Cruyff, McLuhan y la tómbola electoral
La lucha por manejar el máximo de dinero 'vía presupuestos' conduce a hacer promesas imposibles de cumplir... a no ser que se pretenda la bancarrota total del país y dejar una deuda impagable a las siguientes generaciones
Cañones o Mantequilla? Esa es la pregunta típica que se plantea en el primer curso de Teoría Económica. El trasfondo de la pregunta trata de ... evidenciar que en cualquier sociedad empresa o familia hay un límite de recursos productivos y financieros, con lo cual es imprescindible tener que elegir entre unos objetivos u otros. Todo a la vez no puede ser. El saber popular ya evidencia dicha idea con la máxima de que 'sorber y soplar a la vez es imposible'.
Pero la lucha por el poder, o lo que es lo mismo, la lucha por manejar el máximo de dinero 'vía Presupuestos', conduce a realizar promesas a todas luces imposibles de llevar a cabo... A no ser que se pretenda conducir al país a la bancarrota total y dejar una deuda impagable para las siguientes generaciones, a modo de 'herencia envenenada' imposible de eludir. Prometer que todo el mundo será rico, alto, guapo y encima sin tener que hacer esfuerzos es altamente irresponsable, pero puede dar resultados en la patética tómbola electoral a la que asistimos. La realidad es que las cosas se consiguen por esfuerzo, con sacrificio y nunca hay nada gratis. Por eso decía el brillante economista neoyorquino Edward Prescott (1940- 2022), laureado con el Premio Nobel de Economía del año 2004, compartido con el noruego Finn Kydland, que «lo que es gratis para uno, lo está pagando otro... aunque no lo sepa o no sea consciente de ello, o lo pagarán las siguientes generaciones». Ambos, Prescott y Kydland, aconsejan establecer en la Constitución de cada país un límite legal al gasto, porque ¿qué derecho moral y legal tiene un gobernante a dejar una deuda enorme para aquellos que aún no han nacido? ¿Es eso ético?
Cambiar la meritocracia por las ayudas y paguinas conduce a la miseria económica y moral de la población, y la vuelve sumisa y agradecida porque llega un momento en el que ya no tiene otra alternativa que tener la boca abierta para que le metan el mendrugo. Lo que España necesita está clarísimo y lo sabemos todos. Otra cosa es que quien acceda al poder tenga la valentía de llevarlo a cabo. No se puede contentar a todos y el primer paso es decirle a la población la realidad. O sea, que somos un país envejecido, con graves tensiones internas, brutalmente endeudado y asfixiado por una complejísima maraña burrocrática-legal (con doble erre intencionada, por supuesto) y con una bomba llamada 'pensiones' que acabará estallando. Un país dividido porque se han reabierto viejos rencores de hace medio siglo, en lugar de mirar hacia el futuro. Un país en el que una gran parte de la población está narcotizada por un sistema educativo buenista y en el que a un pequeño autónomo, que lucha por sobrevivir cada mes, se le considera un enemigo social al que hay que arrinconar y machacar. Un país que se considera tolerante, pero en el que se ha instalado una corriente de pensamiento único a la que es difícil hacer frente, so pena de recibir epítetos vejatorios y descalificatorios de todo tipo. Un país que no es buena tierra para los jóvenes y para las siguientes generaciones. Y hay que darle la vuelta a eso con valentía.
Como creo en la libertad, y soy y seré mientras viva un rebelde intelectual, un economista de pensamiento propio, quiero aportar mi grano de arena de un modo peculiar. Por eso, aunque el cuerpo me pida lo contrario, no voy a entrar al trapo de dar publicidad a quienes ofertan al electorado cosas imposibles de cumplir. La publicidad que se la paguen ell@s. Esa forma de ataque sutil, ignorando ideas que son evidentemente perniciosas socialmente, no es nueva. Décadas atrás, un icono del pensamiento, el canadiense polifacético (sociólogo, economista...) Marshall McLuhan (Edmonton 1911-Toronto 1980) ya había apuntado que la mejor manera de que una idea nociva socialmente no tuviera éxito era no dándole difusión. McLuhan autor del concepto de 'La aldea global', es el padre de frases icónicas como «el medio es el mensaje», «somos lo que vemos», o su famosa definición de la sociedad moderna como 'La galaxia Marconi', en referencia al poder de la televisión en la formación y deformación de la opinión pública. Hoy, la televisión ya es un reducto para gente mayor y ha sido desplazada por otro tipo de dispositivos que han generado una gran adicción mundial. La misma idea de McLuhan de 'no entrar al trapo' para no difundir ideas o mensajes demenciales, siempre estuvo presente en el saber popular con la frase de 'a palabras necias, oídos sordos'.
Y como el fútbol en la sociedad española trasciende más allá de lo meramente deportivo, enlazo la idea de McLuhan con una anécdota del que fuera genial jugador y entrenador, el holandés Johan Cruyff (Amsterdam 1947- Barcelona 2016). Cruyff, hombre admirado por el barcelonismo y respetado por el madridismo, fue un adelantado a su tiempo y supuso un soplo de aire fresco por su iconoclasta forma de pensar y de afrontar los problemas. Suyas fueron aportaciones, que en su momento se consideraron excentricidades, como que el portero fuese un jugador más a la hora de atacar, o jugar con los extremos a pie cambiado (el zurdo por la derecha y el diestro por la izquierda) con la idea 'superlógica' de que así el atacante se enfrentaba al pie malo del defensa que lo marcaba, o la innovación del penalty indirecto. Cosas que ahora parecen muy normales, pero que nadie las pensó antes (es lo que diferencia a los genios, ver lo que otros no ven, verlo antes y, sobre todo, atreverse a decirlo y a ponerlo en práctica). Cruyff era un Bobby Fischer del ajedrez pasado al fútbol. Y una anécdota que se recuerda de Cruyff fue que encontró la solución perfecta para anular a jugadores del equipo rival que fuesen grandes regateadores. La solución de Cruyff era simple y efectiva. «Que nadie los marque. Como su virtud es el regate y buscan generar desequilibrio y superioridad numérica con el regate, si no los marca nadie no nos harán daño». Cruyff, genio y figura.
Por eso, basándome en la teoría de McLuhan y en la de Cruyff no he entrado a debatir en este artículo las ideas concretas de quienes prometen en la tómbola electoral cosas imposibles de cumplir. El lector inteligente sabe que 'no hay duros a peseta' y que lo que regalan a otros saldrá de su propio sudor o del de sus hijos.
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