Vivencias de un Gijón cercano
Aunque nos conocíamos de vista desde que éramos niños, la primera vez que hablé con Alfonso Peláez fue en Zahara de los Atunes, hará unos ... veinte años. Como a otros asturianos, a Alfonso le fascinaba el Campo de Gibraltar con sus recoletas y a la vez inmensas playas, que a finales del siglo pasado estaban aún sin explotar, y casi sin explorar. Era curioso ver como una persona tan apegada a su tierra natal, disfrutaba de otros paraísos en cierta medida tan diferentes, sin cambiar un ápice de su forma de ser gijonesa. Decía Aristóteles que el hombre es un ser social por naturaleza. En la personalidad de Alfonso, esa sociabilidad más que natural era algo esencial, que se encaminaba a un apego a la gente, lo que habitualmente se llama bonhomía, y que en su caso solía desembocar en un profundo sentido de la amistad.
Como persona sociable, Alfonso disfrutaba con las anécdotas, los sucesos y las cosas cercanas que compartía con la conversación y con una forma de escribir directa, ligera y supuestamente despreocupada. Él fue un escritor de vivencias próximas.
Su estilo, siempre espontáneo y natural, me recuerda a esos pintores que, con un esbozo aparentemente muy sencillo, hacen un cuadro rico en detalles y sugerencias. Peláez en un par de líneas enlazaba el dato autobiográfico con la historia menuda de Gijón, referida con frecuencia al Gijón de la segunda mitad del siglo pasado. Por ello, sus libros nos adentran, al menos para las personas de mi generación, en un mundo de recuerdos, de sabores, de colores –hay libros como «Tiempos pretéritos» soberbia y generosamente ilustrados por pintores gijoneses– que nos resulta encantadoramente familiar.
En el 2001 Alfonso Peláez público su primer libro, «Once años de nuestra vida», aparentemente y en una primera lectura unas memorias amables, ligeras, y con una discontinuidad que las hace entretenidas, de sus años de colegial en el Colegio de La Inmaculada, de los PP Jesuitas, ilustrada por dos dibujos de Javier del Río. He vuelto a releer el librito, y, sin perder esa agilidad, parece que el libro tiene el aire de una hermosa elegía escolar y gijonesa, en el que se aúnan sus recuerdos con nuestras vivencias.
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