«En Alemania la afición a la danza es una locura»
Nicolás Alcázar tiene 24 años y hace casi seis se mudó a Alemania para trabajar como bailarín en el Teatro Estatal de Núremberg
Tiene solo 24 años Nicolás Alcázar Sánchez, pero es la suya una vida de lo más intensa. Una existencia absolutamente en danza de acá para allá haciendo arte con su cuerpo en movimiento. Este bailarín vocacional lleva desde noviembre de 2018 viviendo en Núremberg, en el estado alemán de Baviera.
Empezó su formación como bailarín en la escuela de Alejandra Tassis, luego pasó al Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón y con 15 años se graduó. Lo hizo antes de tiempo, lo que le permitió plantarse en Madrid y formarse como oyente en los conservatorios profesionales Carmen Amaya y Mariemma. «En ambos estuve como oyente, porque era muy joven y tenía que hacer dos años de bachiller, pero ambas escuelas me permitieron tomar las clases como oyente e hice los exámenes y la gira», revela este joven que accedió al conservatorio de Gijón con diez años en lugar de con doce y de ahí esa anticipación.
«Después de toda esta trayectoria y de haber vivido en Madrid, ya me sentí más preparado para hacer audiciones tanto en España como fuera», explica Nico, que no tardó en encontrar un lugar en el que bailar y arrancar a lo grande su carrera profesional. Un concurso al que se presentó le abrió las puertas de la compañía en la que ahora trabaja. Pese a que venía de la danza clásica, se adentró en el mundo de la contemporánea porque conocía el trabajo de su director, Goyo Montero, y quiso probar. Le ofrecieron pasar allí una semana y prácticamente ya no volvió. «Me llamó muchísimo la atención, me medio obsesioné con este tipo de danza, un contemporáneo más estético y estando aquí pedí hacer una audición, porque me veía aquí viviendo, me gustaba la gente, el estilo de la danza, los coreógrafos externos». Audicionó, volvió a casa y acabó regresando al poco para sustituir a un chico lesionado. Y entre pitos, flautas, unos contratos y otros, allí sigue. «En Alemania la danza es una locura, en todas partes hay una compañía, de clásico, de contemporáneo», revela. Cuenta que incluso en alguna ocasión le han reconocido por la calle, algo impensable en España. En el Teatro Estatal de Núremberg el departamento de danza es el que más audiencia tiene: «Muy pocas veces no tenemos todos los shows vendidos».
Está contento, pero tampoco se cierra puertas. Si surgen oportunidades interesantes, las estudiará, porque además –sostiene– no acaba de encajar en Alemania. «La forma de vida aquí es distinta», relata. El invierno, sin luz, se hace duro, a las seis de la tarde no hay nadie por la calle «y a mí eso me hunde», aunque en verano cambia la cosa.
También es cierto que su vida es multicultural e internacional. No habla alemán: «Yo vivo en inglés, por suerte o por desgracia, al ser los bailarines de todas partes del mundo, se forma una burbuja y hablamos todos en inglés, nunca tenemos necesidad de aprender el idioma local», relata. Pero es que además en Alemania el inglés se habla en muchos ámbitos, y para resolver los temas de la luz y el agua e ir a la compra no necesita más. Pero no niega que, después de seis años, lo suyo sería que aprender alemán .
La vida, en todo caso, es grata en temporadas, actuaciones y giras, aunque no por ello las añoranzas de la Asturias que dejó atrás se aplacan. «Esto le llama mucho la atención a mi padre, pero echo de menos el sonido de las gaviotas, y la playa, menos mal que vivo cerca de un lago y doy paseos por la zona de arena y me da la sensación de estar en casa».
Cinco días en Navidad y vacaciones largas de verano, desde el 27 de julio hasta mediados de septiembre tendrá el bailarín este 2024, que sabe que es fantástico contar con un descanso tan prolongado, pero llegar hasta él también se hace duro. «Mi plan de verano es volver a casa, relajar, comer mucho y hacer lo mínimo posible, ver a mis padres, a mi tía abuela, mi perro, mis amigos, ir a pasear por el Muro, por el Cerro, y los días que hace sol y calor, baño en San Lorenzo». Frecuenta también la Cuesta del Chollo, dice que el Restaurante Las Ballenas es como su segunda casa y siempre cruza los dedos para que las vacaciones se prolonguen y pueda disfrutar de las fiestas de Cimavilla, «mi despedida de Gijón».
No ve opciones de retornar a Asturias en el futuro: «Si hubiera oportunidades de danza en España o en Asturias, no me lo pensaba dos veces, pero para morirme de hambre, no». No descarta otros destinos, como Suiza, Bélgica o Países Bajos, donde la danza sí importa. «Esos tres países son una referencia para mí», concluye.