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Santiago Jiménez ante el Louvre.
Asturianos en la diáspora: París

«Francia no ha dejado de ser revolucionaria»

El gijonés Santiago Jiménez Juan lleva catorce años en París, donde trabaja como responsable de análisis y estrategia de una empresa del área digital

M. F. Antuña

Gijón

Domingo, 28 de enero 2024, 02:08

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Santiago Jiménez Juan (Gijón, 41 años muy bien llevados) siempre tuvo a Francia en la cabeza. Quizá porque desde muy niño su padre le hablaba de sus años mozos en Provenza, cuando acabó su licenciatura en Económicas en la Universidad de Oviedo decidió estudiar un máster en el HEC de París. «Ahí empezó mi idilio con la ciudad», confiesa. De vuelta a España, comenzó a trabajar en una compañía que le incluyó en un proyecto de jóvenes talentos y eso le hizo retornar a París como expatriado durante un año y medio. Surgió otro amor distinto al puramente urbano y se quedó. Catorce son los años que lleva allí este asturiano que es responsable del equipo de análisis y estrategia de una empresa multinacional del mundo digital.

Aprendió el idioma a fondo para poder integrarse laboralmente y ahora ya es uno más en la gran ciudad, en París 9, que es donde vive: «Al final te mimetizas, no puedes pretender ser tú mismo, para sobrevivir tienes que adaptarse». Y él sabe mucho de eso porque antes estuvo dos años de gira con el Circo del Sol «Ese fue mi primer aprendizaje para desarrollar la capacidad empática y de observación, para encajar en un entorno social que no es el tuyo».

Integrado y feliz, observa así su mundo: «En el plano profesional, Francia es un país complejo pero lleno de oportunidades», apunta. Alude a un entorno rígido y competitivo, donde el dominio del francés es una exigencia total, pero ve muchos puntos a favor. Francia empuja a los que se lo curran. «Es un país que pone a disposición los medios para emprender», dice, y añade que «a los jóvenes les da alas, les motiva y apoya». Es muy de agradecer y no lo advierte en España: «Me encantaría volver, pero no está a nivel ni social ni económico de prestaciones, condiciones laborales, estoy un poco defraudado con España porque no es capaz de abrir los ojos, es pan y circo, siento que mientras haya fútbol y algo que festejar se olvidan las penas y se olvidan de reivindicar buenas condiciones», asegura. En este preciso lugar hay una diferencia clara con su país de acogida: «Francia no dejado de ser revolucionaria. La lucha por los derechos de los trabajadores ha sido una constante a lo largo de los años y gracias a ella, a modo de ejemplo, tenemos 36 días laborables de vacaciones, la prestación por desempleo es de un 60% de nuestro salario neto, así como la garantía legal de un equilibrio entre la vida privada y personal», anota.

No hay pros sin contras. También es un país elitista, de modo que la formación y los medios económicos subordinan la vida laboral. «Por mi condición de no francés, he tenido y tengo que seguir demostrando más aún que un local que merezco cada paso que doy en mi carrera profesional».

Pero Santiago lo ha logrado. Y lo disfruta y lo saborea en esa ciudad única. «La vida en París es especial, tiene tantas opciones, tanto color... Y cuantos más colores tenga la paleta, el cuadro tiene más vida, más definición... París es cultura, ocio, diversidad, tiene todo lo que quieras», resume. La oferta es inmensa en una ciudad que nunca apaga esa luz que la define. Eso sí, más bien los fines de semana que de lunes a viernes, donde la rutina encuentra acomodo. «Aquí se dice una frase que caricaturiza muy bien la vida parisina que es 'metro, trabajo, dormir', y está muy lejos de la vida idílica que todo el mundo puede pensar».

La ciudad es cara. No lo niega. Pero también los sueldos son más altos, como los impuestos, pero la filosofía es clara: «Lo ganas y lo gastas», dice. Y explica que la ciudad tiene dos caras: una para los turistas y otra para quienes la habitan.

Un pelín arrogantes, también endogámicos, los parisinos saben disfrutar de un buen vino y de un paseo por el Sena, como él, un español que aprecia de la tierra que dejó atrás «el saber vivir, los valores de la amistad, la familiaridad, la cercanía, el clima y la gastronomía». Son muchas las añoranzas asturianas que le acechan y eso que ahora el teletrabajo le permite regresar a Gijón con cierta frecuencia. Disfruta entonces de pasear la playa y el centro, de ver cómo la ciudad cambia y de la charla con algún viejo amigo. La nostalgia siempre está ahí, pero los aprendizajes de todos estos años fuera son múltiples y enriquecedores: «Ser emigrante te permite ver el mundo desde un punto de vista diferente, ser posiblemente más crítico, menos conformista porque sabes que es posible y factible hacer las cosas de otra manera, refuerza valores como los de la familia, te endurece y acalla la nostalgia... Ser emigrante tiene un precio y cada uno paga el suyo».

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