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Trabajadores de negocios y oficinas de Uría, 56 se pertrechan para entrar a recoger enseres.

«Demasiadas personas para dar el 'ok'»

Vecinos del inmueble que colinda con el afectado de Melquíades Álvarez rechazan dormir en su casa por el persistente olor a humo

MARTA IZQUIERDO

Domingo, 10 de abril 2016, 01:55

Una de las imágenes que quedarán de la tragedia del 58 de Uría, esa en la que aparecen dos bomberos encaramados en una cesta que sobrevuela la zona del número 58, varió ligeramente ayer, en torno a la una y media de la tarde. De la grúa pendía un artefacto que el veterano Alfonso Enguía y sus compañeros de turno hallaron entre el amasijo en el que quedó convertido el inmueble: era un electroventilador, uno de los dos aparatos que estaban utilizando los compañeros de Eloy Palacio y Juan Carlos Fernández 'Cuni' cuando la estructura quebró, llevándose por delante la vida del primero e hiriendo al segundo. El colapso hizo que los bomberos que estaban trabajando en el patio que comunica el 58 de Uría y el 25 de Melquíades Álvarez interrumpiesen las tareas de ventilación y corriesen hacía el derrumbe. Los electroventiladores hicieron contener otra vez el aliento a los integrantes del turno que los encontró ayer.

Mientras Alfonso Enguía paraba un momento a beber agua, otro de sus compañeros iba ayudando a vecinos y trabajadores de las oficinas del 56, el edificio colindante, a calarse un casco y a calzarse unas botas para entrar a recoger enseres. Luego les acompañaban dentro. Esperaba pacientemente Alicia Alegría, propietaria de la primera planta del número 56. «Me han dicho que aparentemente no hay desperfectos, pero solo nos dejan entrar a recoger lo imprescindible». También aguardaba sin saber cuándo podría entrar a la clínica en la que trabaja Raquel Vega. «Me acerco porque me llegaron noticias de que estaban dejando entrar. Quienes ya han entrado de otros pisos nos dicen que está todo bastante bien, pero parece que demasiadas personas tienen que dar el visto bueno». A su lado, Jesús Álvarez espera, igualmente con paciencia, su turno para que le vistan con casco y botas. Es trabajador de un despacho de abogados de la segunda planta: «Nosotros sacaremos documentos originales, discos duros,...». Los soportes informáticos parecen ser uno de los bienes más preciados por los muchos abogados que tienen despacho, o en los dos edificios que han ardido o en los cinco sobre los que hay dudas sobre su seguridad. El letrado Francisco Larrea, con despacho en el primer piso de Melquíades Álvarez 23, pudo entrar ayer unos minutos para recoger lo más necesario. Eligió el disco duro, «por si colapsaba la fachada. Aunque parece que el derribo va a ser controlado». Larrea tiene claro que va a ir a trabajar mañana lunes: «Lo único, que huele un poco a humo».Por la tarde, también se pasó por su casa del tercero del 23 de Melquíades Álvarez Miguel del Río y sus hijos Miguel y Carlos. «Aunque ayer -por el viernes- nos dijeron que podíamos dormir, fuimos a casa de los abuelos. No hemos venido todavía porque aún huele y porque estamos bien con los abuelos», sonríe este padre abrazando a sus hijos. «El lunes ya vendremos».

Enfrente, en el número 16, se presentó puntual, como un clavo a las 10:30 de la mañana, Mónica Gallo. Es la hora a la que normalmente abre su tienda de ropa, pero desde el jueves no ha podido hacerlo porque la puerta queda justo al lado de la valla del perímetro de seguridad frente al 25 de Melquíades Álvarez. «Vengo por si algún cliente necesita hacer algún cambio», una especie de trueque callejero obligado por las circunstancias. «Llevamos tres días haciendo guardia aquí mis compañeras y yo porque no nos dejan entrar. Diez minutos después de que un agente le viese hablar con EL COMERCIO, alguien decidió modificar el perímetro de seguridad y permite a Gallo abrir su tienda por primera vez en los últimos tres días.

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