Días aciagos
Quien no los ha tenido, que se siente a esperarlos. Se presentan cuando menos lo esperas, a veces como consecuencia de una incubación subterránea y ... silente y de pronto emergen a la superficie para asombro de la víctima, aunque fraguarse fue obra a veces de largos años y a veces de semanas o meses. Otras veces, consecuencia previsible de algunas variables que se juntan, a veces por errores involuntarios, a veces provocados por otros y a veces por la casualidad o el azar. El caso es que su ocurrencia es inevitable y procede afrontarlos.
Y ante lo inevitable caben varias posturas. Una, no infrecuente, es mirar al cielo y acordarse de los dioses que nos han olvidado y soltar todos los tacos que ofrece el diccionario. No da resultado, salvo el puro desahogo. Otra, algo más frecuente, es tratar de negar lo inevitable y evidente, es decir, cerrar lo ojos o esconder la cabeza, pretendiendo no querer ver lo que en cuanto los abres te deslumbra con su potente luz. No da resultado, mas allá de engañarse. Otra es agobiarse, angustiarse, encogerse, llorar y perder el sueño, la tranquilidad y las ganas de seguir peleando. El resultado es, cuando menos, negativo y puede ser nefasto. Y la otra es pararse a respirar, armarse de un poco de paciencia y recordar que, pasado algún tiempo, pueden ser horas, días o semanas, el sentimiento de desgracia suele ir remitiendo, si a ello le añadimos haber intentado hacer lo que buenamente pudimos. Y cuando recuperamos la calma y la serenidad nos damos cuenta de que fue lo acertado. Es lo que se conoce como relativizar las cosas. Esto no es nada fácil porque requiere cierto entrenamiento en saber afrontar las desgracias, adversidades y contratiempos varios. Pero es lo indicado porque de lo contrario nos vemos siempre expuestos a amargarnos la vida y perder el humor, la gracia y la ilusión, a veces durante largo tiempo, lo que en sí ya constituye otra desgracia. En consonancia con lo anterior es siempre lo adecuado tener en mente que la vida es un valle de lágrimas que brotan, si no diariamente, sí con cierta frecuencia. Pero que los días normales y buenos son más abundantes que los malos. Es decir, mirarlo en perspectiva para ponerlo en relación con toda nuestra vida, restando la importancia que se pueda a los aciagos.
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