Pepa Osorio, amar la vida
La artista plástica gijonesa reflexionó sobre su pintura al calor de una nueva exposición en la galería Cornión
Miércoles, 26 de abril 2023, 00:45
1998. Hace 25 años.
Pepa Osorio era, decía Paché Merayo hace hoy cinco lustros, «más joven que los jóvenes». A pesar de que eran ya más de setenta años los que aquella artista genial, que nos recibió en su estudio lleno «de desorden, luz y rastros de etapas consumadas», contaba ya en su trayectoria vital. Ahora, en 1998 (ella nació en el 23), Osorio exponía en la galería Cornión al tiempo que preparaba una «pequeña antológica para el museo Antón, de Candás». «Es solo un nuevo ciclo», decía, humilde, Osorio, quien de eso sabía como la que más. Ella misma había pasado de ser paisajista a pintar temática religiosa primero y social después, para sumergirse, finalmente, en el color. «El secreto es la renovación», aseguraba. «Si no me sometiera a esa renovación no podría comunicarme con las nuevas generaciones, y eso sería tremendo».
Eso, la evolución, el renovarse, era lo que impedía anquilosarse en el pasado. Envejecer. Decía la pintora: «Asumo el paso del tiempo. Es evidente que mi cuerpo ya no es tan fuerte, pero mi mente es joven y mi obra también. Si parara, moriría. Los años me dieron más de lo que me quitaron y las tres generaciones que han nacido a partir de mí me hacen más llena del mundo». Pero Osorio, como todo el mundo, también temía un mal final. En el estudio donde recibió a EL COMERCIO aquel día, Merayo apreció que algunos de los cuadros estaban como 'castigados'. De cara a la pared.
«Saben que soy diferente»
Argumentaba Osorio que era para impedir que le ocurriera a ella «lo que a todos los pintores a cierta edad, que acaban copiándose a sí mismos y por eso trato de olvidar lo que pinté. De todos modos, creo que esta es mi última evolución. Cuando haga mi próxima exposición tendré 77 años y no creo que ya pueda seguir renovando mis pinceles», asumía.
Artista y personaje a la vez, Pepa Osorio reconocía que muchos no veían mucho más allá de su llamativa figura, siempre tocada con un sombrero y con los ojos marcados de color fantasía. «Pero, a pesar de todo, sé que hay muchas personas que me comprenden. Saben que soy diferente, pero también que adoro la vida». No cabía duda alguna.