Nervios ante el calendario
Nos invade la inquietud de la cuenta de los días que nos evidenciarán hasta qué punto hubo excesos en las fiestas y se manifestarán en forma de contagios, seguidos de ingresos y cuadros, en ocasiones, muy graves
Pasadas ya las Navidades, con la traca final de los regalos de Reyes, nos invade a los asturianos una inquietud más que justificada. No es, ... precisamente, el tembleque ilusionante, pero insomne, de la infancia ante la venida de los Magos. Es la cuenta de los días que nos evidenciarán hasta qué punto hubo excesos en las fiestas y se manifestarán en forma de contagios, seguidos de ingresos y cuadros, en ocasiones, muy graves.
Que las autoridades de salud pública de Asturias, que junto al personal sanitario se han ganado otro sobresaliente en la administración de la primera remesa de vacunas, nos alerten de que podría haber un nuevo confinamiento domiciliario, es para echarse a temblar. Quiero pensar que es una hipótesis prudente de trabajo, pero me afirmo en que, de producirse un empeoramiento de la propagación de la pandemia en nuestra región, habría que plantearse muchas cosas en relación con parte de nuestra vecindad.
Aún en la noche del 6, en una avenida próxima a mi domicilio, a un minuto del toque de queda, en una suerte de soportales, pude ver a un grupo amplio de jóvenes -aunque edad y sexo poco importan- sin rastro, ni en el codo, de mascarilla y echándose el humo del cigarro de forma claramente intencionada y retadora. Tal parecía un fumadero de opio, como aquellos establecimientos donde se vendía y fumaba la sustancia extraída de las cápsulas de la adormidera y que, tanto en origen como en propagación, en América y Europa, asociamos a China. Como en tantas ocasiones desde el primer estado de alarma, intenté localizar por las inmediaciones a algún agente de la autoridad, pero está claro que no tengo suerte, incluso cuando he tirado de teléfono. No era cuestión de delatar, sino más bien de evitar un mal más que posible a los propios transgresores y a sus próximos.
Porque, hablando de China, nuevamente el gran país asiático, tan disciplinado, ya se sabe, ha registrado, tras dar por superado el ataque del virus, un último -por el momento- rebrote de la Covid-19. Hace unos días, ya se contabilizaban bastantes más de cien casos en la ciudad de Shijiazhuang, con una variante sudafricana, de la que se dice, como ocurrió con la británica, que es mucho más contagiosa que la cepa original. En la provincia de Guangdong (Cantón en buen español), concretamente, ya se ha restringido la movilidad de los once millones de personas de su capital. Haciendo un inciso, siempre acoto con estos ejemplos en clase, cuando cuento que en España se llama municipios de gran población a lugares como Gijón u Oviedo...
Vuelvo al calendario, en una fecha que me trae muchos recuerdos que, por pudor e intrascendencia, no voy a contar, pero que, coincidentemente, se relacionan con mi vida académica. Porque, en suma, lo importante, supongo, será ver en cosa de ocho días cómo están nuestros hospitales y cómo evoluciona esa especie de partes de guerra que la Consejería del ramo nos ofrece y que aguardamos, a diario, con expectación, que no siempre es esperanza.
Desde el control meritorio del primer oleaje -¿o es el mismo que se retrae y se recrudece?-, he intentado no escribir en esta columna sobre el coronavirus, aunque no siempre lo conseguí. La 'nueva normalidad' consistiría en pensar que sigue habiendo cosas no demasiado trastocadas por el virus, incluidas alegrías, ilusiones, amor o trabajo, pese a tantos condicionantes. Pero, sin ser ni augur ni epidemiólogo, creo que estamos en un momento crucial y, como los expertos dicen, se trata de minimizar daños hasta que la vacunación llegue a un alto porcentaje de destinatarios, que somos potencialmente casi toda la población.
Ahora comienza un nuevo período escolar y académico, en el que las dudas subsisten, presencialidad incluida. Doy fe del contraste entre situaciones irresponsables, como la comentada en las primeras líneas, y los exigentes protocolos de salubridad y prevención que se adoptan y vigilan en todos los niveles educativos. Y no es casualidad: detrás de la profilaxis -lo sabían bien nuestros Ilustrados-, está la educación. Esa que también hemos echado en falta, sectarismos fanáticos al margen, en las bochornosas escenas de insurrección que nos han llegado desde una de las cunas del constitucionalismo.
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