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P. A. MARÍN ESTRADA
Lunes, 23 de diciembre 2019, 04:04
Pablo Batalla (Gijón, 1987) reside en Culebros, un pueblo leonés de 40 habitantes y cada fin de semana cruza el cordal para encontrarse con sus amigos y emprender alguna ruta de monte en la que disfrutar de una pasión que su padre le inculcó de niño. Fruto de esa fidelidad y de sus reflexiones acerca de cómo entienden muchos hoy una práctica que ha abandonado su dimensión hedónica, cultural y colectiva para convertirse en pura competición, es el libro que estos días le ha hecho pasar algo más de tiempo en Asturias para presentarlo: 'La virtud de la montaña. Vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista' (Trea).
Su autor afirma que la voluntad de escribirlo le llegó al constatar dos hechos: la decadencia de los tradicionales clubes excursionistas cada vez más formados por gente mayor y el auge de los 'trails' que atraen sobre todo a gente joven y que en ocasiones deben realizar sorteos para acceder a las inscripciones. «Vi la relación con la lógica de nuestra época que nos pide ser competitivos, individualistas y sin lazos de fraternidad con el entorno», explica y frente a ello, la filosofía que reivindica «para el montañismo y para la vida» se condensa en una canción del desaparecido Patxi Andion dedicada a su padre: «Compañero del sol/, fiel compañero, /nunca te preocupó en nada/ser el primero/Y no quisiste jamás/salvarte solo ,/ porque no hay salvación/ si no es con todos».
El padre de Pablo le enseñó a disfrutar de su pasión «parándose a comer o pensar en lo que ves o cómo la montaña te obliga a superar obstáculos, que es lo contrario a ponértelos adrede». Su otro guía fue Joaquín, profesor del colegio Laviada que llevaba a sus alumnos de excursión dejándoles por la ruta mensajes en pequeñas cápsulas: «En ellos señalaba la semilla de un fresno o hacia qué vertiente bajaría 'una mexada', una forma divertida de aprender a pararte y observar», evoca. En su libro rememora otros ejemplos de montañeros con vocación humanista: el crítico victoriano de arte John Ruskin, cuyas ascensiones a los Alpes le servían para escribir sobre el paisajismo, anotar la geología o la botánica y denunciar la pobreza de los campesinos locales. O el salesiano Alberto Agostini que coronó varias cumbres chilenas mientras alertaba contra el genocidio de los indígenas de Patagonia. Cita también a Che Guevara y su frustrado ascenso al Popocatépetl para recordar una de sus máximas: «El conocimiento nos hace responsables».
Para Batalla, el individualismo y el desafío deportivo no son en si negativos, sino la forma actual de concebirlos. «Siempre hubo montañeros a quienes les gustaba ir solos pero buscaban encontrarse a sí mismos en la naturaleza y sin pretensión de que nadie los admirase. Hoy se busca eso, colgar una foto para recibir muchos 'me gusta'. La montaña es un producto de consumo más, de usar y tirar. Incluso las cumbres: se llega arriba y a por otra, sin disfrutar».
Perteneciente a la generación de la diáspora, ve también en ella «además de una falta de oportunidades real, un reflejo de que debe buscarse una salida individual» y a la vez cree que en Asturias «se sigue apostando por la 'fabricona' que lo arregle todo, en lugar de apoyar pequeñas soluciones que evitan el despoblamiento y conservan el entorno». También aquí 'runners' frente a caminantes.
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