El Princesa de las Artes reconoce en el sudafricano Kentridge al creador completo
Excelente dibujante al que se le atravesó la pintura, esculpe, graba, hace collages, cine y teatro. Y todo fundido en una metáfora que habla de la condición humana
PACHÉ MERAYO
Viernes, 5 de mayo 2017, 03:57
No hay nada que se le resista al nuevo Premio Princesa de las Artes, el creador sudafricano William Kentridge (Johannesburgo, 1955), que entró ayer en el prestigioso club de los galardonados, ha tocado todos los palos del arte. Y en todos ha merecido aplauso. Es, dicen todos, y especialmente subraya el acta del jurado que le concedió el título, el «artista completo». Desde el dibujo a la escultura, pasando por el collage, el grabado, el cine, la escenografía, las instalaciones performativas y hasta el teatro de sombras y la dirección artística de series de televisión. Kentridge sabe utilizar todas las herramientas, quizá lo único que se le resiste es, dice él mismo, la pintura. Aun con ella como constante asignatura pendiente sobre la que dice siempre que va a volver («este año comienzo», ha repetido en más de una ocasión), su obra es una apuesta por todos los lenguajes, que además abraza con la misma intensidad la cuestión estética y la ética. Su trayectoria refleja, ante todo, una mirada sobre el mundo y la condición humana. Una mirada alimentada por la educación de sus padres, abogados de víctimas del apartheid, en aquella Sudáfrica compartimentada por los colores de la piel de sus habitantes. Su padre llegó a defender al mismísimo Nelson Mandela. Ser testigo de ese tiempo no podía por menos que inundar esa mirada, que se muestra tan bella como cáustica, afilada y, como norma inexcusable, totalmente comprometida con la realidad.
Es todo eso lo que le ha hecho merecedor del galardón de las Artes, con el que estrena el calendario de los XXXVII Premios Princesa y recupera para la plástica un título en el que desde 2010, en el que fue destacado el escultor Richard Serra, había dirigido su aplauso a la música, la arquitectura, el cine y el teatro, dejando de lado a los artistas plásticos. Con William Kentridge se hace, en realidad, reconocimiento de varias disciplinas, aunque es el dibujo la que le define. Incluso cuando hace cine, ya que su peculiar manera de filmar películas animadas no es otra cosa que una recreación de la evolución del dibujo. Lo que muestra, al fin, es cómo evolucionan sus papeles tratados con carbón y pastel. Usando su peculiar y casi ancestral técnica, sus películas lo que acaban mostrando, además de un concepción del mundo francamente dolorosa, son las las alteraciones hechas a sus pocos dibujos.
Formado en Ciencias Políticas y Estudios Africanos -no el vano, el universo de la raza política, a la que lanza constantemente sus dardos, tiene una presencia muy evidente en sus creaciones-, este peculiar representante blanco del arte de la África negra se acabó matriculando en Bellas Artes, no sin antes pasar por la Escuela Internacional de Teatro Jacques Lecoq en París. Creía que no valía para la plástica, pero la vida le acabó devolviendo a ella. Y en ese territorio encontró su verdadero camino. El lugar en el que expresar sus emociones, creando metáforas de la realidad, principalmente de la realidad sociopolítica sudafricana, de la que plasma el sufrimiento, la dominación, la culpa, el tiempo y la memoria, temas todos ellos recurrentes en su obra. Poco a poco se acabó convirtiendo en el creador «meticuloso y profundo» que es y que aparece autorretratado en multitud de ocasiones, determinando que él es también parte de ese mundo que narra. William Kentridge es, de momento, muy poco conocido en España, donde se le espera el próximo otoño, no solo para recibir el Princesa de las Artes en Oviedo, sino para ocupar las paredes del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, donde tiene cita en otoño.
Su candidatura, propuesta por el ex director general de Bellas Artes Benigno Pendás García y por Raquel García Guijarro, del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, superó a las otras 42, procedentes de 19 países. Pero especialmente superó a las de Bill Viola y David Hockney, que llegaron a conciliar varios de los votos, aunque ninguno pudo superar a Kentridge.