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GIJÓN

El Codema, de la sotana a la wifi

El Corazón de María cumple 70 años en su ubicación actual con la vista puesta en la excelencia educativa

OCTAVIO VILLA

Lunes, 10 de octubre 2011, 10:38

El 12 de octubre de 1941, día del Pilar, la orden de los claretianos inauguró el colegio que hoy sigue siendo una referencia de educación religiosa liberal en Gijón. Fue en presencia del obispo de Oviedo, Manuel Arce; el alcalde, Paulino Vigón, y las autoridades civiles y militares. Eran sólo 52 alumnos en Primera Enseñanza y 65 en Segunda Enseñanza, pero la importancia del colegio era más cualitativa.

Mientras los compañeros pero siempre rivales jesuitas estaban enfrascados en la recuperación de su colegio, devastado tras haber sido bombardeado como Cuartel de la Montaña que fue en la Guerra Civil, los claretianos crecían exponencialmente en Gijón, desde el minúsculo colegio que habían inaugurado en el 170 de la calle Cabrales apenas tres años antes, en 1938, al que en los años 70 llegó a albergar 2.300 estudiantes, con aulas de hasta 48 alumnos y 34 profesores claretianos, además de los seglares, y que hoy aboga por la modernidad con clases de ratios europeas, los últimos avances educativos y 1.525 alumnos.

Esos 70 años que median han dado para mucho. El colegio ha crecido físicamente, en especial con la ampliación que se inauguró en 1966, hace 45 años, consistente en un recrecimiento del edificio original, además de la iglesia del Corazón de María y el pabellón trasero paralelo a Alarcón. Para el inicio de los ochenta quedaría la última gran ampliación, donde ahora está el polideportivo cubierto y el comedor.

Pero, sobre todo, el colegio ha cambiado para adaptarse a la sociedad. Los claretianos son una orden que pretende cambiar el mundo, pero cambiando ellos para adaptarse al mundo primero. Es lo mismo que pregona el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, con motivo del recién iniciado Sínodo de la Iglesia Asturiana. El actual director del Corazón de María y superior de la comunidad claretiana de Gijón, el joven padre Simón Cortina, de apenas 40 años, lo confirma: «Estamos a la vanguardia de la innovación pedagógica en España», y no se queda en un lema publicitario. El colegio, lejos ya de la época de las severas sotanas y de la vara de bambú conocida como 'la muda', es ya bilingüe en Primaria, tiene activos proyectos de inmersión lingüística en inglés y francés, y tiene pizarras digitales interactivas en todas sus 62 aulas. Pero vivir en el tiempo de la wifi (el colegio la tiene en toda su extensión) no garantiza la excelencia educativa.

«Inmigrantes digitales»

La forma de aproximarse a ese objetivo es, según el director, «romper con la brecha digital». Y en ello está embarcado el claustro: los 80 profesores del colegio saben que se criaron en una sociedad analógica y que «son inmigrantes digitales, han llegado en patera a un mundo en el que los nativos, los alumnos, son ya digitales de pleno derecho», y ello «impone nuevas formas de enseñar, para la que tenemos que formar a los profesores para dar otro tipo de clases».

Se trata, más, de enseñar a los jóvenes a «aprender a aprender, y a saber aplicar y hacer cosas con lo que van sabiendo. Es muy parecido a lo que la reforma de Bolonia está haciendo en la Universidad», explica Cortina, embarcado en el propósito de lograr el sello 400+ de calidad de EFQM «no por el título en sí mismo, sino porque lograrlo nos obliga a todos a mejorar».

Respecto a los propios alumnos, el enfoque también es innovador. Se pasó del elogio de la memoria y del estudio de las letanías catecumenales a diseñar la educación desde las teorías del aprendizaje cooperativo, «haciendo que los chavales abran los ojos a las realidades distintas, a la diversidad del mundo en que viven, al compromiso social (el colegio es el primero de Asturias y el segundo de España en contar con el reconocimiento de la Red Europea de Colegios por el Comercio Justo, por ejemplo) y a su propia capacidad de análisis y de pensamiento crítico».

En esa nueva forma de educar, se hace hincapié en los nuevos conceptos psicológicos, algunos tan en boga como el de las inteligencias múltiples del último Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, Howard Gardner. Según éstas, se entiende que la brillantez académica no lo es todo, y que existen variados tipos de inteligencia. Y, lo que es más relevante, se considera que la inteligencia puede ser modificada por la educación. No solo los conocimientos, sino la propia capacidad intelectual. Esta es una base esencial para el enfoque educativo, porque se trabajan tanto los conocimientos como las capacidades de los alumnos. Y de las alumnas. Porque si en algo es evidente a primera vista el cambio es en que el remozado patio superior se puebla ahora de risas de niños y niñas por igual, en un colegio en el que más de la mitad de su historia fue estrictamente masculina. Desde mediados de los 90 es ya completamente mixto.

El Codema nació para chicos. Sólo para chicos. Como era normal. Y, eso sí, nació tras un parto de trece años. Los claretianos se habían implantado en Gijón el 14 de marzo 1922, en una ciudad con 40.000 habitantes, en una pequeña casa de comunidad de la actual avenida de Schulz. La vocación claretiana impone un múltiple campo de apostolado, una de cuyas bases más claras es la formación. Así que se imponía la puesta en marcha de un colegio. Para 1928, la comunidad estaba asentada, y se iniciaron los trámites para adquirir una parcela adecuada. Se localizó la actual, pero el progresivo enrarecimiento del clima político y social fue ralentizándolo todo. El advenimiento de la República no ayudó, precisamente, a la creación de colegios religiosos. Y al encontrarse Gijón en zona republicana, el inicio de la guerra civil fue para los claretianos especialmente adverso. Aunque sólo uno de ellos perdió la vida, el padre Esteban María Salvador, a causa de las malas condiciones de su cautiverio.

Inicios en Cabrales

Cuando en Gijón cesan las hostilidades, los claretianos retoman el proceso, que pasa por poner, primero, un pequeño colegio provisional en el número 140 de la calle Cabrales. Mientras tanto, se pone en marcha el edificio actual, con el proyecto que el arquitecto cubano Manuel del Busto ya había presentado nada menos que en 1930. Tardó diez años en comenzar a construirse, y apenas diez meses en estar listo para inaugurarse.

Cuando, finalmente, se abrió, los chicos se encontraban en la base de El Coto, en lo que, de aquélla, se consideraba aún «la aldea». El centro de la ciudad quedaba lejos, los mosquitos aún venían del Piles. Pero el Codema tenía futuro, porque creía en Gijón, y Gijón, en el colegio.

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