Carmona
A partir de ya, sonará como Iniesta, como Rafa, como Seve o como Pau. Es decir, a alegría y a gloria, que falta nos hacen
Hasta el pasado día 20 de agosto, cualquiera que preguntase por el apellido Carmona en estos lares podría encontrar dos respuestas posibles: si el interpelado ... era aficionado al fútbol, tiraría de memoria y se acordaría del Carmona del Sporting, aquel interior al que unos apodaban 'ensaimada' por su origen mallorquín, y otros, al menos en la parte del campo en la que yo solía recalar, le llamaban 'el chepu', por su forma de correr con la espalda arqueada. A otra gente menos futbolera puede que el asunto les sonase a música, por lo de los hermanos de Ketama, grandes artistas. E incluso podría suceder que alguien duro de oído, confundiendo la 'o' con la 'e', dijera que esa había sido alcaldesa de Madrid, la entrañable Manuela a la que le hacían tanta gracia los okupas, mientras fueran a la de otro y no a su casa.
Pues bien, a partir de ahora hemos de saber que el protagonismo de todos los anteriormente citados, lo ilustre de su apellido, se va a diluir cuan azucarillo. Desde la final del mundial femenino, su terrón de fama va a desaparecer en un enorme tazón de colacao, que es energía para los campeones, o mejor dicho campeonas. Por banda izquierda, cuan moto GP, entró Olga, protagonista de este artículo. A partir de ya, Carmona sonará como Iniesta, como Rafa, como Seve o como Pau. Es decir, a alegría y a gloria, que falta nos hacen. Para colmo, resulta que Olga es sevillana, o sea 'de casa', por lo que las probabilidades de que nos fastidie con un 'not Spain' o una banderita alternativa son pocas. A nuestra heroína le gusta el flamenco, el calor y puede que hasta su país, lo cual es muy de agradecer.
Cualquiera que haya dado dos patadas a un balón sabe que el gol de Carmona no es fácil de meter. Un lateral que llega desde atrás y que sabe pisar el área para cruzar con precisión al palo largo no es moco de pavo, y requiere no sólo técnica sino una enorme potencia, un físico portentoso. Da igual el sexo, la mayoría sacarán el balón por el banderín de córner, se aturullarán, tropezarán, o jugarán la pelota 'pa atrás', que con eso ya han cumplido. Pero nuestra Olga no, esta entra como un estilete, y encima le tiene cogido el gusto, es reincidente.
No quiero quitar mérito al resto de jugadoras de la selección, porque hay otras muchas que merecerían mil halagos. Algunas de ellas ni contaban, a la sombra de las famosas doce del desplante, que se creían estrellas sin haber empatado aún con nadie. Mas, mira tú por donde, las del plan 'B' han dado una enorme lección de humildad, motivación y garra. Y de fútbol, claro, que esto se juega con los pies (y también con la cabeza). En todo caso, me centro hoy en la intrahistoria de Olga Carmona, porque es como para emocionarse. Me refiero a lo vivido por ella y su familia, tan lejos de casa. Que a una chica de 23 años se le muera su padre, que tengan la fortaleza para no contárselo, que en su ignorancia se convierta en protagonista de un hito como el vivido y que haga un homenaje con su gol a otra persona, recién fallecida también, es como concentrar en un pequeño frasco el elixir de la vida misma. En un mismo acto, vivir la fortuna y la desgracia. La existencia, sus luces y sus sombras, sus alegrías y sus penas, de golpe y en un solo trago.
Luego, una vez concluido el encuentro y consumada la hazaña, apareció Murphy con su famosa ley a agriar la noche de Sidney, poblada de chicas valiosas entre algún que otro zafio. Como se suele decir en cristiano, no te preocupes, que ya vendrá alguien a cargarse la procesión. En este caso el jefe, que es el que menos juega, pero el que más gana. Irrumpió así el macho alfa, el gañán, y como dicen los ingleses, 'the shit hit the fan', la mierda tocó el ventilador, dejándolo todo perdido. El incidente del 'piquito' (qué expresión más ridícula) intentó convertir un hito histórico del deporte español femenino en polémica, indignación y barro. Qué paradoja, que el que no juega y está, como quien dice, para mirar y dar tabaco, se monte su propio momento de 'gloria' a costa de una chica desprevenida, que encima estaría ya de por sí fastidiada tras fallar su penalty. Lo peor fue que, horas más tarde, el gorila aún no había entendido por qué la gente se había molestado. Menuda lumbrera al mando. En cualquier caso, la fiesta no hay quien la pare, ni siquiera un botarate contumaz y bien pagado como éste. Como ya nos avisaron los de Coz con su canción, las chicas son guerreras, y los que alguna vez pensamos que el fútbol era un deporte de tíos estábamos, una vez más, equivocados. A callar, y a aplaudir. Oé, oé, oé.
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