Llueve y nieva asturianamente
Como anunciaba Virgilio, llueve y retorna la yerba a los prados. Y a los árboles les empiezan a salir los brotes y las hojas. La ... lluvia es aquí como una música asturiana, algo nuestro en una España trastornada que parece que se va a romper por su conflicto interior. Y a secar por el solitrón y la falta de agua. Y mi amiga, de cabeza con canas de la edad y flequillo bajo el cual alberga el recuerdo del hombre que se murió, fantasma ella del ocio, y –como Rousseau– paseante solitaria por orillas y jardines con su perro, ella, digo, de una edad indefinida, sin móvil y mucho olvido, la tropiezo, una vez más, merodeando por el parque de la Reina Isabel hablando sola o echando de comer a las ardillas y a los paxarinos que venís cantando. Es mi vecina de calle con la que alguna vez tomo café. Y hoy, que está lloviendo y no lleva perro, abre y cierra su paraguas de colores mirando al cielo, y me dice: «Ha visto usted cómo llueve y cómo baja el Piles. La lluvia lo ha despertado y no parece un río muerto». Entonces, cojo su paraguas, y los dos, un poco apretados, vamos hacia la barandilla del mirador del puente sorteando un grupo de jóvenes corredores de capucha y chándal, veloces como flechas. El río, lleno de fuerza, va hacia la mar, que es su otro vivir saleroso. No es el río encallado que a veces huele a caballo muerto, y a donde van las barreduras. Un río con limos amarillos de agua mala de otros ríos que corren por sus adentros. Pero hoy el Piles tiene sobre su estampa una bruma hermosa y un viento que lo riza como si fuera su misma alma.
Mi amiga, de ojos profundos y tristes, que a veces habla sola y cuenta sus cosas, me dice que el Piles es un río que le queda a la ciudad un poco a trasmano. Un río con agua dormida que solo se despereza cuando viene el monzón; aunque tiene esta hermosa vecindad del parque con sus jardines, y con el lago de los cisnes, por el que dicen que andan ratas tan grandes como gatos. Pues eso.
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