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Alergias, lo que hay detrás de un estornudo

Alergias, lo que hay detrás de un estornudo

La alergia estacional o fiebre del heno fue descrita por John Bostock en 1819. Hasta entonces, la alergia al polen se consideraba un resfriado. Los antihistamínimos no llegaron hasta 1911

MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ

Lunes, 1 de abril 2019, 04:11

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Para muchas personas es una molestia anual que puede adoptar muchas formas o combinaciones de ellas: congestión nasal, presión en los senos paranasales que puede ser dolorosa, moqueo, ojos llorosos, garganta irritada, tos, piel inflamada bajo los ojos, comezón, sentido del olfato disminuido y estornudos. Es la alergia estacional o fiebre del heno, producida en reacción a sustancias que se encuentran en el aire, en este caso el polen. Una vez que la fuente de la reacción desaparece, como al terminar el ciclo reproductivo de ciertas plantas, la afección se va.

Por molesta que sea, la fiebre del heno o alergia estacional es una forma relativamente benigna de una reacción de nuestro cuerpo que puede ser tan violenta que cause la muerte.

Y todo esto ocurre mientras nuestros sistemas de defensa están en realidad tratando de protegernos de lo que interpretan como una agresión importante proveniente del exterior. Una alergia, así, ocurre cuando una parte de nuestro sistema inmune está trabajando demasiado intensamente contra una sustancia, a la que llamamos alérgeno.

Es como si tuviéramos un mecanismo de defensa antiaérea contra aviones invasores pero se disparara y se descontrolara reaccionando con máxima violencia ante una bandada de patos. Nuestro cuerpo confunde sustancias por lo demás inocuas, desde el polen hasta el pelo de animales, mohos o ciertos alimentos, con terribles venenos y reacciona contra ellos intensamente.

Pero durante gran parte de la historia humana no sabíamos siquiera que se trataba de un trastorno con sus propias características y sus propios mecanismos.

Hasta principios del siglo XIX se pensaba que las reacciones descritas en distintas crónicas y estudios, que hoy podemos identificar muy probablemente como alergias, eran formas de otras enfermedades. Por ejemplo, la alergia al polen era solamente un tipo de resfriado, igual que otras afecciones que hoy sabemos que son causadas por virus que atacan las vías respiratorias.

La fiebre del heno fue identificada y cuidadosamente descrita por primera vez por John Bostock en 1819. Bostock había estudiado Medicina para luego abandonar su práctica y estudiar Química, lo que le dio las bases necesarias para apreciar que estaba ante un fenómeno que se explicaba de modo distinto a otros resfriados. Describió la afección en su presentación 'Caso de una afección periódica de los ojos y el pecho' ante la Sociedad Quirúrgica y Médica. Era el caso clínico de un hombre de 46 años que desde los 8, todos los años, por el mes de junio, sufría los síntomas que conocemos y que no se podían tratar con ninguno de los brutales remedios precientíficos de la época: sangrado, purgas, ampollas provocadas, quinina, acero, opio, mercurio (que hoy sabemos que es venenoso), baños helados, digitalis y diversos ungüentos. Lo único que lo aliviaba era permanecer bajo techo durante una temporada. Bostock conocía perfectamente los síntomas pues el paciente era él mismo.

40 años después, Harrison Blackley, quien también sufría de fiebre del heno, consiguió determinar que la causa de estas afecciones no era, como se creía, el calor o el ozono del aire. Y, nuevamente, el sujeto de sus experimentos fue él mismo, como persona alérgica, sometiéndose a la acción de distintos posibles desencadenantes hasta identificar al villano: el polen, utilizando recuentos de polen en el aire en distintos días, un antecedente del actual recuento que emiten los meteorólogos en beneficio de las personas alérgicas. De hecho, sus estudios llamaron la atención de Darwin, e intercambiaron abundante correspondencia sobre el polen.

Sin embargo, faltaba conocer el mecanismo para encontrar algún tratamiento. El descubridor de este mecanismo sería el austriaco Clemens von Pirquet, quien observó, en 1905, que los pacientes a los que se vacunaba contra la viruela usando suero de caballo eran propensos a reaccionar de modo rápido y violento a una segunda dosis. Pirquet concluyó que los anticuerpos creados por el sistema inmune para combatir la viruela también reaccionaban contra otras sustancias, los antígenos, que estaban en el suero de caballo.

Pirquet le dio nombre a esta interacción entre anticuerpos y antígenos: alergia, del griego 'allos', 'otro', señalando el origen externo de la reacción. Descubrió además que las alergias requieren de una fase de sensibilización, es decir, que no ocurren la primera vez que el cuerpo se encuentra con una sustancia, sino después, cuando el sistema inmune ya ha creado anticuerpos para esa sustancia. Cuando vuelve a verse expuesto a ellas, reacciona exageradamente a diversos niveles, desde la incomodidad hasta la reacción extrema conocida como choque anafiláctico, donde la tensión arterial cae drásticamente, hay problemas para respirar por la inflamación de las vías aéreas, pulso rápido y riesgo de muerte. El tratamiento requiere una inyección inmediata de epinefrina, conocida también como adrenalina.

Pero la mayoría de las alergias son más benignas. Con el descubrimiento en 1911 de la histamina, un compuesto que además de ser neurotransmisor y regulador de la fisiología del aparato digestivo es el responsable de las reacciones alérgicas en las mucosas, se abrió la posibilidad de paliar los síntomas de las alergias con medicamentos antihistamínicos, que bloquean la acción de las histaminas reduciendo el moqueo, el lagrimeo, la inflamación y parte de la incomodidad de las alergias.

Un fenómeno relevante es que, al parecer, las alergias van en aumento en el mundo, es decir, hay proporcionalmente más personas alérgicas hoy que en el pasado. Esto puede deberse simplemente a que hoy reconocemos como alergias ciertos trastornos que antes confundíamos o pasaban desapercibidos, incluso, o tener otras causas. Sin embargo, algunas personas con ideas preconcebidas pretenden afirmar, sin pruebas, que las causas de este aparente aumento en las alergias se debe a cualquier cosa contra la que militen: alimentación, estilo de vida, contaminantes reales o imaginarios. Más allá de estas hipótesis caprichosas, hay aproximaciones científicas que aún no son concluyentes, por lo que siempre conviene ser cautos ante quien pretende saber más de lo que podrían saber.

Alergias que no lo son

En Estados Unidos, más de la mitad de los participantes en una encuesta dijeron padecer alguna forma de alergia. Pero probablemente la percepción que tienen es muy superior a la incidencia real de alergias. La alergia sólo ocurre cuando está involucrado el sistema inmune y la reacción anticuerpos-antígenos identificada por Pirquet. El malestar debido a sustancias irritantes o tóxicas, reacciones como la intolerancia a la lactosa (por falta de una enzima) o la celiaquía (por una reacción inmune no alérgica al gluten que destruye el intestino delgado) y otras intolerancias, reales o imaginarias, no son alergias.

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