Gabriel Ordás Compositor
«Mi trabajo es mucho de madriguera y en Nueva York va todo rapidísimo»«En la sala de ensayo del Teatro Filarmónica hay poco espacio, no se puede trabajar apenas el sonido y se respira mal»
Raquel Fidalgo
Oviedo
Sábado, 26 de julio 2025, 22:31
Pasa el verano en Asturias, pero su vida y su carrera hierven ahora en Estados Unidos. Gabriel Ordás (Oviedo, 1995) es un compositor, violinista ... y pianista cuya relación con la música es casi tan antigua como su propia memoria. Incombustible y creativo, con casi un centenar de composiciones a sus espaldas, es uno de los principales exponentes de Asturias.
–¿Se considera más compositor, violinista o pianista?
–El violín como tal lo empecé a los seis años, a los tres empecé ya a leer partituras y a saber un poquito lo básico. A día de hoy, tengo más movimiento como compositor y tengo más de noventa obras compuestas. Al final, en el día a día creo que para el compositor es muy bueno tener ese contacto directo y siempre busco alguna ocasión para hacer conciertos. De hecho, en Manhattan tuve hace poco algunos estrenos de obras de otros compositores que llevé a cabo con el violín.
–Su trabajo como compositor es casi 'de madriguera'. ¿Cómo se equilibra esa introspección con la necesidad de conectar con el público?
–En el día a día, al final, aunque en Nueva York va todo rapidísimo, te diría que uno crea su propio espacio. Mi trabajo es mucho de madriguera, de estar en la habitación muchas horas y después sales y confrontas lo que has practicado o lo que has creado con el mundo real. En ese sentido, no es tan diferente. Ahora bien, una vez sales, te encuentras con un panorama completamente distinto: un público diferente, oportunidades que son muy diferentes, estéticas y gustos distintos... Son dos mundos separados y uno aprende del sitio donde se encuentra.
–¿Implica eso una adaptación constante?
–Claro. Hay un punto de adaptación, es así. Cuando uno compone, en mi opinión, sí que debe tener en cuenta la opinión del público. No solo componer para el público, porque eso quizás no te lleva a hacer una música tan honesta como cuando uno compone, entre comillas, para uno mismo, pero sí que tiene en cuenta el contexto, tanto cultural como del propio público que pueda estar en la sala. Uno se adapta y a partir de ahí pues compone o toca lo que cree más pertinente.
–¿Esa adaptación no le resta creatividad al compositor?
–Depende. Yo diría que en mi caso suma, porque me permite dar a mi música contexto. Muchas veces, cuando uno está embebido en sus ideas en la habitación, tiende a irse un poquito del mundo real, ¿no? Tiende a irse por los derroteros de lo profundo, de lo trascendental... y al final, quizás, cuando otra persona lo escucha desde fuera, necesita ese contexto en el que el compositor está pensando para poder comprender realmente lo que está sucediendo. Entonces, dar pistas, dar una dirección al trabajo que permita a otros entenderlo, yo creo que también puede ser una fuente de inspiración para el propio compositor, para llevar su trabajo en una dirección más concreta. Se trata de empatía. Cuando el compositor hace música, hay una parte empática del ser humano que creo que naturalmente debería hacer conectar con otras personas.
–¿Cuál es su obra preferida?
–Hay una obra que escribí hace algo menos de un año, que es una pasacalle para chelo y piano. La pasacalle es una forma musical propia de España, pero que luego derivó en Italia y se desarrolló allí. De hecho, en el mundo se conoce como passacaglia, pero yo la titulé 'Pasacalle'. Esa pieza, que dura unos ocho minutos, creo que representa muy bien mi idea, mi espíritu frente a lo que es la estética musical, equilibrando un poco esa línea más melódica que el chelo puede proporcionar con unas armonías más profundas y un diálogo muy concreto entre chelo y piano. El propio pianismo, la forma de escribir las partes de piano, tienden a resultar en un idioma que considero propio a día de hoy.
–¿Qué opina de los conciertos en el Bombé?
–Siendo de Oviedo, precisamente el Campo San Francisco me lo tengo paseado de arriba abajo 50.000 veces. Es un sitio donde, de hecho, me encanta ir para pensar, para tomar incluso decisiones importantes o para tomarme un bollo preñao y para la música es espectacular. Desde allí, me visualicé caminando por el parque, los ruidos que podría escuchar, los pájaros, la lluvia, las campanas que suenan desde la plaza de la Escandalera… y a partir de ahí, enfoqué la obra dentro del San Francisco. La música no es programática, es pura, pero siempre dentro de esa escena que como tal sí es programática. Se elabora ahí una especie de equilibrio entre ambos mundos, entre la música con un discurso extramusical y la música que es puramente música.
–Habiendo crecido con la OSPA y la Oviedo Filarmonía, ¿qué balance hace de esta última?
–Es la orquesta con la que crecí. Son las dos orquestas que yo, desde niño, llevo viendo en los conciertos semana a semana. Para mí, el sonido de una orquesta, cómo entiendo yo la orquesta, se debe en gran medida a esa experiencia que tengo como oyente. Solo puedo decir buenas palabras hacia una orquesta que cumple un valor importantísimo en nuestra ciudad e incluso en nuestra región, y que aporta una gran flexibilidad a la programación que tiene la ciudad. Algo que, en mi opinión, debe ir en todo caso siempre a más, nunca estancarse o dudar sobre su valor, porque está visto que lo tiene.
–Hablando de esas condiciones, ¿qué opina de que los ensayos se realicen en el bajo del Filarmónica?
–Pues que es una pena la verdad. Es una pena porque, precisamente hablando del sonido... entiendo que debe haber muchísima burocracia y complicaciones a no sé cuántos niveles, pero a nivel puramente musical puedo afirmar que el trabajo que hay que hacer no es suficientemente ergonómico. No se puede trabajar apenas el sonido, los músicos están incómodos, hay poco espacio, se respira mal… No hay suficiente espacio para que la música se difunda por cada esquina de la sala, reverbere y se pueda hacer buena música. Lo que pasa en muchas ocasiones es que los pobres músicos, la pobre orquesta, llega al Auditorio, al lugar donde toca, y es la primera vez que tiene una sensación acústica que suena a orquesta. El problema ahí es que la orquesta no suena a orquesta, suena a muchos músicos tocando juntos. Fantásticos músicos, pero no suena a orquesta.
–¿El Auditorio sería ese lugar apropiado?
–Es que no hay color. Un auditorio es un sitio donde sí se puede ensayar.
«Oviedo y Asturias son muy inspiradoras en general»
–¿Qué opina de la candidatura de Oviedo a Capital Europea de la Cultura 2031?
–Oviedo está haciendo las cosas bien, eso está claro. Se observa el compromiso de todas las partes a la hora de intentar lanzar este proyecto adelante. Si bien el tema de la juventud en los conciertos es un hándicap, pero es un hándicap a nivel global, no solo de Oviedo ni en España. Lo que debería hacerse es impregnar a los jóvenes de la música desde que son jóvenes. Es una música que, obviamente, requiere una escucha activa. Necesita que el oyente tenga la sensibilidad y el interés para disfrutar activamente de ella. En una época en la que todo avanza tan rápido, el problema es que la música necesita su tiempo. No puedes hacer que una obra de treinta minutos suene en treinta segundos. Hay que buscar soluciones, y es un tanto complejo. Hay que mostrarles... Yo recuerdo de crío programas como 'El Conciertazo'. Darle visibilidad, que llegue con alcance a los jóvenes, puede redundar en un efecto muy positivo de aquí a unos cuántos años, porque esto va tan despacio que cuesta verlo a corto plazo.
–Hablando de unir mundos, artistas como Yandel (reggaeton) han colaborado con orquestas sinfónicas. ¿Qué opina de estas fusiones aparentemente tan dispares?
–Bueno, el reggaeton viene de la habanera y la habanera la tenemos en la música en todos lados. Al final, sí que hay muchas diferencias, sobre todo en el aspecto filosófico, estético e incluso ideológico de la música, pero todo lo que sea aunar, hecho por supuesto desde el respeto a cada tradición y con la intención de avanzar, es bienvenido. Creo que las cosas buenas surgen de la experimentación y debemos apoyarlo. Ahora bien, no solo verlo como un valor comercial, sino como pasos que te acercan a un objetivo, como puede ser la ampliación del repertorio orquestal.
–¿Cuáles son sus señas de identidad y qué le inspira?
–Oviedo y Asturias en general son muy inspiradoras. Diría que mi lenguaje busca un equilibrio entre la emoción directa y la complejidad que invita a pensar. No renuncio a la melodía, a una línea clara que se pueda seguir, casi tararear. Pero debajo de esa superficie me gusta construir texturas y armonías que no sean obvias, que tengan capas de significado. Es como una conversación: hay una idea principal que todos entienden, pero también hay subtextos, ironías, profundidades que solo se captan si prestas más atención; es un lenguaje accesible.
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