Finca El Cabillón, 20 años cultivando empleo
El Centro Especial de Empleo del concejo de Tapia de Casariego ha ofrecido oportunidades laborales a más de 60 personas con discapacidad desde que comenzó su actividad de plantación y venta de hortalizas. La trabajadora Vanesa Jaquete cuenta cómo ha cambiado su día a día desde que accedió a una vida más autónoma
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Jueves, 25 de septiembre 2025, 13:24
El proyecto de la Finca El Cabillón, ubicada en el concejo de Tapia de Casariego, es más de carácter social que económico. Iniciado por la Fundación Edes y financiado por el Servicio Público de Empleo del Principado (Sepepa), tiene como objetivo la inserción laboral de personas con discapacidad en el medio rural, y Vanesa Jaquete Iglesias es la prueba palpable de ello.
Vanesa tiene 30 años, y aunque natural de El Franco, reside en Vegadeo. Lleva ocho años trabajando en El Cabillón, primero con contratos temporales y, desde 2021, ya como indefinida. Entre las tareas habituales de su día a día están las de recolectar, desherbar, plantar, preparar la tierra y los invernaderos para nuevos cultivos, y ocuparse alguna vez de la venta en los mercados locales de la comarca noroccidental de Asturias. Además, también ha empezado recientemente a manejar maquinaria. Sobre todo, la desbrozadora, aunque también maneja la segadora de vez en cuando.
Antes de empezar a trabajar, Vanesa realizó un curso de formación en jardinería en las mismas instalaciones. «Además de ser un trabajo que me gusta, estoy contenta con todo en El Cabillón. Y trabajar me ayuda a tener una vida más autónoma», explica. Es algo trascendental en el entorno rural, donde la autonomía en los desplazamientos al lugar de trabajo es clave. La mayoría de los empleados y empleadas que acuden a la finca se ven muy condicionados en sus idas y venidas por el funcionamiento y los horarios del transporte escolar. No pueden disponer de él durante la temporada estival, que en el centro es la época de más actividad por la cosecha y, al mismo tiempo, es el momento de las vacaciones de verano en la educación, cuando los autobuses no prestan servicio. Ante esta situación, Vanesa decidió sacarse el carné de ciclomotor, y ahora se desplaza hasta su lugar de trabajo en un cuadriciclo, lo que le permite tener un contrato a jornada completa.
No es la única trabajadora que cumple todos los días. El Cabillón es uno de los 30 centros especiales de empleo registrados en Asturias. La ley que regula los derechos de las personas con discapacidad y su inclusión social los define como centros de trabajo protegido. Con el tiempo se han convertido, en su mayoría, en empresas consolidadas que compiten en el mercado como cualquier empresa ordinaria y en las que obtiene trabajo estable una gran parte de la población trabajadora con discapacidad. En Asturias, actualmente, dan empleo a más de 3.500 personas. Vanesa es una ellas.
Para conseguir su reconocimiento, deben ser promovidos y esta participados en más de un 50%, ya sea de manera directa o indirecta, por una o varias entidades que no tengan ánimo de lucro o que declaren en sus estatutos su carácter social. Entre las fórmulas que se admiten están las asociaciones, fundaciones, corporaciones de derecho público, cooperativas de iniciativa social y otras entidades de economía social. El Sepepa dedica todos los años una importante partida a subvencionar su funcionamiento. La de 2025, aún en preparación, rondará los 20,5 millones de euros.
Después de ocho años dentro de ese marco, Vanesa afirma de manera confiada que se ve con bastante experiencia y que, desde luego, le recomendaría la experiencia a otras personas. A ella, asegura, le permite «pensar en un futuro más tranquilo y seguro». Le encanta que su trabajo se desarrolle al aire libre, incluso cuando el tiempo no acompaña. «Para eso están los invernaderos», comenta con desenfado.
Antonio García Méndez, el administrador de la finca, explica que, aunque la situación de Vanesa en la actualidad es digna de mención, en los inicios de la empresa todo resultó más complicado. «La realidad de nuestro territorio era que no ofrecía oportunidades de empleo a las personas con discapacidad», recuerda. Ante las dificultades para acceder al mercado laboral, entre los alumnos y alumnas de la fundación y sus familiares crearon un servicio de formación y empleo para la búsqueda de trabajo con apoyo. Pero no fue suficiente. «Entonces decidimos apostar por crear esas oportunidades a través de un centro especial de empleo y así, en el año 2006, nació Finca El Cabillón», indica.
Desde entonces, las personas que han pasado por la finca han tenido trayectorias laborales diversas. Algunas cambiaron de sector y empezaron a trabajar en otras empresas. Otras aún continúan en la finca. Incluso hay quien se ha jubilado. «Tenemos muy buenas noticias recientes de personas, a las acompañamos desde el servicio, que participaron en procesos de oposiciones para acceder a empleos públicos y consiguieron su plaza como celadores en el hospital comarcal», cuenta el administrador.
El centro especial de empleo empezó con la actividad de producción agraria ecológica y alcanzó las 20 personas trabajadoras en el mismo año de su creación. En la actualidad, la plantilla suele oscilar entre las 12 y las 18 personas, y la actividad se ha ido diversificando para dar oportunidades a otros perfiles profesionales, incluyendo también un servicio de mantenimiento de jardines y zonas verdes, un punto de venta de los productos propios en una tienda ubicada en la misma finca y un servicio de limpieza para las instalaciones del centro.
La actividad de la finca, por otra parte, no deja de encontrarse con alguna que otra paradoja bienvenida. Al ser un centro especial de empleo, no deja de funcionar como una empresa; y, como empresa, su finalidad es obtener rentabilidad económica. Pero su misión también es ofrecer oportunidades laborales a personas con discapacidad, y al no coincidir con la de una empresa tradicional, se encuentran con una serie de condicionantes.
Todos los beneficios obtenidos revierten de manera íntegra en la propia finca, ya sea en material o gracias a la contratación de más personal. El objetivo final de la finca no es conseguir un rendimiento económico mayor, sino insertar al mayor número posible de personas en el mercado laboral ordinario y, al mismo tiempo, tener una plantilla lo más amplia posible. «No somos empresarios convencionales, y al final eso penaliza. No competimos en la misma liga», opina el administrador.
Pero esa situación también tiene sus satisfacciones. Si otras empresas sufrirían con la marcha de su personal cualificado con destino a otros trabajos, para ellos ese es un indicador de éxito. Que los trabajadores y las trabajadoras se desarrollen profesionalmente y puedan acceder a otras ofertas laborales mejores es la mayor señal de que están haciendo las cosas bien. «Tiene que ser un motivo de orgullo y creo que es el objetivo de todos los centros especiales de empleo. Queremos ser parte del itinerario hacia el mercado laboral ordinario», concluye García Méndez.