Salvar el sentido común
El asunto es si existen algunos principios, juicios o sentimientos que puedan soportar los embates de una filosofía crítica, para la que todo -incluido el sentido común- no son sino construcciones sociales sin ninguna validez perenne
Uno de los primeros 'best sellers' de la época moderna quizá haya sido el panfleto publicado por Thomas Paine en 1776 en Filadelfia, Estados Unidos, ... en el contexto de la lucha por la independencia de las trece colonias del imperio británico. La obra alcanzó en tres meses una difusión de 120.000 ejemplares en aquellas colonias. El título del panfleto era 'El sentido común', y en él se argumentaba de modo comprensible para todos los colonos que independizarse era cuestión de sentido común.
Más de dos siglos después, el sentido común no goza de muy buena salud. No solo es que se cuestione la idea misma de sentido común; es que parece brillar por su ausencia. Ya Voltaire -¡un ilustrado!- se quejaba de que el sentido común no era tan común, y en España el dicho popular sentenció ya hace mucho tiempo que el sentido común es el menos común de los sentidos. La agenda social y política actual nos proporciona buenos ejemplos de ello. Sin ir más lejos, representa todo un desafío al sentido común la controvertida propuesta de 'ley trans', en la que el género es algo que procede de la simple autodeterminación del individuo y, además, establece que en el caso de menores los padres tienen poco que decir al respecto, y que plantea prohibir, incluso a las mismísimas personas afectadas, el recurso a las terapias de aversión, conversión o contracondicionamiento (signifique tal palabra lo que fuere...).
Por su parte, la prometida 'ley de familias' parece dispuesta a acoger bajo este concepto cualquier tipo de convivencia, incluida la de estudiantes compañeros de piso. En comparación con semejantes barbaridades podrían parecer cosa menor, pero no lo son, las políticas educativas que desautorizan por completo a los profesores y que convierten el aprobado en norma obligada para el sistema educativo. También le deja a uno con la boca abierta la sanción de hasta 10.000 euros que contempla el anteproyecto de Ley de Bienestar Animal para castigar el uso de los animales como reclamo en el ejercicio de la mendicidad. Se queda uno patidifuso cuando escucha a una periodista de radio lamentarse de que los padres de un barrio socialmente deprimido pueden encontrarse en el dilema de tener que elegir entre dar de comer a sus hijos o a la mascota.
No pretendo en estas líneas agotar el elenco de desatinos, sino 'salvar' argumentalmente el sentido común, cuestionado también a nivel teórico sobre la base de las modulaciones históricas y culturales que puede experimentar. Ciertamente, la esclavitud y muchas otras barbaridades a lo largo de la historia han pasado como de sentido común. Sin ir más lejos, cabe pensar que a muchos coetáneos de Paine les parecería natural y de sentido común la sujeción de las colonias a su graciosa majestad.
La cuestión es si el sentido común es tan maleable como en ocasiones tiende a pensarse. O, dicho de otra forma, si realmente el sentido común se encuentra al abrigo de las transformaciones históricas y culturales. El asunto es si existen algunos principios, juicios o sentimientos que puedan soportar los embates de una filosofía crítica, para la que todo -incluido el sentido común- no son sino construcciones sociales sin ninguna validez perenne. Según Aristóteles, quien necesita razones para no pegar a su madre no necesita razones, sino palos. Lo traigo a colación para argumentar que, pese a todo, hay cosas de sentido común que parecen soportar bien la prueba del tiempo.
Pero, por su propia naturaleza, la existencia y el contenido del sentido común son cosas que no cabe demostrar. Si se me permite una rimbombante expresión filosófica, da la impresión de que el sentido común es auto-fundante; es decir, no puede acudir a nada externo a sí mismo para demostrar sus contenidos, lo cual no es del agrado de nuestra mentalidad racionalista. Así que, tanto la existencia como los contenidos del sentido común solo los podemos asumir por sentido común. Y, aunque esto pueda parecer un trabalenguas, también es de sentido común estar un tanto prevenidos contra el sentido común, porque no siempre es de sentido común lo que parece serlo.
Así que, seguramente, las personas transexuales necesiten algunos apoyos que la sociedad no les ha dado hasta ahora; quizá la descomposición de la familia requiera también que la sociedad establezca ciertas ayudas que antes no se contemplaban. Probablemente sea cierto también que nuestra sociedad deba preocuparse más por el sufrimiento de los animales y que haya que estar prevenidos contra un exceso de competitividad en las aulas. Pero nada de esto habría que intentarlo al margen del sentido común. No estaría nada mal que las políticas progresistas fueran algo más cuidadosas con el sentido común, no vaya a ser que acaben apropiándoselo esos actores políticos que se cierran a toda forma de progreso.
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