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El filósofo Byung-Chul Han, Premio Princesa de Comunicación y Humanidades, junto al también filósofo Eduardo Infante.

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El filósofo Byung-Chul Han, Premio Princesa de Comunicación y Humanidades, junto al también filósofo Eduardo Infante. Damián Arienza
Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades

Byung-Chul Han: «Hemos perdido la verdad y con ello hemos perdido la vida»

El filósofo mantuvo un encuentro con el público en el Jovellanos en el que habló de música, del futuro del liberalismo y del significado de su nombre

Inés Barea

Gijón

Martes, 21 de octubre 2025

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Empezó a sonar un gran piano y se hizo el silencio que a Byung-Chul Han tanto le gusta. Sonó el aria de las 'Variaciones Goldberg' en las manos de la pianista Marta Espinós y más tarde entenderían los asistentes que ni la pieza ni Bach fueron elecciones casuales. Nada lo es en la vida de este filósofo que en la tarde del martes mantuvo su encuentro con el público en el Teatro Jovellanos.

Salía al escenario –diseñado por el gijonés Pablo Gisbert– el filósofo y escritor Eduardo Infante, quien de manera inocente mencionó como anécdota que el filósofo surcoreano había descubierto su amor por la disciplina leyendo a Heidegger, por quien dejaría su Seúl natal para mudarse a Alemania y estudiar, y más tarde doctorarse, en este campo que le valdría la fama y una larga trayectoria. Para su sorpresa, este dato no solo era incorrecto, sino que sirvió a Han para ofrecer una disertación –más larga de lo previsto– en la que ofreció detalles sobre sus estudios, sus aventuras y desventuras aprendiendo alemán y el verdadero motivo por el que eligió el país germano. No era Heidegger: era Bach.

«En Corea teníamos un tocadiscos», comenzó a explicar. «Y mi madre, un día, trajo unos discos a casa». El destino quiso que pusiera el que contenía las 'Sonatas y Partitas' de Bach y al llegar a la número 2, la que contiene ese tercer movimiento tan intenso y poético como es la 'Chacona', «tomé la decisión, quizás de forma inconsciente, de que tenía que irme a Alemania a vivir. Pensé que quizá en una vida anterior había sido alemán», bromeó.

Tiene sentido del humor el filósofo y desplegó en su discurso más de una anécdota con la que mantuvo al público atrapado en sus asientos. Por ejemplo, que aprendió alemán leyendo la 'Fenomenología del espíritu' de Hegel y que, aunque «cada día podía leer solo cinco frases», comprobó que sus colegas alemanes «tampoco avanzaban más rápido», tay y como soltó con gracia antes de volver a Bach. «Aprendí alemán con Hegel, pero aprendí a tocar el piano con las 'Variaciones Goldberg'». Exacto: esas que sonaron cuando se hacía el silencio y antes de que el premiado pisase el escenario. Esas que le dieron para otra reflexión acerca del lenguaje y por qué en castellano el piano tiene cola pero en alemán no es una cola sino un ala. «En mi casa tengo dos pianos de cola como dos alas y cuando los toco siento que vuelo. Los utilizo para pensar».

Pianos aparte y música para después, le llegó el momento al pensador de entrar en su materia. «Soy filósofo y estoy obligado a decir la verdad, al contrario que Trump», arremetió. «Esa es la diferencia entre los filósofos y los políticos. La verdad es mi leitmotiv, el lema de mi vida. Pero hemos perdido la verdad y con ello hemos perdido la vida».

Pero, ¿qué es la verdad? Se preguntaba a sí mismo. La verdad «es aquello que dura», que permanece en el tiempo. «Es algo que nos sujeta y nos orienta, que da sentido a la vida. La verdad permite la vida y el vivir juntos permite la verdad. No es la libertad sin límites y liberal lo que nos hace libres». Así llegaba a otro de los puntos claves de su pensamiento: la comunidad y la imposibilidad de cultivarla en el sistema capitalista. «Estos Premios, toda esta ceremonia y esta reunión, es una celebración. Es una fiesta. Nos reunimos junto a algo que nos une, junto a algo que nos permite vivir, que nos regala verdad, que nos da sentido y orientación». Reunidos y compartiendo la vida no estamos enganchados a la información, a las redes sociales, a las burbujas de eco. «Tenemos que hacer más fiestas, celebrar más y consolidar nuestra comunidad».

Hubo ocasión para tan solo una pregunta por parte del presentador y la elegida trajo cola, que no ala: ¿Hay razones para la esperanza? «Si hubiera algún motivo no habría esperanza, porque la esperanza no tiene motivos», contestó el filósofo. La esperanza, diferente del optimismo, mira al futuro entendido como porvenir. «El porvenir es un horizonte donde algo puede acontecer. Y vale la pena esa espera». El problema, desarrolló, es un sistema neoliberalista que «no funciona a golpe de prohibiciones sino con seducción y que explota la libertad. El siervo le arranca el látigo al señor o al amo y se autofustiga; la autoexplotación es más eficiente que la explotación». «Nos están engordando con comunicación y con información como se engorda al ganado. Yo soy muy escéptico: no va a haber revolución», pero el capitalismo, más pronto que tarde, «va a implosionar», sentenció.

Finalizó Infante con una última cuestión propuesta por el público: si pudiera elegirlo, cuál sería el color de su pensamiento. «Byung significa claridad y Chul es luz clara», es decir, filosofía, «porque filosofía en coreano es la ciencia de la luz». Así que «toda mi vida lo único que he hecho ha sido obedecer mi nombre». Su pensamiento, concluyó, no tiene color, solo claridad. Despidió al público y pidió que volviese a sonar el piano. Ya se lo imaginarán, porque el final de este acto no podía ser otro: el público salió del Jovellanos conducido por la música de las 'Variaciones Goldberg'.

El piano del Reconquista

Su amor por la música es incuestionable y su pasión por Bach y por el piano quedó más que clara en su intervención ante el público, pues le dedicó un largo espacio de su pensamiento a la forma en que la música y entregarse a ella han condicionado y guiado su vida desde que era joven. «Me gustaba terminar mi jornada, que suele acabar de madrugada, con las 'Variaciones Goldberg'», compartió, y las interpretaba «con mucho entusiasmo» a eso de las cinco de la mañana. Como era de esperar, explicó, sus vecinos se quejaron de esta curiosa costumbre, así que tuvo que dejar de hacerlo y ahora es un hábito que practica, a su pesar, por la mañana en lugar de por la noche.

Había llegado a asegurar el filósofo hace unos meses que debe tocar este instrumento a diario pues, de lo contrario, «me pongo enfermo». Cuál sería su alegría al llegar el pasado lunes al Hotel de la Reconquista y descubrir que, efectivamente, allí también iba a poder satisfacer esa necesidad. «Los pianos de cola casi me atraen más que las personas» sentenció ante el público del Teatro Jovellanos. Así que al verlo se sentó con ganas de interpretar una pieza que a estas alturas ya no les va a sorprender: las 'Variaciones Goldberg'. Al asomarse al instrumento, descubrió que «en el bastidor de hierro colado, dentro del piano de cola, había un grabado de Seúl», así que compartían origen y destino. «Empecé a tocar el aria, pero el piano era tan malo que no conseguí hacerlo sonar», dijo con sorna. Aún así, no cesó: lo intentó durante dos horas. «Sentí cierto parentesco entre el piano de cola y mi persona y a pesar de que fuera un cacharro, intenté hacerlo sonar como paisano mío».

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