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El ‘oro verde’ está en León

El ‘oro verde’ está en León

En la vega del Órbigo crece el 98% del lúpulo español. Componente clave de la cerveza, cubre solo la mitad de la demanda nacional

antonio corbillón

Domingo, 3 de septiembre 2017, 03:10

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Lo que debería ser la fiesta de la cosecha del lúpulo en la ribera del Órbigo, en la vega baja de León, ha derivado estos días en caras amargas. La Bavaria española vive días de zozobra. Miradas agrias como el ‘nugget’, la variedad de este fruto cannabáceo (casi un ‘primo’ de la marihuana) que ocupa el 90% de las 540 hectáreas que se cosechan en esta zona. «Nunca hemos vivido nada igual. Un desastre total», lamenta Isidoro Alonso, presidente de la Sociedad Agraria de Transformación (SAT) Lúpulos de León.

El año ya venía malo tras las heladas de abril y la sequía del verano. Pero el pasado domingo, el cielo bombardeó sobre estos cultivos una descarga conjunta de pedrisco, viento y agua. Fue media hora letal. Una parte del aparejo de palos y cables que elevan a ocho metros de altura este cultivo aéreo se derribó. «Cayeron como fichas de dominó, unos arrastraban a los otros», visualiza Carlos Suárez, uno de los 240 lupureros de estas tierras.

DATOS

1.400 piscinas olímpicas de cerveza nos bebemos los españoles cada año. Eso son 47 litros por habitante y año, unos 35 millones de litros. Muy lejos de la media europea (70 litros) y de los reyes de la birra: República Checa (157 litros por persona), Irlanda (131) o Alemania (115). La contención española no impide que los cerveceros den trabajo a 225.000 personas y aporten casi 12.000 millones a la economía nacional, lo que representa el 1,1% del PIB.

En la zona se cultiva el 98% del lúpulo nacional, responsable de dar a cada variedad de cerveza su graduación de sabores más o menos amargos. En un año normal, como fue el pasado, entre todos los productores sacan de sus plantas un millón de kilos de flor. «Es más o menos la mitad de lo que necesitan las cerveceras españolas, el resto hay que importarlo», resume el responsable en España de la multinacional lupurera americana Hopsteiner. Esta empresa tiene un contrato de compra casi exclusiva de la cosecha. Pero los daños obligarán este año a buscar otro 25% en otros países.

En pueblos como Carrizo de la Ribera, Villanueva de Carrizo, Villoria o Benavides de Órbigo reviven poco a poco la fiebre de este ‘oro verde’. Intentan recuperar los primeros años 80 del siglo pasado, cuando las hectáreas plantadas superaban las 1.700, el triple que ahora. La tradición, que pasaba de padres a hijos, se cortó con el abandono generacional del campo.

Cultivar lúpulo tiene ciertas similitudes con el vino. Es una planta a la que hay que mimar una a una. Precisa de una fuerte inversión inicial en postes, alambres y mano de obra (20.000 euros por hectárea). Y de paciencia. «El primer año no da nada. El segundo, tal vez media cosecha. El tercero puede llegar al 100%», resume Suárez, joven, con tradición familiar y tesorero de la SAT.

Sus colegas le llaman ‘el Montoro’ porque lo suyo son las cuentas. Admite que a pleno rendimiento, una buena hectárea de lúpulo puede dar hasta 4.000 euros de beneficio limpios al año. En el ranking agrícola figura como el líder en ingresos brutos por hectárea, ya que pueden superar los 10.000 euros.

Pero los cuidados son tantos que mucha gente no acaba de dar el paso. «Vale cuatro veces más la chapa de la cerveza que lo que nos pagan por el lúpulo», bromea Suárez mientras empuja a paladas su producción, masacrada por el granizo, hacia la peladora de hojas.

Este herbáceo trepador hay que enrollarlo, planta a planta, como si fuera una coleta y en el sentido de las agujas del reloj. Hacerlo al revés haría que la planta besara el suelo en cuanto cogiera un poco de peso. Sus hojas tienen una cierta similitud con las de una parra. Y comparten enemigos como las plagas de mildiu o araña roja. «No tenemos materias activas para proteger los cultivos porque somos tan pocos que no interesamos a los laboratorios fitosanitarios», protesta el asesor jurídico del sector y catedrático de Derecho Carlos González-Antón.

Un olor que engancha

Las plagas no son el único rival. En los últimos años, muchas fincas aledañas han apostado por plantaciones de chopos que, al contrario que estas cosechas, no tienen riesgo alguno. Su rápido crecimiento se convierte en una barrera natural, un muro verde que aísla al lúpulo y rompe su frágil equilibrio entre lluvias y baños de sol. «Nos vendría bien un paraguas legal como una denominación de origen, como en Rioja o Ribera del Duero, para protegernos», reclama González-Antón.

A pesar de estos contratiempos, la saga de los Alonso tampoco se marchó. Decidieron perseverar. Ahora son uno de los mayores cosechadores (25 hectáreas) y pueden presumir del primer secadero de lúpulo verdaderamente industrial de la comarca. Que es lo mismo que decir de España. El patriarca, Alonso Alonso, asiste extasiado al trabajo de la máquina. Cinco de sus diez hijos atienden toda la cadena de producción.

Los manojos de ‘pelotitas’ parecen la botonadura de un traje de luces. Después de cortar las lianas (trepan hasta ocho o diez metros) en los campos, una máquina desbroza y limpia el fruto de las hojas y las bolitas viajan hacia el secadero. «Cuando yo empecé teníamos que contratar a cien mujeres que separaban uno a uno los frutos», rememora Alonso padre.

El fruto permanecerá a temperaturas entre 45º y 60ºC varias horas, antes de acabar en grandes sacas que apenas pesan 10,5 kilogramos. Cada una se paga a unos 40 euros, aunque sólo el 10% tendrá el nivel ‘alfa’ adecuado. Es decir, un solo kilo será el que marque el sabor de esa bebida refrescante que nos llevamos al gaznate.

Sorprende lo etéreo de su volumen. Y el olor. Todas las granjas que se visiten están impregnadas de una acumulación de esencias muy pegadas a estas tierras ‘verderonas’ y con agua en abundancia.

Los expertos dicen que la lupulina, unos granitos amarillentos minúsculos del interior de estas geométricas ‘granadas’, son un conservante natural. Equilibra el dulzor que aporta la malta y estabiliza la espuma de la cerveza. También que tiene propiedades antioxidantes y sedantes.

Esto último es rigurosamente cierto. «Esta esencia me encanta. Si te llevas un puñado a la nariz genera una gran tranquilidad y paz», indica Isidoro Alonso mientras se llena las manos en una saca. De hecho, la cosmética y la farmacopea aprovechan los restos tras el proceso productivo.

La fase final de esta cosecha, que se prolongará durante septiembre, acabará en la cercana planta de Villanueva de Carrizo, única transformadora en España, que convertirá los granos secos en pellet para minimizar su volumen. El resto de su historia siempre la escribe la poderosa industria cervecera española.

Y ésta anda bastante revolucionada con la multiplicación de variedades artesanales. De un tiempo a esta parte, el menú de sabores ha roto el ‘sota, caballo, rey’ de siempre. Ahora se impone un abanico de texturas y sabores. «Es un sector por el que apostar. Y eso significa nuevas variedades y sacar el máximo rendimiento», avanza desde la industria José Antonio Magadán. Solo hay que mirar a los dos gigantes del lúpulo mundial, Estados Unidos y Alemania, que entre ambos superan las cien variedades en el mercado.

León sigue atado al ‘nugget’ y, de forma residual, al ‘columbus’, aún más amarga. Este año ya es tarde por el pedrisco, pero el futuro de estos cultivadores se despejará cuando maduren los ensayos con diez tipos nuevos de lúpulo. En ello también trabajan laboratorios de la Universidad de León.

Desde que se empezara a meter lúpulo en la cerveza en el siglo VIII, la cosa tiene algo de alquimia. Por eso es arriesgado tratar de responder a la pregunta clave: ¿cuánto lúpulo hay en una cerveza? De las cantidades ínfimas de la gran industria, a los «puñados» de las artesanas. Ni los lupureros tienen clara la receta.

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