El Muro de San Lorenzo
Aquí, donde la política sigue haciéndose contra alguien, el Muro de San Lorenzo es un paisaje de mar y arena, ágora y mentidero que marca ... la hora de Gijón y el verano de todas las marchas y regímenes al aire libre. Siempre, claro, invadido por los perros que ladran y discuten entre sí. Y la mar, digo, que, cuando esto escribo, está tranquila y la gente pasea con felicidad ante ella. Los jóvenes hacen footing con cascos en las orejas. Florecen los tamarindos. Los arbustos municipales, un poco secos por la sequía, ajardinan todo Gijón como una ciudad musulmana, que lo fue en otro tiempo.
Sobre todo, el de la Católica Reina y las carbayeras que circundan los arrabales de Gijón. Y el Piles -cada vez más chupado en este tiempo- con garcetas, sin muiles y pocas, muy pocas, golondrinas.
También Gijón y el Muro de San Lorenzo está lleno de chicos y chicas del Cono Sur, de la cordillera de los Andes. Chicos y chicas acompañando alzheimeres en caminata triste por este paseo de sol, de pleamares y nordeste fanfarrón. Son mestizos y negros cargados de bolsos y pelucos. Gente que viene a buscar aquí algún horizonte, apalizados por los tiranos, en un mundo en el cada cinco días nacen un millón de personas.
El verano está en su ecuador y espero que ningún político lo estropee
Pero a lo que voy, y es que Gijón también se ha ido diseñando en los últimos tiempos como una ciudad para el pedaleo. Cada vez hay más personal subido a un sillín dándose un paseo por las calles y el Muro.
Y ahora lo que hace falta es la coexistencia pacífica entre peatones y ciclistas. Voy terminando. Y digo que, en este presente desequilibrado, favorable para banderías, fanatismo y nacionalismo, para el contagio de la mentira, para la confusión y el insulto, ir de casa al Muro de San Lorenzo bajo el sol o las nubes es una manera de que nazcan las ilusiones, se esparza el corazón y se disipen las penas. Se va pasando revista a la gente que camina entregando sus cuerpos al verano. Para algunos vienen los recuerdos del pasado, otros, en este atardecer grana y rosa, cegados por la corona del sol que va muriendo, se besan cerca de la 'Lloca', esa Madre del Emigrante que mira la mar con tristeza y dice a dios.
El verano está en su ecuador y esperemos que ningún gobierno lo estropee. Y así, oigo al pasar alguien que dice: «Que los políticos nos dejen respirar tranquilos de una puta vez». Pues eso.
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