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Miguel Ángel Álvarez Areces. DAMIÁN ARIENZA
Guardián del pasado industrial

Guardián del pasado industrial

Escritor, editor y conferenciante, lleva además casi veinte años al frente de la asociación Incuna

E. C.

GIJÓN.

Domingo, 15 de octubre 2017, 01:38

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Aunque se puede decir que se hizo visible en 1998 con la constitución de la asociación Industria, Cultura y Naturaleza (Incuna) y la organización de las primeras Jornadas Internacionales sobre Patrimonio Industrial, Miguel Ángel Álvarez Areces, hermano del expresidente del Principado de sus mismos apellidos, comenzó ya a principios de la década de los ochenta del pasado siglo a implicarse en la conservación y divulgación del valor de naves, máquinas y poblados relacionados con la historia industrial que a ojos de la época tenían más de feo que de interesante. Fue como responsable de estudios y director de patrimonio de Hunosa cuando empezó a estudiar los procesos de reconversión industrial acaecidos en distintos países de Europa en la última parte del siglo XX, como forma de conocer el uso dado a las instalaciones y terrenos liberados, por lo que pudiera tener de imitable.

Hoy, Miguel Ángel continúa al frente de Incuna y preside la sección española del Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial, acaba de clausurar las decimonovenas Jornadas Internacionales de Patrimonio Industrial y mantiene el interés y hasta la ilusión por cuanto rodea a una actividad que admite que siempre le gustó, que formó parte de su vida laboral y que, ya jubilado, no deja de cultivar como una afición desinteresada.

  • Pasado Aunque la conservación del patrimonio industrial siempre mereció su interés, como director de patrimonio de Hunosa recorrió varios países de Europa para conocer su experiencia.

  • Presente Es presidente de la sección española del Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial y de la asociación Incuna.

  • Futuro Ya jubilado, está dispuesto a continuar la labor conservacionista hasta que surja relevo.

Formado en la antigua Escuela de Comercio y en la Facultad de Económicas de Santiago de Compostela, el sentido pragmático de Álvarez Areces tiene fiel reflejo en la idea de que el patrimonio industrial que no tiene uso desaparece, igual que, en el ámbito no industrial, ocurrió con palacios y monasterios, de más bella construcción que la mayoría de las fábricas. Por esa razón, defiende que el patrimonio industrial, una vez agotada la dotación a museos como primer y más sencillo destino, puede todavía crear empleo y riqueza, como elemento atractivo para un turismo cultural dispuesto a conocer el 'modus vivendi' del paisanaje de los pueblos y no solo su naturaleza.

Asegura que la autoestima es un factor importante para la conservación

Las personas que hay detrás

Y es que, sin perjuicio de ese pragmatismo propio de su formación académica, que aparentemente utiliza para aumentar las posibilidades de éxito del objetivo conservacionista, Miguel Ángel Álvarez Areces explica en cuanto tiene oportunidad que lo más importante del patrimonio industrial no son los edificios ni las máquinas obsoletos, sino las personas que hay detrás; las vidas, esperanzas y probablemente también frustraciones en torno al mundo del trabajo que permiten conocer a una sociedad en una determinada etapa histórica, en este caso la industrialización.

Cuentan quienes de esto saben que los destrozos causados por la piqueta en una preciosa estación ferroviaria del Reino Unido provocó un punto de inflexión a partir del cual se inició un reconocimiento del alto valor patrimonial de las instalaciones industriales que ha calado en el pueblo llano y en algunas entidades u organismos internacionales como la UNESCO.

En ese sentido, este hermano de Vicente Álvarez Areces, con el que guarda un parecido evidente tanto en el rostro como en muchos de los gestos y expresión manual, piensa que casos como el del viejo edificio gijonés de Tabacalera o la fábrica de armas de La Vega, en Oviedo, son hitos del respeto por el patrimonio industrial, pero todavía pendientes de planes de uso efectivo que determinarán su supervivencia. La razón es que el presidente de Incuna considera que hablamos de «un patrimonio en peligro de desaparición permanente» y que sólo se salva cuando los ciudadanos lo sienten suyo, de forma que «la autoestima es un factor importante de conservación».

Si gran parte del valor del patrimonio industrial consiste en que sirve de reflejo de las personas que le dieron vida, una de las gratas sorpresas que jalonan el trabajo protector de Miguel Ángel Álvarez Areces es que «a pesar de que las fábricas son habitualmente lugares de lucha y reivindicación, de condiciones de vida duras y donde la gente no fue feliz, son también una parte muy importante de la vida de las personas y encontramos gran colaboración en antiguos trabajadores a la hora de intentar preservar los espacios relacionados con su etapa laboral».

Desde el convencimiento de que el patrimonio industrial «es el mejor antídoto contra la disgregación, porque es un elemento de cohesión social», Miguel Ángel ve el futuro con cierto optimismo, entre otras cosas porque su favorable disposición a seguir en la brecha y sin bajar la guardia se ve incentivado con la existencia de un buen grupo de colaboradores, si bien hasta ahora no se han decidido a tomar el relevo.

Jubilado, prematuramente viudo y con pocas cargas familiares en lo que a tiempo se refiere, el presidente de Incuna se muestra dispuesto a entregar el testigo en cuanto le sea posible, pero también a seguir adelante en una labor en la que, según él mismo cuenta, «queda mucho por hacer». Y eso que ocupación no le falta, porque a su labor como defensor del patrimonio industrial hay que agregar que desde 1986 es director de la revista Ábaco, de cultura y ciencias sociales, y que es editor de nada menos que cuatro colecciones editoriales: 'Los ojos de la memoria', 'La herencia recuperada' , 'Máquina de las Palabras' y 'Caravasar'. Asimismo, es escritor y conferenciante que, a vueltas con proyectos de patrimonio industrial, ha visitado gran cantidad de países de todo el mundo. Sin prisa por abandonar sus cargos, quiere, al menos, reducir responsabilidades

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