Gijón, destino seguro
Tú ya sabes que hoy empieza el verano, una estación que siempre es un milagro. Y que Gijón tiene un contrato de por vida con ... la playa y la mar cantábrica; esa marea que llega en olas a San Lorenzo -playa canela de nuestro vivir ciudadano- invitándonos a desafiar la gravedad de muchas cosas que nos preocupan, hunden y entristecen demasiado. Parece que será un verano sin piedad con olas de calor cada vez más peligrosas. Pero la playa, la mar de Gijón, siempre es algo así como una isla de consuelo. Quedan lejos los mercados, los ruidos, los coches, los odios y trabajos de la ciudad.
Toda esa mugre donde muchas veces nos sentimos medio muertos. Y si es cierto que, como la vida, la mar cambia de vientos, de humor y de amigos, y que lo puede dar todo y quitar mucho, también es verdad que siempre es deslumbrante y cabe en su seno toda la luz y la esperanza del mundo. La mar es más antigua y con más vida que el ser humano. Y uno conoce muchos corazones que vienen a refugiarse a su orilla, a pasear, a leer, a dormir o soñar.
Sentimentalizado por este atardecer desde la Lloca, (Virgen/Madre del emigrante, que se despide y mira más allá de sus lágrimas), ahora, en este instante, con los bordes de un poniente casi tropical sobre Cimadevilla, la mar, como el sol, también se retira hacia la raya del horizonte. Indulta a la arena dejándola con su sabor salado y sus casetas, que, como dijera Antonio Gala en una visita que hizo a Gijón: «Son como una procesión de nazarenos de colores». Más allá, Gijón tiene música propia, garitos a su medida, solarones, también horrible hormigón, mendigos y tirados, jóvenes con el blanco de los ojos color del azafrán, fútbol cargado de mitos y rituales. Es, por así decirlo, un cafetón lleno de mariaxes, un chigre lírico, sidrero y sentimental, una ciudad con sombra y flores, con sus, también, burbujas de desterrados. La ciudad del Patricio, ya se sabe, con más habitantes de Asturias; sin geografía de guerra, sin racismo, donde la mar siempre tiene una hoguera de ojos sobre ella. El verano, en fin, para uno que es demasiado mayor para sí mismo, es la dulzura de no hacer nada, 'il dolce farniente', que dicen los italianos.
Parece que será un verano con olas de calor, pero la mar de Gijón es como una isla de consuelo
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