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«Todo lo aprendí encima de un escenario»
Emilio Sagi Director de escena

«Todo lo aprendí encima de un escenario»

Emilio Sagi estrena hoy 'Lucia di Lammermoor' en Oviedo, treinta y dos años después de su debut en el Campoamor

ALEJANDRO CARANTOÑA

Sábado, 13 de octubre 2012, 15:53

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Pasa un tren y Emilio Sagi lo coge, «sin saber si va hacia El Entrego o hacia Gijón». Una metáfora así de gráfica, y un alzamiento de hombros, es lo primero que responde al recordar cómo acabó dedicándose a lo que se dedica: dirección de escena y dirección artística (ahora mismo, del Teatro Arriaga).

Quizás ese trayecto, el destino del tren que lleva a un licenciado en Filosofía y Letras hasta las tablas de un teatro, sea el adecuado para entender otro mucho más incierto: el de las artes escénicas en nuestro país en plena oleada de recortes en las subvenciones y el patrocinio privado.

Sagi es claro: «Una cultura sin subvenciones me parece imposible». Pero hay muchos más ingredientes, por supuesto, para un caldo de cultuvo adecuado: en su caso fue una especial alineación, surgida en «un momento de carencias» (pleno franquismo), que les llevó a él y a varios amigos (como Luis Antonio Suárez) a empezar a montar espectáculos, a probar cosas, a ensayar en espacios prestados y a fraguar algo con la «fascinación» que les producían las artes escénicas.

Más ingredientes: José Benito Álvarez-Buylla, un nombre que le ha venido varias veces a los labios estos días, aquel profesor con el que «los comentarios de texto eran algo más, eran algo especial, que nos enseñó a ver más allá».

Luego viene la oportunidad, el pistoletazo de salida, que en su caso fue la oportunidad de debutar en el Campoamor («Tras haber sido meritorio en el Covent Garden, donde no podías hacer nada pero podías ver mucho») con un montaje de 'La Traviata' que hoy guarda en DVD, pero sobre el que prefiere no volver.

«Pero fue un inicio», se apresura a añadir. Un inicio a partir del cual «todo va rodando: luego te van viendo. Pude hacer 'Don Pasquale' en el Teatro de la Zarzuela en 1982; y luego me ayudó mucha gente: Montserrat Caballé me llevó al Liceu; Plácido Domingo a Los Ángeles... Por mucho agente que tengas, lo esencial es que vean tu trabajo». De ahí el valor de la subvención, de esa primera oportunidad: «Que se pueda hacer un primer producto».

Tampoco es que haya una panacea: ahora no hay subvención y la formación específica en artes escénicas está en vías de extinción: «Me parece bien que haya estudios. Pero todo lo que yo aprendí», relata, «lo aprendí encima de un escenario. Ya traes un bagaje, pero luego tienes que aprender el oficio».

Está en Oviedo ultimando los ensayos de su 'Lucia di Lammermoor', de Donizetti, cuya primera función se celebra hoy. La primera versión de esta producción tiene 11 años, y la actual, adquirida en 2005 por la Ópera de Oviedo, es la más trotada de las que actualmente tiene disponibles la fundación para alquilar.

Sin embargo, Sagi se declara enemigo de la repetición y acérrimo al trabajo en la sala de ensayo. Ahí se cuece todo. Ahí, donde nacen dos Lucias tan distintas como las que brindarán Mariola Cantarero y Sabina Puértolas (el viernes próximo, al frente del segundo reparto), es donde aflora la lectura de las obras, el bagaje y el oficio al que se refería: «Quien quiera dedicarse a esto está bien que estudie, pero es muy importante que se procure que asistan a los ensayos. No a los de sala, que son muy íntimos y personales, pero sí que vean cómo se trabaja. Al final, siempre empezarás siendo ayudante».

Unos pisos más arriba, y sin ánimo de desvelar sorpresas o decisiones, es donde voces y actuación se visten con algunos «efectos teatrales muy clásicos, pero muy espectaculares, que me apasionan», como son los que incluye esta 'Lucia di Lammermoor'. Un paso más hacia el todo, hacia el espectáculo total: «Cuando haces 'Macbeth' en teatro, por ejemplo, tienes que saber que tienes tres brujas. Cuando haces el 'Macbeth' de Verdi, en ópera, esas tres brujas son todo el coro. No sé, quizás 34 brujas: la cosa cambia». Aunque el poso sea el mismo.

Estas entretelas, y muchas más, son las que dotan de esa magnitud a los teatros que «hace tan difícil levantar el telón». Las que justifican la cantidad de recursos humanos necesarios: «Hay quien piensa», defiende Sagi, que estuvo al frente de un proyecto de la envergadura del Teatro Real de 2001 a 2005, «que cualquiera puede trabajar en un teatro. Y no es así. No todo el mundo vale».

Así, aparte de apretarse el cinturón, él entiende que en estos momentos haya que ajustar al máximo cachés y producciones, y minimizar costes. «Pero si bien hay instituciones con un historial acreditado y una tradición, como la Ópera de Oviedo, la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera o el Liceu que ahora lo pasarán mal y saldrán adelante, el riesgo está en las cosas pequeñas y muy luchadas que puede que no puedan recuperarse».

Y al siempre desagradable sabor de los cierres, los ERE y los despidos se suma, así, la derrota en ciertas conquistas. ¿La solución? «En Estados Unidos tienen una ley de mecenazgo estupenda, sí, que hace que los teatros salgan a la calle con la bolsa a ganarse hasta el último dólar. Pero corres el riesgo de convertirte en esclavo de tus pagadores...»

Él se sabe privilegiado en mitad de todo este panorama, y por eso no deja de subrayar que «un trabajo nos lo merecemos todos. Pero por eso esto es durísimo, porque hay gente que se prepara durante años y no lo consigue». Sabe lo que queda entre aquella 'Traviata' primigenia, auspiciada por una Ópera de Oviedo «que no tiene nada que ver con la que hay ahora», y esta 'Lucia di Lammermoor' gótica y espectacular o 'La italiana en Argel' que estrenó hace ahora un año en el Teatro Campoamor.

«Por supuesto que el mérito no es solo mío. Depende de todas las personas, de todo un equipo enorme», que van desde utillería hasta sastrería, pasando por diseñadores, técnicos de luces, asistentes de dirección...

Todos tienen una función no siempre fácil de explicar, de entender, o de justificar ante el Ministerio de Cultura: «Es que un espectáculo así tiene un componente de entretenimiento que a mí me impide decirle a la gente todo el trabajo que hay detrás. Ellos acaban de salir de trabajar y quieren dejarse llevar: el secreto está en que parezca sencillo, sin esfuerzo, cuando detrás hay tanto o más que en cualquier otro trabajo».

Que fascine. Porque en ese andén que no se sabe a donde va lo que hay es un Emilio Sagi de seis años, «fascinado» en el patio de butacas mientras que contemplaba a su tío, Luis Sagi Vela, barítono, «vestido, y cantando y todo. Yo quería participar de eso, pero no tenía ni idea de lo que había detrás».

Ahora que ya lo sabe, quizás sea, pues, el momento de desarmar el truco, de explicar por qué habría que seguir concediendo a la Música, la Danza y el Teatro algo más de 100 millones de euros en los Presupuestos Generales del Estado. O quizás no: ¿es más conveniente 'destripar' ese esfuerzo colectivo o mantener la ilusión de que el espectáculo es sencillo y quedarse sin subvención? «Salvo a los que nos interesa esto, explicarlo da igual. Cierta gente no lo entendería, pero seguirían quedándose fascinados cuando se alza el telón, cuando se hace de día o de noche en escena...» Es algo «tan abrumador que es muy complicado que llegues a ver a toda la gente que está detrás».

Con todos estos mimbres se configura una pasión, ese «oficio» al que aludía y que pasa por malos momentos, y un estilo del que, dice, no ha llegado a ser completamente consciente: «Hay ciertos recursos que me gustan especialmente y supongo que son lo que hace reconocible ese estilo del que habla la gente. Yo los uso porque me parecen los más adecuados para cada historia o para cada momento: hay un detalle de 'Lucia di Lammermoor' que ya utilicé en 'Sonrisas y lágrimas' en el Châtelet de París».

Por delante le queda una apretada agenda de producciones (Bilbao, Buenos Aires, Lieja, Valencia, Oviedo) y sacar adelante la programación del Teatro Arriaga, que dirige. Dice no ambicionar pasar de esa posición, la de director artístico, aunque con una premisa clara que subraya con socarronería: «Llevarse bien con el gerente y que entienda lo que hacemos».

Entender, pues, esa pasión, esa fascinación y el sentido de abrir un teatro. «Es muy importante no olvidar que para que funcione la taquilla, el teatro, lo que lo rodea, y todo, vivimos, en fin, de lo que pasa sobre el escenario».

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