Los bonos 'Matusalén' y el maniqueísmo
España desperdició una increíble oportunidad de emitir grandes partidas de títulos de renta fija a muy largo plazo, en lugar de priorizar las letras a corto plazo, porque se pudo garantizar un mínimo coste financiero de la deuda durante décadas
Ahora que Oriente Próximo copa las portadas informativas, por la creciente tensión geopolítica existente en la zona, el término 'Matusalén' (referido a persona muy longeva) ... está de actualidad y es aplicable a algunos de los bonos de renta fija de diferentes países, los cuales están en circulación.
En el argot financiero se entiende por 'renta fija' aquellos títulos que garantizan la obtención de unos intereses periódicos y un capital concreto al vencimiento, a diferencia de la renta variable (acciones), en la cual no hay garantizado ni el cobro periódico ni la percepción de ningún capital a fecha determinada, porque depende de los beneficios actuales y futuros que la empresa cotizada obtenga. Es decir, un bono a treinta años del Estado español emitido al 2% significa que cada año el poseedor del título percibirá un 2% sobre el nominal del título y que al cabo de 30 años recuperará el valor nominal del título. Por eso se llama renta fija, porque hay certeza de lo que se percibirá… Siempre que el estado no sea insolvente, aunque para ese problema algunos iluminados tienen la solución, que consiste en darle a la manivela de fabricar billetes. O sea, teniendo la fotocopiadora de billetes creen que lo arreglan todo. Pero, ahora, con la pertenencia al área euro y a la UE, afortunadamente nos han quitado la fotocopiadora.
El problema surge cuando una persona trata de vender ese título o bono antes de su vencimiento, porque según el tipo de interés que haya en el mercado en ese momento dicho título valdrá más o menos que su nominal. Imaginemos una persona que hace años, en aquellos momentos de QE ('Quantitative Easing'), o extrema facilidad monetaria, con el BCE y la FED comprando a mansalva títulos de deuda pública para evitar su desplome en los mercados, hubiese adquirido un bono español a 30 años, o un bono austriaco o irlandés a 100 años o un 'consol' inglés (título de renta perpetua sin vencimiento). Dicho bono tendría un cupón o pago anual con un tipo de interés muy bajo y para poder venderlo en el mercado competiría con otros bonos del estado (del mismo país, para que la comparación sea homogénea) que tienen un cupón o tipo de interés mucho más atractivo. Es decir, alguien que intente vender un bono del estado español a 30 años, al cual le falten 25 años para su vencimiento, con un nominal del 2%, estaría compitiendo con otros bonos del estado español que puedan tener un pago de cupón superior al 4% y que podría llegar a ser bastante mayor. Obviamente, el comprador a igualdad de precio preferiría siempre los títulos que pagan mayor interés, es decir, los del 4% y para conseguir vender los títulos que sólo pagan el 2% tendría que venderlos a un precio suficientemente bajo como para compensar la diferencia del 2% anual extrapolado a los 25 años que faltan para el vencimiento del título. Una de las grandezas del mercado es que iguala todas las opciones o alternativas.
Lo anteriormente expuesto es lo que está comenzando a suceder en todo Occidente, ya que hay bonos que sufren pérdidas superiores al 60% respecto al precio al que salieron inicialmente. El hundimiento del precio es mayor a medida que faltan más años para su vencimiento y a medida que hay mayor diferencia entre el tipo de interés al que fueron emitidos y el tipo de interés que se puede conseguir ahora en los bonos nuevos a idéntico plazo. Es decir, los 'bonos Matusalén', que son de renta fija, tienen de fijo el nombre, porque son una opción más arriesgada y volátil que las acciones. Con un entorno inflacionario como el actual, con la inflación subyacente enquistada, si en algún momento el paraguas protector del BCE y de la FED se cierra del todo y la deuda pública deja de tener apoyo, el precio de la misma se puede derrumbar. Y como dice Robert Shiller (Detroit, 1946), Premio Nobel de Economía del año 2013, compartido con el icónico Eugene Fama y con Lars Hansen, «los mercados de renta fija y de renta variable son como las dos caras inseparables de una misma moneda». Es decir, si los bonos se hunden, las bolsas se hundirían.
Lo que sí está claro es que países como España desperdiciaron una increíble oportunidad de emitir grandes partidas de títulos de renta fija a muy largo plazo, en lugar de priorizar la emisión de Letras a corto plazo, porque se pudo garantizar un mínimo coste financiero de la deuda durante décadas, es decir intereses a pagar. Pero el cortoplacismo de aprovechar que las Letras del Tesoro pagaban intereses negativos cegó a la hora de decidir la estructura de la deuda española.
Volviendo a Oriente Próximo, de allí procede el maniqueísmo, doctrina o forma de pensar surgida en la antigua Persia, hoy Irán, hacia el siglo III d.c., consistente en clasificar todos los hechos en 'buenos' o 'malos'. Es decir, todo se clasifica según ese sistema simplista y subjetivo. Así funciona Occidente ahora, y los hechos se juzgan y valoran según quién los haya llevado a cabo, no por el hecho en sí mismo. O sea, vivimos un profundo y manipulado maniqueísmo, que fragmenta a la sociedad y que divide cualquier hecho o situación en bueno o malo, según quién lo realice, en función de aspectos como su religión, lengua, sexo, nacionalidad, ideología, etc. Así, pues, subjetividad y parcialidad absoluta y extrema. Una técnica ideal para conducir rebaños, incompatible con la libertad. Para seres alienados y alineados y que lo son sin saberlo.
En una de esas frases que se le atribuyen al genial humorista y pensador norteamericano Groucho Marx (y si no lo dijo da igual, porque lo importante es la idea, no su autor), Groucho habría señalado que «para sentirme libre lo principal es que nadie me diga cómo tengo que pensar». Visto así, el grado de libertad actual es mínimo porque los 'ayatolás' que ocupan el poder en muchos países occidentales ya piensan por nosotros y nos dicen lo que está bien y lo que está mal. Lo curioso es que una sociedad descreída y escéptica diga 'amén'.
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