora, cuando no tienes muy claro por dónde tirar, cuando la actualidad te molesta como un furioso nido de avispas, cuando la válvula de la olla exprés empieza a hacer tuf- tuf- tuf... Cuando te empieza a faltar el aire y te sobra el móvil y las razones, siempre -sino París- te quedará echarte al camino. Temprano, ligero. En silencio, sin prisa, sin brújulas ni selfies. Preferiblemente solo, o -mejor todavía- con alguien que esté dispuesto a recordarte lo maravillosa que es la soledad en compañía.
Todas las certezas se ven más pequeñas desde un cruce de caminos. Todos los nacionalismos se ven más patéticos desde una loma. Todas las noticias y las afrentas se ven menos definitivas y lejanas a la sombra de un viejo árbol.
El que camina, no sólo huye, sino que también acomete una curiosa forma de regreso. Dejar la casa por la mañana, bien temprano, para volver varias horas después. Cansarte a conciencia para estar fresco. Quemar energías para estar fuerte. Perderte para encontrarte. El caso es que casi todas las grandes aventuras y todas las grandes ideas empezaron con un camino y alguien con ganas de echarse a él. No hace falta enfrentarse al polo norte. Basta con un motivo. Escuchar el hipnótico crujir de las pisadas. Cruzarte con un tipo al que no conoces, pero saludas. Mirar el campo. Pararte a beber y por supuesto a mear. Pasar de todo hondamente. Y salirte un rato del inmenso grupo del whatsApp. Hacerlo todo ahora. ¡Ya! Ahora cuando la política se ha embrutecido, cuando la riña por las banderas es cada vez más violenta y el nacionalismo sigue siendo la plaga que conlleva furia y ruina. Ahora, cuando la culpa es de los que se niegan a hacer cumplir la Constitución y las leyes democráticas.
Todo eso que pueden llevar otra vez a este país al borde del precipicio.
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