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Urgente «Cuando llegué abajo y vi las llamas, se me vino el mundo encima»
Personal de la planta séptima de Cabueñes, protegidos por sus EPI, durante la mañana de ayer. FOTOS: ARNALDO GARCÍA

Coronavirus en Asturias | «Nuestra vida ahora es COVID-19»

El Hospital de Cabueñes se ha convertido en otro desde que el coronavirus se instaló en el ala par: «Esta situación nos hace cambiar continuamente»

M. F. ANTUÑA

GIJÓN.

Sábado, 18 de abril 2020, 02:24

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Están las emociones a flor de piel. Literalmente. Porque en la cara de Carmen Cruz Hipp, supervisora de enfermería de una planta COVID positivo del Hospital de Cabueñes, la mascarilla ha trazado una línea roja circundando boca y nariz - «se quita en dos horas», tranquiliza- y porque a todos los que afrontan el que es el mayor reto profesional de sus vidas, el virus les está dejando huella. También en lo personal. Va unido. Como van unidos todos. Formando una piña en la que se dejan atrás esas necedades que contaminan el día a día para ponerse a funcionar en lo que de verdad importa. Y mira por donde a Ana Belén Blanco Rodríguez, supervisora de la séptima, más que que sus turnos de siete horas pesen como si fueran de doce por la sauna ambulante que es vestir un EPI (equipo de protección individual), lo que le de verdad le importa es que sus pacientes no puedan ver tras tanto plástico sus gestos amables, sus ganas de agradar y acompañar. «Esta situación nos hace cambiar organizativamente de forma continua en el modo de trabajar y creo que el equipo está respondiendo bien, pero lo que más nos cuesta es que le sonriamos a los pacientes y no nos vean, nosotras trabajamos mucho con el lenguaje y el gesto, y tocarles con el guante y que no vean la expresión de nuestros ojos nos da mucha pena».

Un antes y un después. El Hospital de Cabueñes es otro. Y ya nunca, probablemente, volverá a ser el mismo. «Esta es una experiencia nueva, un reto, hace seis meses no se nos habría ocurrido pensar que nos íbamos a enfrentar a esto», dice Amelia Alzueta Álvarez, jefa de Neumología, que cree que el equipo está a la altura y con nota. «El compromiso de los profesionales hace que las cosas salgan adelante, aquí desde que el día 2 de marzo tuvimos la primera sospecha y el 17, el primer caso, hemos venido a trabajar todos los días y hemos cambiado completamente la forma de hacerlo, este es un hospital absolutamente diferente», añade Joaquín Morís, jefe de Medicina Interna.

Lo es a ojos del neófito. De quien entra por la puerta y advierte que pocas personas transitan por sus pasillos o que ya casi nadie usa los ascensores, que muchas puertas están abiertas para evitar tener que tocarlas, por los dispensadores de gel hidroalcohólico por todas pares... «Conforme el número de pacientes con COVID-19 fue aumentando, nos vimos obligados a dedicar todo el ala par a quienes tienen la infección conocida o sospechosa», explica Morís, que se lleva cada día a casa el virus inoculado en la cabeza. Como todos. «Ahora esto lo engloba todo en mi vida, a nivel personal, familiar, estamos todos implicados al 400%, son unas condiciones raras para las que nos estamos preparando a diario o incluso a cada hora y la gente está respondiendo», relata Carmen Cruz Hipp. Viven instalados en la incertidumbre pero, como dice Reyes Aguinaga, supervisora de la planta ocho de Neumología, ya no hay tantos temores. «Al principio todos teníamos miedo, pero eso ya pasó, ahora el día a día es bastante llevadero, pero no desconectas, te lo llevas a casa, porque además te afecta mucho la parte emocional con los pacientes, hay que dedicarles un tiempo para que no se sientan solos, es muy duro notificar un fallecimiento y que te digan 'murió solo', y tener que decirles 'no, que nosotros estábamos aquí».

«Trabajamos con seres humanos, no con tornillos», dice Carmen remarcando la evidencia. Y de ahí esa sensibilidad, ese empeño de los profesionales de suplir la falta de visitas, de tacto y contacto, poniendo ese plus que no entra en el sueldo. «Dejar a un ser querido a la puerta de Urgencias y no volver a saber nada es muy duro, por eso tenemos que cuidar mucho la información y la comunicación, tenemos la pauta de llamar todos los días y si la evolución es desfavorable, damos la oportunidad a alguien de venir a despedirse», revela Morís. Lo humano siempre está ahí. Por eso Amelia Alzueta a veces más que detenerse en detalles médicos sabe que quien está al otro lado del teléfono agradece lo que no está en el parte. «Te das cuenta de que lo que quieren oír es 'mire hoy su madre estaba sonriente y me estuvo contando que en casa el gato le hace mucha compañía'».

Así se pasan los días, que arrancan pronto, a eso de las siete y veinte de la mañana, y últimamente con una mirada optimista. Ayer había 14 ingresos y 29 altas, 46 casos positivos y 26 sospechosos, pero es que el 6 de abril los ingresos eran 51 y las altas 31, los positivos 51 y los sospechosos 50. «Empezamos el día haciendo una foto de situación», narra Morís. Y a partir de ahí toca visitar a los pacientes, explorarles, pedir pruebas. Las enfermeras los acompañan todo el tiempo y han de ponerse el incómodo EPI durante todo el turno; los médicos lo usan solo cuando entran en las áreas de habitaciones, blindadas al extremo y donde no entran ni anillos ni pendientes ni relojes ni lentillas. Hay que enfundarse el EPI con sus dos pares de guantes y sus gafas empeñadas en empañarse. Cuando se visita a los confirmados con un solo equipo sirve, pero cuando toca pasar por las plantas que albergan sospechosos, con las habitaciones siempre ocupadas por una persona, es necesario doblar la protección, quitar y poner guantes, cambiar bata y mascarilla. No hay certeza de que el virus esté y hay que proteger al paciente. Se hace pesado. Pero es efectivo, porque si de algo presumen es de tener un índice muy bajo de contagios del personal. Y no quieren que esa situación cambie. «El volumen de EPI que consumimos no te lo imaginas hasta que lo ves», revela Reyes Aguinaga. En su planta, al día, han llegado a rondar los cincuenta. Porque si bien se mira por los recursos, si un paciente se pone enfermo y el médico tiene que entrar cuatro veces, cuatro EPI tiene que emplear. No hay otra.

Al final la situación de los que ya tienen el positivo es más cómoda que la de los que esperan por él. Porque los unos pueden estar ya libres de protección y los otros tienen, como el personal, que protegerse del virus por si no lo tuvieran. Y no es tan fácil como parece tener un positivo. A día de hoy los médicos se fían a veces más de su ojo clínico que de los resultados de los PCR y los test serológicos, que pueden dar falsos negativos. «Hay casos en los que hay que han dado negativo hasta cinco y seis veces», detalla Morís, que subraya cómo al principio de todo un negativo se creía a pies juntillas. Ahora no: «Ves a un enfermo con unas determinadas características clínicas y dices 'aquí no saldrá, pero hay que insistir'». Al principio hacían test recogiendo muestras faríngeas, luego pasaron al esputo, después a la broncoscopia. De modo que hasta en ocasiones se da tratamiento sin que haya un positivo confirmado ante la certeza de que el virus está aunque no se manifieste. El aprendizaje es permanente, cambiante, contradictorio... «Nunca nos habíamos enfrentando a una enfermedad tan nueva y con tanta repercusión», concluye el jefe de Medicina Interna de Cabueñes.

«Nuestra vida ahora es COVID-19», afirma sin dudar la neumóloga Amelia Alzueta, que cuando llega a casa agotada empieza a leer y a estudiar. «Hay que ponerse con la web de tu sociedad española, de la europea, de la americana, a diario están saliendo actualizaciones, hay más de tres mil artículos publicados de una enfermedad que tiene cuatro meses».

Si alguien vive el hoy sin mirar ni atrás ni adelante son ellos, confinados en su propio quehacer a tiempo completo. Pero puestos a augurar, la unanimidad es total: nada volverá a ser igual. «A partir de ahora no vamos a volver a trabajar como estábamos trabajando. Y ojalá podamos volver a vivir como estábamos viviendo. Los virus son los que son, están mutando y siempre encontrarán resquicios para colarse». Palabra de Joaquín Morís.

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