Una libertad banal
El problema de las armas en EE UU muestra que la absolutización de la perspectiva individual frente a las exigencias del bien común conduce a una aberración social
Las últimas matanzas perpetradas en Estados Unidos han vuelto a poner el foco en la tremenda realidad de la tenencia de armas de fuego en ... ese país. Uno de los exponentes de este drama –y, por desgracia, no el único– lo representa la media de 1,5 asaltos masivos diarios. Se denominan así en Estados Unidos aquellas acciones en las que una persona ataca con armas de fuego al menos a otras cuatro, sin que los atacados sean parientes suyos. Un dato espeluznante.
Las raíces de este fenómeno social son complejas –culturales, económicas, históricas, etcétera– y de difícil solución. Como sucede con otras tantas cuestiones, esa solución ni será simple ni se alcanzará en poco tiempo ni será única. Pero eso no impide afirmar con rotundidad que lo que se sucede allí con las armas representa un completo despropósito y que se trata de algo inadmisible en una sociedad civilizada.
Con vistas a hacerse cargo de la situación y buscar soluciones, sirve de poco atender a las motivaciones concretas de quienes ejecutan esas acciones (racistas en algunos casos, psicológicas o emocionales en otros). Y tampoco ayuda mucho fijarse en las razones por las que las personas singulares consideran que deben poseer armas. Aunque no basta sin duda solo con ello, es preciso analizar –y desmontar– las razones de quienes defienden las armas. Y es en este punto en el que nos encontramos con un aspecto cultural del que quizá no somos demasiado conscientes. Me refiero a una organización social en clave individualista, en la que las consecuencias sociales del ejercicio de la libertad se obvian por completo. En el caso de las armas, no se atiende de ninguna manera a las consecuencias del ejercicio de un hipotético derecho a defenderse. Califico como hipotético ese derecho en el sentido de que la necesidad de defenderse es posterior al derecho de tenencia de armas. O, dicho de otra forma, es precisamente la maximización del derecho a portar armas y la generalización de su uso lo que hace verosímil la necesidad habitual de defenderse.
Así, pues, el problema de las armas en Estados Unidos muestra a las claras que la absolutización de la perspectiva individual frente a las exigencias del bien común conduce a una aberración social. Esta pulsión individualista se viene constatando en ese país también con el tema de las mascarillas y con el de las vacunas. Las preferencias individuales pueden, en ese planteamiento, ponerse completamente por encima de la salud pública y de la muerte de miles de conciudadanos. Cabe decir que opera aquí una concepción banal de la libertad: un sentido de la libertad que puede desatender por completo el bien común.
Si se ha entendido bien lo que he pretendido argumentar hasta aquí, y si, concretamente, se ha comprendido que estoy aludiendo no a las razones particulares de la gente, sino a un planteamiento cultural, quizá se esté también en condiciones de entender que con el aborto –que se ha puesto también de actualidad recientemente en Estados Unidos y en España– ocurre algo parecido. Para nada intento argumentar que las motivaciones de las personas concretas que abortan sean banales –como tampoco lo son las de los americanos que sienten la necesidad de defenderse–, sino que la concepción de la libertad con que la sociedad aborda este drama es la de una libertad banal, es decir, una libertad que antepone por completo la libertad del individuo al bien común.
Según el Guttmacher Institute, que promueve la denominada salud reproductiva a nivel mundial, se producen en el mundo 73 millones de abortos anuales. Es decir, se 'cancelan' cada año las vidas de 73 millones de seres humanos, porque, ¿en base a qué podemos negar al feto esa condición? Para valorar la magnitud del desastre, puede compararse la cifra anual de abortos con los 6,3 millones de fallecidos por covid en el mundo que refiere el portal de estadísticas Statista. Otro dato espeluznante.
El escaso interés social, cultural y político por resolver la lacra del aborto, así como la consideración del aborto en clave de derecho, apuntan a la banalización señalada anteriormente. Que sea un asunto potestativo de alguien la decisión de si el feto va a ser objeto de una delicadísima intervención intrauterina para curar una enfermedad o si, por el contrario, va a ser destruido (por cierto, cada vez hay más evidencia del sufrimiento del feto durante un aborto) resulta asombroso. Que la sociedad ponga tan poco interés en ofrecer a las mujeres alternativas al aborto –alternativas posteriores al embarazo no deseado, quiero decir– muestra el planteamiento banal no de las mujeres que abortan, sino de la sociedad que aborda de esa manera el problema.
Una concepción no banal de la libertad es aquella en que la libertad individual se articula con el bien común, del que se excluye cada año a 73 millones de seres humanos. Ciertamente, tal articulación muchas veces resulta problemática y ardua, pero, seguramente, uno de los desafíos más interesantes y necesarios de nuestra civilización consiste en articular esos valores.
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