'Spanish fair play'
Es de sobra conocido que al latino, a diferencia del anglosajón, el asunto del 'fair play' le cuesta un poco más, se nos atraganta a ... veces esta cosa del juego limpio, entendido no solo en el ámbito deportivo, sino en el vivir en general. No obstante, a la gente de mi generación, que tampoco es que seamos el eslabón perdido, o neandertales a los que han enseñado a andar con la espalda recta, nos solían inculcar desde pequeños en nuestras casas y centros de enseñanza la idea de justicia como modo de conducirnos por la vida. Era algo habitual eso de confrontar la opinión de alguien que te decía si algo era justo o no lo era, y más si de paso te explicaba el por qué. 'Esto es una injusticia' era una frase lapidaria, rotunda, y más aún si iba acompañada de un argumento claro y convincente. Quedaba en tu mano actuar en consecuencia o no, porque al final vivimos en una sociedad libre y podemos hacer, dentro de un orden, lo que nos da la gana. Pero no cabe duda de que cuando alguien te espetaba 'esto no es justo' se hacía un silencio que, cuanto más prolongado, más patente dejaba la claridad del juicio y ya había poco que discutir, dejemos de marear la perdiz.
Diría que los 'baby boomers' nos hemos educado y desarrollado según ese código de lo que parece ser justo y lo que no lo es. Tendemos a aceptar lo justo y, por la misma razón, nos vemos con derecho a rebelarnos sin miedo ante la flagrante injusticia, incluso desde pequeños, por respeto al concepto, a la palabra justicia en sí. La injusticia tiene que ver con la desigualdad, y se acentúa cuando alguien está en una posición más débil, cuando es más vulnerable. Si un niño, aunque no levante un palmo del suelo, te dice convencido que algo no es justo, el adulto sensato se para, puede que reflexione, puede que le pregunte por qué e incluso puede que cambie su forma de actuar. Así ha sido siempre en este imperfecto mundo en que vivimos: a veces hay destellos de justicia que hacen que nos entendamos y que la rueda siga girando.
Mi modesta sensación es que todo esto parece estar cambiando en los últimos tiempos, y más aceleradamente, si cabe, desde que nos ha llegado esta nueva realidad que nos está tocando vivir. Nos estamos acostumbrando a convivir con la injusticia en nuestros hombros, como si esta ya no pesara, como si los platos de la ancestral balanza se hubieran vuelto de ligero carbono, ingrávidos, volátiles, aerosoles como el maldito viajero de Wuhan. Conceptos como ética, moral, o costumbre, que es fuente del derecho, y por tanto base de la justicia, ya no pesan tanto como antes en las diezmadas balanzas. Es más, casi suenan ya a pitorreo. Incluso el análisis, la debida documentación, el contraste de opiniones o la tan saludable duda, han desaparecido de las plataformas de contrapeso. La diosa Iustitia, venerada desde tiempos de los romanos parece estar 'missing', quizás en huelga, o en ERTE, confinada por un rastreador, o incluso de vacaciones presidenciales a cuerpo de pseudo-rey en el palacio de La Mareta.
Y, si no, díganme ustedes como se entienden tantas cosas con las que tenemos que lidiar últimamente por estos lares, casi hasta llegar a acostumbrarnos como Platero a las orejeras. Que unos sufran mientras otros se divierten, que unos se vacunen y otros no, que unos viajen y otros apenas salgan. Que a unos les permitan mientras a otros les prohíben. Que unos anden con mascarillas por la calle, y otros, como jocosamente anuncia la máxima autoridad de nuestra sanidad, con sonrisas. Que a unos les indulten mientras que a otros les persiguen sin fin. Que unos okupen o allanen propiedad ajena mientras otros no se pueden defender. Que unos vean recortados drásticamente sus ingresos mientras los que les gobiernan no dejan de percibir ni un céntimo. Que unos derrochen presupuestos y CO2 en aviones privados vacacionales, mientras otros no pueden encender el aire acondicionadoy se achicharran por miedo a un recibo imposible de afrontar. Que a unos les amenacen con sus futuras pensiones mientras a otros les regalan generosas subvenciones, cuestionadas por el mayor de los ingenuos. Que nos digan lo que tenemos que hacer, decir, pensar, comer, beber y respirar. Que nos digan cómo tenemos que educar a nuestros hijos, y que encima nos recuerden que ni siquiera son nuestros. Son tantas cosas, y vienen tan seguidas, que no nos da tiempo ni de olvidarnos de ellas.
Qué quieren que les diga: un españolito educado en aquella libertad de la tan supuestamente odiosa y nacional transición, acostumbrado a pensar, a decidir, a opinar, a poner la lavadora cuando le viene en gana y a comer carne de vez en cuando, todo esto no le cuadra, no lo ve claro. Este tejemaneje no se lleva del todo bien. A un pitecántropo habituado a respetar al vecino, al alcalde, al cura y a la pasma, se le hace extraño su nuevo hábitat. Será cuestión de tiempo, pensarán algunos. Puede que algún día acabemos todos en la misma fila, callados, pidiendo todos lo mismo, y agradecidos por nuestra ración diaria de lo que sea. Quizás tenga que ser así. Pero, de momento, y mientras el cuerpo aguante, toca a rebato.
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