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Miguel Álvarez Rubiera (Oviedo, 1997) llegó a Copenhague en noviembre «por dos razones: el trabajo y el amor». Esos fueron los motivos que lo animaron ... a hacer las maletas, después de una temporada viviendo en Bilbao. «Mi novia Inés y yo teníamos ganas de salir de España y a ella le surgió la oportunidad de venir a trabajar aquí a Dinamarca y a mí me pareció que la vida en este país podía ser buena». Con esa idea rondándole la cabeza, pidió el traslado en la multinacional donde trabaja y en noviembre se lo concedieron.
Así empezó una nueva vida con grandes ventajas porque «en la capital danesa se trabaja menos y se gana más», explica. «Las condiciones laborales aquí son muy buenas, no solo en términos de dinero, sino también en términos de flexibilidad. La organización es muy plana y hay muy poca jerarquía». Además, allí lo de hacer cientos de horas extras es inimaginable. «El control que hacen es mucho más exhaustivo y la directiva de las empresas se preocupa mucho más por el bienestar de sus empleados. Lo priorizan mucho».
Eso hace que se cumplan los horarios a rajatabla y que, una vez concluida la jornada, toque disfrutar de la vida privada. Aunque por allí las opciones de ocio son muy diferentes. Es lo que tiene que «a las cuatro y media de la tarde se haga ya de noche». Esa oscuridad condiciona el día a día porque, inevitablemente, te anima «a intentar acostumbrarte a su forma de vida. Madrugas mucho los fines de semana para intentar aprovechar las horas de luz» y las temperaturas más suaves. Pero «el frío aquí no es para tanto, es soportable», asegura Álvarez, al tiempo que celebra el tener un grupo de amigos españoles con los que poder hacer «todo tipo de planes».
Hacen «piña» y disfrutan de una oferta cultural «muy variada. No me refiero solo a museos y teatros, sino también a otro tipo de planes. Por ejemplo, hay muchos grupos para ir a hacer deporte», explica, aunque reconoce que, durante estos meses invernales, esa oferta de ocio disminuye. «Ahora en invierno los planes suelen ser en sitios cerrados, pero en verano cambia radicalmente la cosa: no se hace de noche nunca y toda la gente está tirada en la calle», se ríe.
Tienen mono de estar al aire libre y, en cuanto empiezan a brillar los primeros rayos de sol, se lanzan a disfrutarlos. «Es como que durante los meses fríos todo el mundo se encierra en su madriguera, pero luego viene el calor y no hay mejor sitio para estar que en Copenhague».
Al ovetense le parece que la capital danesa se convierte en un lugar «de cuento» porque «la temperatura es siempre muy agradable y hay ambientazo en la ciudad». Tiene claro que allí en la temporada estival se está «de lujo porque nunca hace un calor agobiante, pero puedes ir a la playa perfectamente» y disfrutar de las veinticuatro horas del día. «No llega a anochecer, el cielo se queda azul oscuro», insiste.
En medio de ese paisaje bucólico, la vivienda es un golpe de realidad porque «hay muchísima demanda y los propietarios ofrecen alquileres a corto plazo para poder ir subiendo el precio». Eso hace que la capital danesa parezca Madrid «o peor. Es una jungla».
Por 63 metros cuadrados «a veinte minutos en transporte público del centro», pagan 1.200 euros, pero no parece que ese vaya a ser su hogar definitivo. «Nuestra idea es estar dos o tres años aquí para vivir la experiencia, viajar, conocer gente de todo el mundo y ahorrar, aprovechando que los salarios son extraordinarios». Después de eso les apetece «volver a nuestro país a formar una familia», aunque Miguel asume que «lo que gano aquí a la hora, no creo que lo gane en España nunca».
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