Cuando no es malo caer en las redes
Han traído conocimientos de personas interesantes, que escriben o cuelgan sus preferencias artísticas o cómicas generando admiración, por más que haya, de ambos géneros, mucho crispado, buscón, sectario y 'hacker' de andar por casa
Como pueden suponer, me refiero a las sociales; no a las de las pescas milagrosas de los Evangelios ni a las de las actuales y ... tan condicionadas, política y ambientalmente, faenas en el mar.
Hay, en estos tiempos duros que nos toca vivir a quienes no padecimos guerras, amplias campañas, vídeos y hasta memes (la RAE ya admite este término y cosas peores), comparando la cultura de hace apenas un cuarto de siglo con la dependencia de terminales móviles, no sólo para 'ilustrarse' en los buscadores, sino, sobre todo, para postear y chatear (verbos existentes, pero a los que el Diccionario da un significado más clásico) en las famosas redes sociales. O colgar fotos e 'historias' para obtener un 'like', lo mismo desde nuestras Cangas que desde las antípodas. Esos mensajes moralizantes abundan en la pérdida de valores e interés por la cultura y la ciencia, para las que internet ha aportado caudales de sabiduría, pero que no son el inmediato objeto de deseo de los cibernautas de zapatilla y sofá o de una parte de ese estudiantado 'online' de distintas edades y enseñanzas. Se suele, en plan nostálgico, recordar a quienes en los setenta u ochenta del pasado siglo nos fuimos haciendo adultos con otras inquietudes y sin esas servidumbres cibernéticas, próximas a las ludopatías.
Todo eso es cierto y quienes nos dedicamos a la docencia –y más ahora que ni vemos en las clases no presenciales al alumnado–, observamos carencias muy importantes de formación y estímulo, aunque no sean generalizables. Todo es más fácil –y ya no hablo de los nefandos aprobados generales o generosos– y también más perecedero en unas mentes a las que se les ha desprestigiado el ejercicio memorístico. Los resultados son evidentes, como ocurre con el copia y pega con el que, algunos profesionales de la abogacía aburren en los tribunales transcribiendo docenas de sentencias, alguna remotamente análoga a su caso, en la creencia de que eso da lustre a su pretensión y causa la admiración de la clientela.
Podría, en efecto, poner muchos ejemplos descorazonadores de lo que los medios informáticos nos han traído. Hace pocos días, confesaba aquí que siempre había pensado que la Administración electrónica y la condición de miembro de la Unión Europea arrumbarían con la burocracia decimonónica de nuestro país… y ha sido todo lo contrario. Pero también hay muchas cosas buenas, pese a lo mal que se está abordando la brecha digital.
Pongo un primer ejemplo, alusivo, por cierto, a un mundo cultural que me seduce: gracias al acceso desde el ordenador, tableta o celular a la prensa, todos los amaneceres –soy madrugador– me voy enterando, con preocupación, cuando no con enfado, de los fracasos en la selección de contratista para restaurar la cúpula del templo de la Laboral, que, personalmente, me fascina; o de que, mientras no puedan venir paganinis no asturianos, no se puede visitar la Catedral como Dios –El Salvador– manda; o que no hay voluntad de pacificar con sentido común y conocimientos científicos las obras del Chao San Martín. Y muchas cosas más que, como la temática energética del hidrógeno o los eólicos, nos tienen en vilo a los asturianos, por no hablar de las desgracias sanitarias, económicas y territoriales de este país tan grande y tan golpeado.
Pero añado un segundo ejemplo, personal, aunque transferible. Durante la pandemia y los aislamientos, las redes sociales, WhatsApp o las plataformas de videoconferencia, nos han dado casi tanto oxígeno como los benditos respiradores de las UCI. Hablar y ver a parientes y amistades distantes –aunque sólo fueran unos kilómetros– ha sido un paliativo providencial. Pongámonos unas décadas atrás y toda la población estaría tocada neurológicamente. Las redes nos han traído reencuentros con antiguos colegas. Y conocimientos de personas interesantes, que escriben o cuelgan sus opiniones o preferencias artísticas o cómicas generando admiración, por más que haya, de ambos géneros, mucho crispado, buscón, sectario y 'hacker' de andar por casa.
Bien puedo decir que, en este justo año desde la declaración del estado de alarma, he recibido mucho más afecto en las Redes que en la calle, cuando éramos felices… e indocumentados sobre el COVID.
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