Tal día cómo hoy, hace cinco años, después de mes y medio de lucha, de preguntar cada día cómo iba, de hablar con Carmen, ... su mujer, con su amigos, sobre si Lucho podría vencer al maldito virus, llegó una de esas llamadas que uno no quisiera haber recibido nunca. Luis Sepúlveda había muerto. Recuerdo cómo en medio de aquella catástrofe, con todas y cada una de las páginas del periódico contagiadas también por la maldita pandemia, quienes cada día teníamos la fortuna –o la desgracia– de caminar por las calles vacías hasta la Redacción para seguir, día tras día, contando lo que pasaba, despidiendo a los muertos, sumando contagios, observando cómo la economía se destruía, animando desde nuestro teléfono a sanitarios, policías, funerarios, kiosqueros o militares que se venían abajo ante el inmenso dolor al que tenían que hacer frente, en aquellas jornadas interminables en las que la primera llamada de la mañana era tan terrible como la última de la noche, el teléfono sonó distinto, como triste, y después una voz de alguien que hoy tampoco está me dijo que sí, que había sucedido. Que aquel hombre bonachón por quien ayer leían poemas su esposa y amigos, aquella risotada inmensa, el contador de historias que cuando no le gustaba una vida se inventaba otra, había dejado de imaginar para siempre. Más allá del hecho en sí, para mí al menos, Sepúlveda se había convertido, sin saberlo, en símbolo de resistencia. Encarnaba la esperanza de que podríamos salir de aquella. Pero una vez más, la belleza había sido derrotada. ¿Qué nos quedaba? Ayer, un lustro después, cuando despedíamos a Vargas Llosa, todo se me había olvidado. No me levanto cada día sobresaltado ni lloro a escondidas cuando nadie me ve. Las calles han retomado su vitalidad, no hay mascarillas, han vuelto los besos. La Semana Santa sí va a celebrarse, y hay fútbol. Los propósitos de ser mejores no sé qué ha sido de ellos. Veo a algún compañero enfadado por cualquier asunto, en comparación, intrascendente. Como yo, también parece haber olvidado. Un nuevo caso de amnesia por sufrimiento del que no queremos ser tratados.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.