El maldito Eldorado
Esta nueva crisis que se avecina, junto con las anteriores, hará que Eldorado, si alguna vez existió, se aleje todavía más y nosotros naufraguemos con nuestras vidas, de nuevo, contra el muro del tiempo
En busca de Eldorado. Así, como en la canción de Carlos Goñi (Revólver), nos pasamos la vida. Da igual si vimos o no a nuestros ... padres correr en busca del maldito Eldorado y da igual si les vimos o no caer. Da igual. Estamos, en muchos casos, repitiendo la misma historia. Su historia o esa historia. Corremos y caemos en la búsqueda constante de una vida mejor mientras, en realidad, la vida, la de verdad, la auténtica, se nos escapa; mientras la vida se nos va.
Siempre me acuerdo de una frase que me decían mucho en casa cuando era pequeña: «Estudia, hija. Tú estudia mucho que así serás alguien en la vida». Me lo decían mis padres y mi abuela, y yo, niña obediente y un poco resabidilla, les hice caso. No sabía a qué se referían exactamente con ese 'alguien'. Igual era un alguien importante, de los que permanecen, o igual ese alguien solo era tener un buen trabajo que me permitiera poder vivir con cierta holgura, sin los apuros que a ellos les había tocado pasar. Y les hice caso, vaya si se lo hice, pero da igual, porque para muchos de mi generación Eldorado tampoco era o es para nosotros. Crisis tras crisis, asistimos al empoderamiento paleto, a la subida a los altares de la ignorancia, a un intrusismo laboral cada vez más sangrante, al ensalzamiento de la estulticia y a la glorificación de la memez. ¿Quién da más?
Piensen. Piensen en esto que les digo. Piensen en los triunfadores de nuestro país. Quiénes son. Y no me sirve aquello de «hecho a sí mismo», como se ha llegado a decir de todos los hijos que heredan las grandes empresas de sus padres (empezó doblando jerséis. ¡Venga ya!) o de gente que, no queda tan lejos, resulta que acabaron en la cárcel, tipo los Mario Conde del mundo. Les dedicamos odas mientras nuestro futuro hace la maleta y se marcha porque aquí preferimos lo que preferimos. Es lo que tiene la longeva mediocridad y la muerte, por contra, de la inteligencia general.
«Cometí mis errores más bien pronto que tarde», reza la canción de Goñi y yo pienso, cada vez más a menudo, que los sigo cometiendo porque, ingenua, todavía creo, de vez en cuando, que Eldorado existe; que Shangri-La existe o que Rosebud nunca ardió. Claro que es un sentimiento cada vez menos intenso y también cada vez menor, pues la realidad, la vida, las caídas, se imponen. La realidad es déspota, cruel y le importamos bien poco cada uno de nosotros.
Luchar por una vida mejor mientras la vida de verdad se va. Qué paradoja. Además, tras la pandemia vivida y ahora la invasión rusa, a muchos, el sentido de la vida se nos ha transformado de nuevo. Ya saben de qué sentido les hablo. De ese que ya no quieren que tengamos porque nos han convertido en masa impersonal para que olvidemos aquello de sentir qué quiero ser de verdad; qué es lo importante; qué necesito. Sentirse valorado y sentirse bien. Ser crítico y justo. Equilibrado con uno mismo y los demás.
Y esta nueva crisis que se avecina, junto con las anteriores, hará que Eldorado, si alguna vez existió, se aleje todavía más y nosotros naufraguemos con nuestras vidas, de nuevo, contra el muro del tiempo. Y puede resultarles esta reflexión derrotista, pero no lo es. En absoluto. Es simplemente sinceridad y realismo puro, del que duele y hace derramar lágrimas, pero necesario. Las políticas exteriores e internas y empresariales se olvidan de generaciones enteras que vivirán cada vez peor porque el maldito Eldorado está reservado solo para unos pocos. Y esos pocos, volvamos a pensar, miremos a nuestro alrededor. ¿Quiénes son esos pocos?
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión