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El declive de los cursos de verano

Sea cual sea el modelo, lo cierto es que los cursos no viven su mejor momento

Juan Carlos Campo

Lunes, 1 de agosto 2016, 09:59

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Los cursos de verano tienen su más conocida referencia en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y su cita anual en el palacio de la Magdalena de Santander. Aunque la tradición se remontaba a la II República, su verdadero impulso surgió en los años 80 con una orientación que les convirtió en los protagonistas culturales y sociales del verano.

La Universidad Menéndez Pelayo no es una Universidad al uso, pero el modelo fue pronto copiado con éxito por la Universidad Complutense que llevó sus cursos de verano a El Escorial; de nuevo un lugar singular, con atractivo turístico y con un cóctel de cursos con ponentes de prestigio, ocio, turismo, gastronomía y con un fuerte componente mediático.

En Asturias tenemos los también famosos, aunque más modestos, cursos de La Granda, promovidos inicialmente por la Escuela Asturiana de Estudios Hispánicos siendo su presidente y rector de la Universidad de Oviedo Teodoro López-Cuesta. De nuevo, la Universidad presente de alguna forma.

En general, la mayor parte de universidades españolas tienen algún tipo de oferta de cursos de verano. Algunas tratando de seguir desde la distancia este modelo de alto impacto y coste y otras, como la de Oviedo, con una oferta modesta y sin mayores pretensiones, pero sin riesgos económicos.

Sea cual sea el modelo, lo cierto es que los cursos no viven su mejor momento. Por ejemplo, los de La Granda entraron en caída libre en los últimos años. Este modelo de cursos resulta muy costoso y es indispensable contar con subvenciones y con patrocinios de envergadura para sostenerlos. Los de El Escorial son una referencia en este sentido, aunque también han estado sujetos a críticas por su mercantilización.

El modelo básico ha sufrido tanto o más a partir de los estudios derivados del proceso de Bolonia. Hasta hace unos años, en las titulaciones universitarias previas a Bolonia, los estudiantes estaban obligados a hacer una serie de cursos para cubrir lo que se llamaba créditos de libre configuración. Esto supuso una burbuja de cursos. La oferta aumentó mucho pero la calidad también disminuyó. El mercado estaba cautivo. Sin embargo, una vez desaparecido este incentivo, los cursos entraron en barrena. Por ejemplo, en la Universidad de Oviedo actualmente resulta muy difícil encontrar clientela para los escasos cursos que se ofrecen alguna excepción hay. El nivel de exigencia para que un curso sea viable ha aumentado y, por otra parte, el profesorado universitario, que es el promotor de los mismos, tiene incentivos escasísimos para hacer propuestas y organizarlos.

Los cursos de La Granda están en crisis; a los propios de la Universidad no les va mejor. El rector actual habló recientemente en La Granda de una Universidad de Verano lo que sugiere una posible combinación de intereses.

La unión quizás permitiría tomar algo de oxígeno. Quizás fuese un paso que debería ir acompañado de una completa reestructuración. Empezando por la sede. Los gustos turísticos han evolucionado mucho desde los años 80; La Granda no es hoy en día un lugar tan singular como lo era entonces y las instalaciones van sufriendo con el paso del tiempo. El Niemeyer puede ser una excelente opción: está en Avilés, una ciudad en continua evolución, con aspiraciones tanto turísticas como culturales, y en la que la Universidad no tiene apenas presencia, por lo que sería factible la implicación de la ciudad; además, está cerca del palacio de La Granda.

Por otra parte, la Universidad puede utilizar algunas cátedras de empresa como medio para patrocinar y promover cursos de alto impacto sin sufrir económicamente. Creo que es posible sostener una oferta relativamente modesta, no más de dos docenas de cursos, más diversificados aunque con el hilo conductor de la cultura hispánica entendida ampliamente: cultural, social, científica y de elevado impacto en la sociedad. Podría permitir a la Universidad situarse en el foco cultural del verano.

Juan Carlos Campo es director de la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón

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